Suele ocurrir que cuando alguien en la edad adulta pretende realizar un retrato fiel de la adolescencia acaba quedando mal. Y no solo por detalles tan superficiales como la utilización de una jerga que ya no se utiliza, sino también por no saber hablar de lo que nos preocupaba por aquel entonces. Es como si al acabar el pavo nos entrara amnesia y sólo supiéramos juzgar aquellos años desde nuestra perspectiva actual, nunca poniéndonos en la piel de un adolescente real.
Por supuesto las excepciones existen, y una de ellas llega inexplicablemente de las manos de Michel Gondry, que después de dejarnos con el morro torcido con su adaptación al cine de ‘The Green Hornet (El avispón verde)’ parece buscar la redención de su público habitual con ‘The We and the I’, una de las encargadas de inaugurar el Atlántida Film Fest. Un largometraje rodado casi íntegramente en el interior de un autobús urbano colonizado por adolescentes del Bronx que, excitados por haber terminado el instituto, aprovechan ese trayecto para demostrar al resto, y a nosotros, cuál es su lugar en el mundo.
Espacio ínfimo que el director utiliza a modo de olla a presión para cocinar un universo demasiado real en el que estos adolescentes, y siempre bajo la reprobatoria mirada de los viajeros adultos que ocasionalmente suben y bajan al bus, matan el tiempo insultándose, pavoneando, abusando, llorando, fumando, desafiando, dibujando, derrumbándose y soñando. Y todo sin miedo a que la cámara, y nosotros con ella, juzguemos su comportamiento. No es que no les importe que estemos allí, es que simplemente no existimos, no somos nada. El “ellos” no entra en su ecuación vital, solo el “nosotros” con el que se refieren a su pandilla y los distintos “yo” que componen su yo real. Nada más.
He aquí precisamente lo que hace especial a la película, que lo que en la superficie puede parecer un filme denuncia del «bullying» es en realidad un estudio casi científico sobre cómo utilizamos nuestro yo íntimo, nuestro yo social, nuestro yo laboral y nuestro yo familiar para, por separado, construir una personalidad que, al igual que los protagonistas de la película, resulta ser menos unidimensional de lo que nos gustaría proyectar.
En conseguir esta ración de veracidad ha contribuido mucho la decisión de Gondry y su equipo de contar desde el principio, mucho antes de empezar a escribir el guión, con la colaboración de un centro comunitario del Bronx en el que primero a través de talleres, y luego interpretándose a sí mismos en el filme, un grupo de adolescentes del barrio volcaron todas sus experiencias y anhelos para construir un relato que sin abandonar el autobús sirviera de metáfora de algo mucho más grande.
El problema es que en la búsqueda de esta realidad casi mágica, el sello personal de Gondry casi desaparece. Sí, la cámara se mueve dentro del autobús sin que nada rechine, y las suecadas típicas del universo del galo aparecen de vez en cuando (el falso Donald Trump, las llamas de papel, el autobús maqueta, los flashbacks grabados con la cámara del móvil). Pero a este director le sienta mejor lo imaginario. Y es que mucho me temo que cuando alguien hable en el futuro de la película esa del autobús seguiremos pensando que se refiere no a este ‘The We and the I’, sino al ‘Speed’ de Keanu Reeves y Sandra Bullock que, oye, dentro de lo suyo, tampoco estaba tan mal. 6,5.