Ha dado comienzo la que podemos considerar, sobre el papel, la edición más completa de la historia de Sónar, un festival que ha sabido evolucionar como ninguno manteniendo una línea de programación que trae nuevos públicos pero que sigue resultando atractiva a su público más veterano. La vigesimoprimera edición dio comienzo en el recinto que se estrenó el año pasado, la Fira de Barcelona, al que no hemos tardado nada en habituarnos: mayor amplitud y comodidad en los accesos, y prácticamente las mismas dosis de encanto que el antiguo ámbito del MACBA que, por cierto, viéndolo ahora parece mentira que hace sólo dos años fuera el epicentro urbano de la música electrónica.
Nada más llegar, aprovechando las horas más relajadas de una programación extenuante que aglutina a más de 150 artistas en tres días, quisimos satisfacer la curiosidad que nos había despertado DESPACIO. Se trata de una instalación sonora formada por 7 torres de sonido, los míticos altavoces de válvulas creados por Macintosh dispuestos en círculo y coronados por una gigantesca bola de espejos. No sabemos bien a santo de qué, el techo estaba decorado con algo parecido a un planetario, formando en su conjunto una extraña suerte de cuarto oscuro cósmico, con bien de humo. A los platos, sólo con vinilos y haciendo más de selectores que de djs, James Murphy de LCD Soundsystem y los hermanos Dewaele de 2manydjs, que estarán seis horas diarias -¡seis!-, y a los que imaginamos bajando a la farmacia a por Berocca, el suplemento vitamínico de moda en el mundillo. DESPACIO es un remedio bailable contra los tiempos muertos, el homenaje definitivo a la escena club de los 80. Su música, muy variada por exigencias del interminable guión, nos sonó más a disco, y nos trasladaba a una interminable sesión de Larry Levan en Paradise Garage. El sonido, como podéis imaginar, era un espectáculo en sí mismo.
Teníamos muchas ganas de volver a pisar el fino césped artificial de Sónar Village, marca de la casa, y la primera ocasión fue con MØ. La cantante danesa vino a presentar su único trabajo hasta la fecha, con ramalazos pop, electro, funk o hip hop, quizás con más acierto que en las actuaciones del año pasado en nuestro país. La nórdica derrochaba simpatía y frescura bajo el fuego que caía del cielo en las primeras horas de la tarde, e hizo bien de entertainer bajando a cantar entre el público o tirándose en plancha, lo que por cierto anuló nuestras esperanzas de que terminara con su versión de ‘Say you’ll be there’ de las Spice Girls. Poco después llegaba al mismo escenario la gallega BFLECHA, a la que también teníamos ganas. Belén Vidal apareció sola, con dos teclados, y sólo se hizo acompañar en momentos puntuales por un rapero y un saxofonista que le ayudó a cerrar su show. Ni la hora ni el escaso conocimiento que parecía tener de ella el público del Sónar jugaron a su favor, pero defendió su repertorio con bastante seguridad y con una estética más elegante y madura de la que habíamos imaginado.
Llegamos justo a tiempo al precioso recinto de cortinas rojas de Sónar Hall para comprobar que la fama de genio que ostenta Nils Frahm con el piano es bien merecida. El alemán desgranó su abultada discografía prestando un espectáculo intenso, con una deslumbrante técnica y con una pasión que fue correspondida con una larguísima ovación del público.
Había un escenario nuevo, mucho más fresquito y con cortinas azules que pegan con los colores corporativos de la Red Bull Music Academy, responsable de la programación del Sónar Dôme. Chris & Cosey firmaron uno de los mejores momentos de la jornada. Leyendas del sonido industrial de los 80, pioneros en la mezcla de techno con acid house, su veteranía y el haber formado parte de bandas míticas como Throbbing Gristle o Carter Tutti son apuestas seguras en su espectáculo. Y esa seguridad en el escenario se notó, formando el engranaje de un sonido vibrante y profundo que atrapó sin remedio a los numerosos devotos allí congregados. No le ocurrió lo mismo a Andrew Fletcher de Depeche Mode, al que teníamos justo al lado y que abandonó el recinto a los diez minutos de comenzar el show, con cara de disgusto.
Ben Frost consiguió abarrotar el gran teatro de Sónar Cómplex. Presentaba su último trabajo, el recomendable ‘A U R O R A‘, acompañado por dos baterías que dibujaban el esqueleto rítmico de un sonido denso y envolvente, creado mediante capas superpuestas que, con algunas pausas pero sin silencios, hicieron vibrar, literalmente, las butacas de este gran teatro y dejaban al público alucinado ante la contundencia de su propuesta. También fue tarea difícil entrar en el gran Sónar Hall. Trentemøller fue sin duda uno de los grandes reclamos de la jornada. El propietario del flequillo más famoso de Dinamarca, oculto bajo un sombrero para nuestra decepción, ejerció de director de orquesta para una banda clásica, con un sonido que parecía tirar hacia el garage, el surf, a ratos asemejado a lo que podría ser la sintonía perfecta de una nueva familia Addams. Poco que ver con su faceta inicial como productor de música electrónica. El público estaba totalmente entregado a la causa. Si ya son infalibles canciones de su repertorio como la genial ‘Candy Tongue’, la decisión de añadir la melodía del ‘Lullaby’ de The Cure con su tema ‘Moan’ terminó por hacer explotar la catarsis colectiva en un concierto inolvidable.
Y, para el final, durante la última hora de la jornada del jueves, todo el Sónar fue para Plastikman, fruto del matrimonio estable y feliz que Richie Hawtin mantiene con el festival. Venía para presentarnos ‘EX’, un disco en directo grabado en el Guggenheim de Nueva York y que ha salido esta misma semana, un trabajo que fue reproducido aquí de principio a fin. Para esta ocasión tan especial, única en el mundo, Richie Hawtin ocupaba una estructura junto al público sobre la moqueta de césped del Sónar Village y, enfrente, se situaba un gran obelisco de LED que interactuaba con el sonido. Su actuación transcurrió sin sobresaltos, no fue decepcionante pero tampoco consiguió sorprendernos demasiado: llevábamos ya muchas cosas vistas durante el día, y la verdad es que la estructura visual era demasiado parecida al salvapantallas del iTunes. En cualquier caso, fue un digno colofón de una jornada inaugural que ha sido la más potente de su historia. ¿Os acordáis de cuando el jueves era el día flojo? Pues eso forma parte del pasado.
Texto: Sr John, Txema.
Fotos: Juan Sala, Ariel Martini.