Leyendo ‘El consejero’ (Mondadori), el guión literario o el guión-novela de Cormac McCarthy, es fácil intuir el fiasco que parece haber supuesto el filme dirigido por Ridley Scott. Si, como suele decirse, un buen guión no garantiza una buena película, uno malo es casi seguro el germen de una mala película. Y el guión de McCarthy no es precisamente bueno.
Me pregunto cuáles han sido las razones que han llevado a McCarthy a escribir este libreto y producir él mismo la traslación al cine. ¿Como respuesta a la insatisfacción por las adaptaciones de sus novelas? No creo. La mayoría han salido más o menos bien, y él pareció quedar muy satisfecho con ‘No es país para viejos’ (incluso estuvo acompañando a los Coen en la ceremonia de los Oscar). ¿Como desafío literario? Puede ser. Después de la obra de teatro ‘El Sunset Limited’ (publicada por Mondadori en 2012), quizá le apeteciera probar en el cine (ya escribió un guión para televisión en 1977).
“Una novela en forma dramática”, así llamó a esa obra de teatro el propio McCarthy. Y así podríamos calificar a ‘El consejero’: una novela en forma de guión. Con su reconocible estilo, directo y contundente, el autor de ‘La carretera’ narra la historia de un abogado que, por una mezcla de codicia y debilidad, decide involucrarse “solo por una vez” en una operación de tráfico de drogas en la frontera entre Texas y México. ¿’Breaking Bad’? Su sombra es alargada, sí. Y la tentación de compararlas, muy grande.
‘El consejero’ empieza de la peor manera posible, con una conversación erótica a modo de prólogo que parece escrita por Sasha Grey. Luego, los diálogos y, sobre todo, los monólogos (algunos, como los del final, extraordinarios), mejoran mucho, pero no así la historia. Una confusa, arrítmica e insustancial trama que aporta muy poco al subgénero del narco-thriller. Los feminicidios de Ciudad Juárez empiezan a ser un socorrido lugar común dentro del género. El personaje del “hombre normal” que se mete a traficante es, ya lo hemos dicho, muy Walter White. El de la femme fatale, Malkina, está más logrado, pero, a pesar de la muy comentada escena del coche, tampoco va a pasar a la historia del género. Y la acción, al estar descrita más que narrada, resulta anodina e irrelevante.
Parece como si McCarthy hubiera querido emular el estilo, seco y cortante, de George V. Higgins, e incluso escribir sus propias conversaciones triviales a lo Tarantino. Como si hubiera querido hacer un ‘Mátalos suavemente’ (2012) en otro contexto. El resultado, teniendo en cuenta que hablamos del autor de ‘Meridiano de sangre’, es decepcionante.
Aunque eso sí, hay un hallazgo para el recuerdo. Al igual que la ya mítica pistola de matar ganado que utiliza el psicópata Anton Chigurh en ‘No es país para viejos’, aquí el autor presenta otra arma tan peculiar como mortífera. El llamado “bolito”, un cable de estrangulamiento provisto de un motor capaz de estrangular, cortar la carótida e incluso, si pasa entre las vértebras, cercenar la cabeza de un hombre sin apenas intervención por parte del asesino. Un destello de genialidad que apenas alumbra este punto negro dentro de su brillante bibliografía. Parece que, por ahora, el cine no es país para McCarthy. 4,5.