Durante el segundo día ya teníamos la certeza de que el protagonista del 101 Sun Festival era el sol, pero también el ‘indie’ entendido como género musical y las guitarras como instrumento protagonista. Sin embargo, la segunda noche dio la sensación de ser más completa y mejor armada, con equilibrio entre las bandas de reclamo popular como Amaral o Crystal Fighters y los que ofrecieron una propuesta exigente y personal de manos de Temples o BRMC.
Los primeros conciertos eran aperitivos que apenas duraban 30 minutos. Nada que objetar ante propuestas interesantes como las de Fila India o We are Standard, pero no parecieron sentirse del todo cómodos en ese horario. Sorprendieron gratamente Grises; los vascos, con su épica ‘teen’ y sus letras vitalistas, presentaban su último disco, que inaugura una nueva etapa en Sony. Las canciones quedaron muy fluidas y bien interpretadas, todas mejoran en un directo eficaz en el que se incluyen elementos electrónicos que hacen más atractiva la escucha. Sin duda, la suya fue una de las actuaciones que más sorprendieron a una audiencia quizás escasa, pero entregadísima al derroche de eslóganes que inundan sus letras.
Según en qué estado te encuentres, un concierto de Russian Red en un festival puede ser un bajón de dimensiones considerables o un momento para dejarse intimidar por la candidez (o languidez, según se mire) de sus composiciones. En este caso nos inclinamos por la segunda opción, en parte gracias a la banda que acompaña a Lourdes Hernández en sus conciertos, que se hacen eco de la producción cada vez más sofisticada de sus trabajos de estudio. Como era de prever, las canciones nuevas de ‘Agent Cooper‘ no tuvieron la misma aceptación de su imprescindible ‘Cigarettes’, capaz de hermanar a la audiencia que, poco a poco, se iba levantando del césped.
Uno de los momentos más inaccesibles llegó con los madrileños Toundra: post rock de réquiem para las ocho de la tarde. Canciones larguísimas y más guitarras entregadas a un noise saturado que hicieron las delicias de sus admiradores, conscientes que bajo un estilo tan trillado se esconden gratos destellos de genialidad y un sólido virtuosismo instrumental. Y entre tanto vaquero y tanta camiseta, Temples aportaron una nota de color y dieron la bienvenida a una preciosa noche de luna llena con su psicodelia suave. Su presencia escénica nos deslumbró por su actitud, por sus pintas, por esos pelos y por lo conectados que en todo momento estuvieron con el público. De hecho, ese día era el cumpleaños de su cantante («cumple quince», bromeó el bajista) y vaya si lo celebraron. Los británicos desgranaron con estilo su único trabajo largo, ‘Sun Structures‘, que demuestra que ofrecer un buen producto no siempre va ligado a crear algo nuevo. Canciones con estribillos pegajosos, buenísimos riffs y excelente acogida de singles como ‘Mesmerise’, ‘Keep In The Dark’ o ‘Shelter Song’.
Como viene siendo habitual, lo primero que sonó en el concierto de Amaral fue una canción de la Velvet Underground: la voz de Nico en ‘All tomorrow’s parties’ resultó ser el trance perfecto para después de Temples, y volvió a poner de manifiesto que los zaragozanos tienen un gusto musical que excede a su propio producto. Creo que no hubo ni un solo grupo en este festival que no alabara a la ciudad de Málaga, a su clima o a su gastronomía, pero Eva Amaral fue sin duda la artista más agradecida y se mostró encantadísima de pisar ese escenario. Enseguida sonaron ‘Kamikaze’ y todas estas canciones propias tan reconocibles, tan suyas como ‘El universo sobre mí’, ‘Sin ti no soy nada’ o ‘Cómo hablar’, temas a los que resulta difícil no sentirse atraído de alguna manera. Puede que se conecte más o menos con ellos, pero lo que siempre queda claro es que Amaral es una banda que se ha ganado el respeto y el cariño del público propio y ajeno gracias a la honestidad que siempre han demostrado en toda su carrera. Incluso cayeron un par de adelantos a su próximo disco, canciones aún sin bautizar y que no parecen tan reivindicativas, y uno de los pocos «bises» propiamente dichos de la jornada, que ya acumulaba un retraso que tendría consecuencias más adelante.
Como un as bajo la manga, todavía nos quedó otro momento memorable para esta primera edición. Una guitarra, un bajo y una batería son suficientes para que Black Rebel Motorcycle Club derrochen un espectáculo original y genuinamente americano, con el paso firme de una banda que tiene en el directo su mejor baza, el espacio natural de un sonido pantanoso que ha permanecido prácticamente intacto en sus siete trabajos de estudio, como una reliquia. Con unos pocos elementos, BRMC son capaces de resucitar el espíritu del rock en pleno 2014 con canciones como ‘666 conducer’ o, precisamente, ‘Whatever happened to rock and roll’, trasladándonos desde el estadio de atletismo hasta una taberna de motel de carretera gracias a la distorsión y a una batería que da empaque al conjunto. El final con ‘Spread your love’ fue apoteósico y nos dejó con ganas de más.
Unas ganas con las que algunos nos tuvimos que volver a casa, aunque sospecho que los que nos resistimos a los encantos de Crystal Fighters fuimos minoría. O eso, o el público aceptó de buena gana su propuesta con el convencimiento de que quedaba poco tiempo de festival. Quince segundos de ‘Solar system’ fueron suficientes para encender la mecha, que a estas alturas ya estaba empapada de combustible. Con su habitual parafernalia hippie, sus melodías de anuncio, las plumas y sus estampados tan de Desigual, los británicos dieron muestra de sus canciones a las que quizá les pese demasiado la voluntad de convertirse en himnos. El público pasó por el aro y coreó a gritos cada uno de los «oé oé» como si estuvieran animando a su selección en Maracaná. Aparentemente algo perjudicado, el cantante elaboró un discurso trasnochado sobre la luna, la percepción y la paz mundial, como si Aldous Huxley en persona se le hubiera aparecido en los camerinos. Su actuación sirvió de despedida porque a partir de entonces nada salió bien. Tras un silencio de diez minutos y un retraso de más de treinta, en el mismo escenario aparecieron Kill the hipster, que empezaron una sesión enlatada, absurda y sin gracia. Para colmo, el sonido salía sólo de los monitores que estaban situados en el escenario, aunque su «sesión» duró poco más de quince minutos, un detalle de la policía municipal, que acechaba al festival con un acoso policial de campeonato: controles en los accesos, multas por beber en la calle y por supuesto corte del sonido imperativo a las 3:30, ni un minuto más.
Los municipales, como programadores involuntarios, también fueron responsables de que los conciertos del domingo en el centro cultural de La Térmica se adelantaran una hora, y en sus jardines nos rifábamos las sombras. Sin duda, mereció la pena armarse de valor y aguantar el calor: si el sábado sobresalieron Second (gran momento el de ‘Rincón exquisito’) y el vocoder de The Royal Concept, el domingo fue el día para que Dorian, el grupo sorpresa que nos tenían preparado, pusieran el broche final a estos tres días de música. Justo antes actuaron Lisa & The L.I.P.S., el nuevo proyecto de la vocalista de The Bellrays, Lisa Kekaula, una especie de Lola Flores negra que también nos sonaba por sus colaboraciones con Basement Jaxx o The Crystal Method. Su enérgico y divertidísimo soul rock lleno de versiones fue la recompensa definitiva al esfuerzo del público ante quizás el concierto más bailable de todo el festival y que no habría desentonado a cualquier otra hora, porque son estupendos. Poco después, Marc de Dorian dedicaba el concierto a los asistentes, unas 700 personas (en total 22.000 los tres días), «los campeones del 101 Sun Festival». Las altas temperaturas no impidieron que hicieran gala de su oscuridad. Con unos problemas de sonido menores y que sólo afectaron al teclado de Belly, el público, que se sabía selecto, se entregó a su repertorio, desde ‘Te echamos de menos’ hasta las consabidas ‘A cualquier otra parte’ o ‘La tormenta de arena’, canciones ideales para una despedida.
La continuidad del 101 Sun Festival, que tiene a la ciudad de Málaga como principal reclamo, ya está asegurada por los organizadores. Tras una primera edición correcta en el apartado técnico y con buenos momentos en lo artístico, parece evidente que tendrá que ampliar el abanico de estilos de música y quizás plantearse si la ubicación elegida es la más adecuada. Sobre todo si quieren parecerse al FIB que, según dicen, es el espejo en el que quieren mirarse. Nosotros, sea cual sea su decisión, lo seguiremos de cerca.