‘Half Way Home’, el primer largo de Angel Olsen, destapaba como autora e intérprete a esta joven de Missouri que dio sus primeros pasos notorios como músico en The Cairo Gang, la banda de Emmett Kelly conocida por su recurrente colaboración con Bonnie ‘Prince’ Billy. En aquel debut destacaba, sobre todo, una personal y preciosa voz de maneras añejas, como si viniera directamente de 1954, potente, dulce o aterciopelada a placer. Sus canciones, también con el sabor retro que sabe imprimir en su música un M. Ward, por ejemplo, la situaban como una seria alternativa a otras cantautoras de ascendencia country-folk como Laura Gibson o, en sus momentos más lúgubres, Marissa Nadler, cuyo encuentro era prácticamente ineludible.
Pero con su nuevo álbum, ‘Burn Your Fire For No Witness’, Angel ha cruzado una línea, logrando imprimir gran personalidad a su música y sus canciones, mostrando nuevas e inesperadas facetas que la sitúan en un nuevo plano como artista, más cercana a autoras como Sharon Van Etten o Anna Calvi. En un formato de trío, con el batería Josh Jaeger y el bajo y la guitarra de Stewart Bronaugh, y asesorada por el experto John Congleton (St. Vincent, The Walkmen, Bill Callahan) en la producción, Angel Olsen reúne una colección de magníficas canciones, llenas de aristas y con una carga emocional poderosa que transgrede las palabras (aunque sus letras cobran una importancia inusitada) y se palpa también en la misma música y en su interpretación.
En ‘Burn Your Fire For No Witness’ las canciones relatan una historia, la tópica de una ruptura sentimental y el vaivén de sentimientos que la rodean, contada con fines expiatorios y liberadores, como apuntan su inicio (‘Unfucktheworld’) y su final (‘Windows’). Y lo hacen de forma literal, cuando son los propios arreglos musicales (limitados a guitarras, baterías y algún teclado ocasional) los que dan forma, textura e intensidad al relato. Así, la percepción de que la otra persona ha dejado de estar ahí para ti queda plasmada en ‘High & Wild’, una especie de re-make de ‘All Tomorrow’s Parties’ que se inicia con languidez y va enmarañándose a medida que se suceden las evidencias de que algo está roto. La rabia de tener la certeza de que el otro «está cerca, pero no está conmigo» cobra vida en el single ‘Forgiven/Forgotten‘, un número de grunge noventero que podría haber firmado Liz Phair en sus mejores momentos. Quizá el más claro ejemplo de este lenguaje musical sea ‘Dance Slow Decades’, una especie de epitafio final de la relación en el que Olsen comienza musitando reproches para, poco a poco, ir cobrando fuerza hasta quebrarse y llorar por ese baile agarrado que podría haber durado décadas, solo porque conocía la canción.
Si algo queda claro es que, desde la máxima coherencia, Olsen huye de encasillarse en un solo registro. Prueba de ello son ‘Hi-Five‘, que inunda de ruido su clásica melodía country y logra encontrar el humor en lo patético cuando, charlando consigo misma, espeta: «¿estás sola? ¡Chócala! ¡Yo también!»; y ‘Stars’, una canción que podrían haber firmado Throwing Muses, con una fantástica letra sobre redirigir la furia para crear algo bello. Asistida por Congleton, la cantautora y su singular voz juegan con los ecos y el silencio, usando el factor espacial del sonido y el ambiente en una línea cercana a los primeros álbumes de Mazzy Star (en ‘Lights Out’, especialmente), logrando una sensación próxima al directo que transmite, sobre todo, honestidad y calidez.
Angel ya había demostrado que domina las distancias cortas, y aquí resulta especialmente demoledora en ese coto, pero ahí tampoco se limita a un solo palo: igualmente desarmantes resultan ‘White Fire‘, una letanía de tristeza coheniana, con letra dolorosa que mira con anhelo a un pasado inocente («miedo, sol, y tú, cuando no sabías que estabas equivocada, o cuánto lo estabas»); ‘Enemy‘, en la que un mínimo acompañamiento de guitarra permite a Olsen mostrar una voz hermosamente quebradiza, en uno de los momentos más emocionantes de esta potente obra; o la candorosa y breve belleza de ‘Iota’, con un delicioso sabor brasileño que envuelve en delicadeza unas líneas profundas que apuntan a lo hermoso que resulta que la imperfección de la vida nos obligue a revolvernos y luchar para ser felices. Y es que, por delante de la pena y el dolor, la esperanza se convierte en la idea fundamental del álbum, retratada maravillosamente en una final ‘Windows’ en la que Olsen canta: «¿estás ciega? ¿estás muerta? ¿o estás bien? Alguna vez hay que abrir una ventana. ¿Qué hay de malo en la luz?», dejándonos casi literalmente sin aliento.
Calificación: 8,2/10
Lo mejor: ‘Forgiven/Forgotten’, ‘White Fire’, ‘Hi-Five’, ‘Windows’, ‘Enemy’
Te gustará si te gustan: Sharon Van Etten, Marissa Nadler, Anna Calvi, Laura Gibson
Escúchalo: en NPR