La organización del Sónar indicó el mismo sábado por la tarde la estimación oficial de asistencias: 119.000 (que no es lo mismo que número de asistentes ya que cada uno de nosotros puede contar varias veces incluyendo el día del concierto inaugural de The Chemical Brothers para unos 14.000 invitados). Si el festival ha tocado techo de asistencia o todavía le queda crecimiento es algo que tendrán que dilucidar sus responsables. Lo que está claro es que el sábado aglutina en sus dos versiones –día y noche- el mayor número de visitas. Durante el día no sabes si la gente que te rodea viene de varios días de empalmada o ha dedicado sus ahorros justamente a esa media tarde. Es un misterio que se resuelve con una mirada fija y buen olfato.
Eso mismo, mirada fija y buen olfato, era lo que había que tener para no perder el hilo en la excelente actuación del Niño de Elche, que se llevó los mayores elogios del bloque diurno para sorpresa de muchos, con uno de los pocos conciertos con mayoría de público nacional. El cantaor no acudió al Sónar a defender su notable ‘Voces del extremo‘, sino que ofreció un recital único que aunaba flamenco de raíces y electrónica ravera con la colaboración de miembros de Pony Bravo y de Los Voluble, un dúo de artistas audiovisuales surgidos al calor del recientemente extinto festival ZEMOS98 de Sevilla. ‘Raverdial’ es un espectáculo asombroso, que señala la impureza de las bases del flamenco para potenciar aún más la capacidad de experimentación del cante. Los verdiales, el palo más antiguo del flamenco, con un ritmo rápido que tiene sus raíces en la fiesta campesina de los montes malagueños, aparece aquí relacionado con el fenómeno rave, con unos orígenes tan fiesteros como el verdial y tan espontáneos como la hierba. Las imágenes contenían una importante carga política, criticando los estereotipos del folklore andaluz como objeto de consumo. Las letras fueron igualmente críticas y sugerentes: estribillos tóxicos que se repetían en forma de eslóganes como la frase de Nietzsche “un poco de veneno de vez en cuando produce sueños agradables”. El tramo final, con Francisco Contreras simulando movimientos de mandíbula de intoxicación pastillera, arrancó los aplausos espontáneos de una audiencia fascinada, incidiendo en aquello de “la repetición conduce al éxtasis” que describe el estado de trance de los verdiales provocado por el ritmo, pero que también podría aplicarse a la electrónica fiestera. El Niño de Elche es un verdadero hallazgo, alguien que dará que hablar gracias a su capacidad de poner el cante flamenco patas arriba.
Nada mejor para salir del éxtasis verdialero que el contrapunto de hip hop de Denis Jasarevic bajo el nombre de Gramatik. Aunque no sería justo encasillarla en un solo género, su propuesta barajando terrenos como el jazz, el rock, el techno o el funk vino como anillo al dedo en el SonarVillage. Sus acompañantes se emplearon a fondo tirando de guitarras afiladas en ocasiones, o de instrumentos a los que estamos menos acostumbrados como el saxo, en lo que resultó ser un entretenido encuentro de la electrónica de sintetizadores con la instrumentación clásica.
Si en muchos conciertos, como en los de The Chemical Brothers o Double Vision, vimos cómo el triángulo con el vértice hacia arriba era el símbolo subliminal por excelencia, en el espectáculo de Evian Christ el cuadrado fue el protagonista evidente. El británico, con el sistema de luces y humo ideado junto a Emmanuel Biard, supo ejecutar de manera impecable una de esas actuaciones en las que arte visual, música y tecnología van atadas a un mismo cabo. Una creación de beats futuristas, r&b y hip hop con pocas muestras vocales que acaparó toda la atención de los que asistimos al SonarHall, y donde no faltó ese imponente hit inmediato que es ‘Fuck It None Of Ya´ll Don´t Rap’.
En las últimas horas del día no encontramos nuestro lugar en el recinto y caminamos de un lado a otro como vaca sin cencerro. Teníamos muchas ganas de ver a Bomba Estéreo y, siendo sinceros, el resultado fue correcto, sí, pero no había nada allí que se pareciera a la explosión de cumbia y de colores que teníamos encerrada en nuestra imaginación. Las expectativas suelen ser malas compañeras de fiesta. Desde luego que el sonido no ayudó a su lucimiento: ni el volumen, menos potente que nuestra propia voz, ni una ecualización que acusó una escandalosa falta de graves que disuadía el baile. El SonarVillage estaba abarrotado de gente hablando de sus cosas. Sin pena ni gloria, fue circulando ante nosotros un desfile de hits potenciales sin oxígeno, desinflados por la poca contundencia de una instrumentación demasiado analógica y sin brío.
La jornada diurna nos supo a poco, pero ahí estaba esperándonos la noche del sábado, un territorio mucho más amplio espacial y conceptualmente, donde tienen la misma cabida la electrónica de autor que los ritmos poligoneros. La baza de FKA twigs, con gran parte del terreno ganado tras la publicación de su álbum ‘LP1’, no es otra que la estimulación. No sólo en lo musical, sino también en cuanto al baile, marcando un ritmo lento pero intenso. La idea no es otra que desplegar lo mínimo dando los señuelos justos para acaparar los cinco sentidos, porque el oído no es el único destinatario de una propuesta tan personal. Sin las visuales de Jesse Kanda, pero con tres percusionistas a los que costaba quitar ojo mientras tejían microbeats, la actuación de la británica mantuvo al público controlado en cuanto a silencios, propiciando el clímax, y evitando cualquier instinto mecánico de hacernos bailar canciones como ‘Water me’ o ‘Pendulum’. FKA twigs va camino de convertirse en una diva de la talla de Sade o Prince, a los que reivindicamos para futuras ediciones del festival.
El concierto de los míticos Duran Duran llegó con 20 escandalosos minutos de retraso, un gesto que al público le costó perdonar durante la primera mitad de su actuación. Empezaron sin dar las buenas noches con un arranque fortísimo gracias a tres de sus mayores hits: ‘Wild boys’, ‘Hungry like the wolf’ y ‘Notorius’, aunque la audiencia respondió con frialdad. Hay quien pensó que ya habían disparado el grueso de su munición, pero todo el mundo conoce más canciones de Duran Duran de las que sospecha. Aquí es inevitable comentar el esmerado trabajo de conservación de sus integrantes -sobre todo del líder Simon Le Bon-, pero el caso es que su sonido parecía sometido también a un tratamiento de conservación por determinar, quizá con los graves notablemente ampliados para recordarnos, por si se nos había olvidado ante tanta melancolía, que estábamos en un festival de música electrónica. Por lo demás, todo sonaba intacto. Siguieron soltando más éxitos, ya con la complicidad de sus acólitos, y resultaron emotivas las representaciones de ‘Ordinary world’ o de ‘Come undone’, ambas interpretadas con la precisión que aporta la experiencia. Para entonces ya habían ganado a la audiencia, que palmeaba y vociferaba estribillos. Todo estaba perdonado. Escuchamos que el concierto había sido aburrido. A nosotros, que no somos precisamente fans de Duran Duran, no nos lo pareció en absoluto. Podría haber sido peor: podrían haber tocado canciones nuevas, o tirar por los temas más desconocidos, como hicieron Roxy Music aquí mismo hace algunos años. Puede que esta actuación no pase a la historia del grupo, quizás sí a la del Sónar, compitiendo en ese exquisito mundo jurásico que el festival viene trayendo desde hace tanto tiempo. Pero definitivamente el concierto quedará en la memoria de sus admiradores. Los demás podremos decir que hemos visto a Duran Duran en directo, y que nos lo pasamos bien.
Quien no se lo pasó tan bien fue Erol Alkan, que no sólo fue la principal víctima del retraso de los new romantic, sino que también sufrió un apagón de sonido que fue uno de los mayores cortes de rollo de la noche. Una lástima, porque estaba tejiendo una sesión bailable, más sencilla de lo que podría pensarse, y le costó recuperar el ritmo.
The Chemical Brothers actuaban por segunda vez en esta edición en el mismo SonarClub, esta vez masificado, con una temperatura altísima y una humedad incompatible con la vida: el combo perfecto para una sauna. Con veinte trallazos audiovisuales, el concierto fue más largo que el que dieron el jueves pero igualmente eficaz, manteniendo intacta la capacidad de contentar a todo el mundo: los hits nuevos, los robots, y otros trucos hicieron que hasta los más acostumbrados a su show, una de las exhibiciones visuales más espectaculares de la música electrónica, salieran contentos, pero empapados de sudor. Con los mismos calores recibimos otra sesión: ya nos habría gustado que Scuba, al igual que Jamie XX, hubiese venido a presentar su último trabajo editado. Su sesión en SonarClub, con toda la efervescencia química por las nubes, supuso la confirmación de que está en el momento de mostrar lo mejor de sí mismo. Está ya entre lo mejor de la escena contemporánea, además de publicando material propio, elaborando sets con recursos ajenos de alto octanaje, en los que alterna minimalismo house y deep techno y nos mete en su bolsillo con ganchos como ‘Why You Feel So Low’ de ‘Claustrophobia‘. Como no le quitábamos los ojos de encima, notamos que le dieron varios avisos para que terminara su sesión, pero al final su despedida se produjo de manera repentina, con otro corte de sonido radical. “Voy a estar aquí hasta que me echen”, suponemos que pensó. No nos habrían importado algunos minutos más, porque dejó el listón bien alto.
Poco se habla en los últimos años del SonarCar, el escenario de los coches de choque que es al Sónar lo que el contestador de Siglo 21 de Radio 3: a muchos no les gusta, pero el festival no sería el mismo sin él. Más que un escenario, SonarCar es una instalación situacionista. Allí vimos el viernes un trozo de la durísima sesión de Francesco Tristano. El sábado llegó el turno de los controvertidos Pxxr Gvng, sobre los que tenemos opiniones encontradas. Cuando hacen reggaeton no nos gustan nada, pero cuando tiran por su vertiente más trapera, con unas letras que hablan de su vida con autenticidad, la verdad es que tienen su gracia. El vínculo con Mala Rodríguez suma un nuevo punto a su favor. La rapera subió al escenario con ellos para presentar un single conjunto, ‘Mátale’ (recordamos que ‘Egoísta‘ está producido por el integrante Steve Lean). Tampoco tienen complejos a la hora de subir al escenario a todos sus colegas (en algún momento hubo hasta 20 personas sobre las tablas) y utilizan bases inusuales, como ‘It’s a fine day’ de Opus III o ‘Barbie girl’ de Aqua, dos canciones que habrían sido intocables para los raperos de la vieja escuela. Los asistentes al concierto no se parecían en nada a su habitual quizá porque, como nos dijeron unas grupies que estaban en la puerta del SónarNoche, “los auténticos fans de Pxxr Gvng no tienen dinero para comprarse la entrada del Sónar”.
Siendo la última noche y tras actuaciones tan futuristas como FKA twigs en cuanto a sonido, Evian Christ en cuanto a proyecciones y sistemas de iluminación, o incluso Arca en la jornada inaugural; resulta complicado ver algo que impresione, pero eso cambió con el show que propuso Flying Lotus. Su típica amalgama de ritmos sincopados y bajos demoledores venía esta vez dentro de un cubo de pantallas 3D desde cuyo interior se podía ver a FlyLo. O, mejor dicho, intuíamos su silueta a través del cubo de pantallas, donde permanecía con unas gafas luminosas a modo de abeja obrera en la colmena. Fue excelente el trabajo de presentación de ‘You’re Dead’, modificado y refinado para adaptarlo junto a los artistas visuales Strangeloop y Timeboy. ¿Y en cuánto a sonido? Lo abstracto del toque de jazz electrónico que le caracteriza incita a recuperar con urgencia su discografía.
Ver a Pional siempre es un gustazo, ya sea en su faceta de dj o en directo. Además, supo cómo mantener al público -favorecido por un horario con poca competencia- y el escenario SonarLab le vino como anillo al dedo. Su electrónica sintética y emocional se encontraba con un house suave y bases rítmicas estables, en un viaje de beats llanos, sin sobresaltos, sin subidas ni bajadas, pero sí con un halo de misterio e intimismo. La actuación tuvo como broche final ‘It´s all over’, con el fondo de las imágenes de su vídeo en pantalla, un reto que fomentaba cierto poso de melancolía tecno en los últimos coletazos de la última noche de fiesta.
Para terminar, nos abalanzamos sin dudarlo a la sesión de Laurent Garnier, que es el responsable de las salidas de sol más míticas de la historia del Sónar. Teníamos todavía el poso de hace dos años, cuando Garnier destripó la historia de la música electrónica con una sesión hito. Se le exige mucho, y esta última sesión se nos antojó rutinaria y falta de sorpresas, como una mera repetición de lo que lleva haciendo toda su vida. Pero esto no es un reproche: el Sónar es toda una experiencia vital de tres días de inmersión en la cultura electrónica. Año tras año, han construido una especie de presente continuo dedicado a satisfacer a su público exigente. Las repeticiones no hacen sino afianzar esa sensación de atemporalidad de un evento que más que un festival es un estado de ánimo. Txema, Sr. John.
El próximo Sónar Barcelona se celebrará los días 18, 19 y 20 de junio.
Fotos: Ariel Martini, Fernando Schlaepfer.