‘Hermosa juventud’: desnuda ante la vida

-

- Publicidad -

‘Hermosa juventud’: desnuda ante la vida

hermosajuventud“No parece española”. Esta frase, que siempre se aplica en forma de elogio a las películas de directores tipo Amenábar o Bayona, a quien mejor le sienta en realidad es a Jaime Rosales. Desde su deslumbrante debut con ‘Las horas del día’ (2003) y su confirmación con ‘La soledad’ (2007), el cineasta barcelonés ha venido demostrando su sintonía con el cine más estimulante e inquieto que se viene exhibiendo en los festivales más importantes del mundo. No es de extrañar que, salvo la excepción de Almodóvar, Rosales sea el único director español al que últimamente prestan algo de atención en Cannes.

Después de pegarse un tiro en el pie con ‘Tiro en la cabeza’ (2008) -una película conceptualmente brillante pero de fatigoso visionado en un contexto de exhibición tradicional-, y otro en la sien con la afectada ‘Sueño y silencio’ (2012), Rosales, como él mismo ha declarado, ha vuelto a empezar. Mike Leigh, los hermanos Dardenne y, en especial, ‘La vida de Adele’ (2013) han sido invocados en la realización de ‘Hermosa juventud’. Cine naturalista, dolorosamente realista, pero que no cae ni en el panfleto político ni en el tremendismo melodramático; sino que, por medio de una mirada humanista, busca acercarse a una cierta verdad.

- Publicidad -

Como es habitual en él, Rosales vuelve a otorgar una gran importancia al dispositivo formal. La película mezcla varios formatos y texturas: la película de 16 mm, el vídeo mini-DV para las secuencias de “porno casero”, la webcam para las videollamadas por Skype y la cámara del smartphone en las escenas de comunicación por medio de redes sociales. Una combinación que aporta verosimilitud, dinamismo, y que permite al director utilizarla como herramienta narrativa; como forma de, por ejemplo, realizar elocuentes elipsis.
Pero la gran virtud de ‘Hermosa juventud’ (título que después de ver la película adquiere todo su valor polisémico) es la mirada que el director dirige a sus personajes. Por primera vez en su cine, el habitualmente distante Rosales se acerca a ellos: les golpea cuando es necesario y les acaricia cuando lo necesitan. Influenciado por el cine de su admirado Kechiche (no solo de ‘La vida de Adele’ sino también de ‘La escurridiza’), Rosales consigue que su retrato de la juventud proletaria española no parezca impostado. Gestos cazados al vuelo, charlas callejeras capturadas de forma que parecen espontáneas, conversaciones llenas de titubeos que parecen improvisadas… Un prodigio de naturalidad -de esa que solemos ver en el cine de los Dardenne pero que aquí parece tan difícil de emular- que no hubiera sido posible sin el excepcional trabajo de la ya segura próxima Goya a la mejor actriz revelación: Ingrid García-Jonsson. 8,5.

Lo más visto

No te pierdas