El pasado fin de semana saltaban las alarmas, después de que varios usuarios anunciasen problemas de conexión, y de que Torrent Freak confirmase que Netflix había empezado a eliminar la posibilidad de conectarse a su servicio a través de un proxy, DNS o una VPN. Esto bloquearía, de entrada, a los usuarios que se conectan a la plataforma desde un país en el que de momento no está disponible, dejando fuera -por supuesto- a los usuarios españoles; pero también a aquellos mexicanos o británicos que prefieren contar con el catálogo estadounidense y no con el que se aplica a sus países.
Aunque Torrent Freak atribuía este hecho a un reciente acuerdo de Netflix con Sony Pictures, que obligaba a la plataforma a deshacerse de lo que se denominan «proxy pirates», parece ser que el asunto en cuestión no es más que un enorme malentendido. Aun así el acuerdo existe, y no es descabellado pensar que el servicio de vídeo bajo demanda tomará medidas antes o después contra estos piratas del proxy. Pero que la terminología no os lleve a error, hablamos de personas que usan un servicio que de momento no está disponible en sus países, pero que lo pagan religiosamente, mes a mes. ¿Dónde está el problema entonces? ¿No quiere la industria que paguemos por los contenidos que disfrutamos en Internet?
Es ahí donde está el quid de la cuestión. Mientras que a cualquier empresa, del tamaño que sea, se le exige hoy en día competir en un mercado global; productoras, distribuidoras y sociedades de derechos de autor siguen ajenas a este hecho, empeñadas en mantener un arcaico sistema feudal. Las distribuciones se hacen por regiones, y el pago y los precios de los derechos de autor se convierten en un auténtico dolor de cabeza, amén de que las televisiones locales presionan para que las plataformas de vídeo bajo demanda disminuyan incluso la calidad de los servicios que prestan. No es la primera vez que la industria se dispara en el pie: ahí está, por ejemplo, esa noticia reciente en la que los proveedores de contenidos exigían a Yomvi y a Wuaki TV desactivar la tecnología AirPlay y la reproducción «física» (mediante la conexión de un cable), impidiendo que estos servicios de vídeo bajo demanda puedan visionarse en un televisor. O, mirando un poco más allá, basta con echar un vistazo a YouTube en Alemania, que bloquea prácticamente todos los contenidos musicales debido a una estricta legislación de propiedad intelectual.
Es así como, mientras que la industria sigue utilizando el recurso victimista, muchos usuarios que desean pagar se ven obligados a saltarse las restricciones de alguna u otra forma, o incluso no pueden pagar en absoluto. Ahí está, por ejemplo, un caso reciente que sufrí en mis propias carnes: después de vagar por Internet descargando archivos de una calidad mediocre de una de las series del año (‘Transparent’), al segundo capítulo hice lo que para mí era más obvio: ir a comprarla directamente a Amazon. Y ahí empezó una travesía en el desierto, porque en Amazon España la serie no está disponible, y en su versión estadounidense exige una cuenta Premium, pero la española (a la que estoy suscrito) y la americana son incompatibles. Resultado: terminé usando BitTorrent.
¿No sería más fácil centrar los esfuerzos (de todos) en desarrollar una plataforma de vídeo bajo demanda que pueda satisfacer a la mayoría de las partes en lugar de poner límites absurdos? Porque sí, es verdad que en España contamos con varios servicios VOD en los que acceder a contenido pagando por él pero, ¿por qué no han llegado a ser populares para el público en general? Pues porque están a años luz en contenido o en servicios, pero desgraciadamente no en precio. Ahí está Movistar Series, de reciente aparición y una de las más prometedoras en el mundo de los contenidos para la pequeña pantalla, pero que todavía cuenta con un catálogo pequeño, que no alcanza ni las cincuenta series (eso sí, hay algunas de estreno, y eso hay que reconocérselo). Un problema similar tiene Wuaki TV. Filmin, por su parte, tiene un catálogo muy digno, aunque quizá bastante enfocado al cine independiente siendo inaccesible a veces para el gran público. El más avanzado es Yomvi, pero su infernal sistema de paquetes confunde al usuario a la hora de la contratación, además de que no prestan todos los servicios necesarios: sus contenidos no se pueden reproducir en la televisión, la versión original no está disponible en todos sus contenidos (!) y cuando lo está, a veces es sin subtítulos (!!). Eso por no mencionar lo confuso de la información que hay en sus páginas, en las que es prácticamente imposible saber qué series están en catálogo y a cuáles se accede pagando un extra.
Suponemos que lo de diseñar un servicio accesible vía Smart TV (y Apple TV, Chromecast, Xbox y similares) con una tarifa plana, en la que todo el contenido esté disponible con opciones de audio y subtítulos y con un catálogo variado (series, cine independiente, taquillazos comerciales, cine infantil y de animación…) debe de ser un trabajo titánico en este país. De lo contrario, esta obcecación es incomprensible. ¿Cambiará algo la evaluación oficial que el Parlamento Europeo ha encargado al Partido Pirata sobre la Ley de Propiedad Intelectual comunitaria? Solo el tiempo lo dirá.