No parecen temer instituciones privadas, como Caixa Forum con la reciente programación de Nosaj Thing, o públicas, como el Ayuntamiento de Madrid –de forma discontinua en Matadero- o este pasado fin de semana en los Veranos de la Villa con Tim Hecker y Vessel, apostar por propuestas musicales más complejas, sobre todo por no ser mayoritarias entre el público. Una propuesta audaz que puede llevarles a rivalizar con La Casa Encendida, por unos precios muy asequibles y la dificultad de hacerse con una entrada por un aforo bastante reducido; o con Espacio Fundación Telefónica, que parece descolgarse un poco últimamente, ante la falta de nueva programación, tras el éxito de asistencia con actuaciones como de las de Bflecha, Dj Food o Moiré.
En la primera noche, previamente a Vessel, tuvimos a Óscar Barras empleando toda una maquinaria atronadora que se podía oír desde fuera del Pabellón Satélite de la Casa de Campo a medida que íbamos llegando. Una demostración de fuerza encaminada a la explosión y el estruendo. Un pasaje gélido y de emociones fuertes como la actuación del británico Vessel, que estuvo apoyada, llamativamente, por visuales en blanco y negro, inicialmente con imágenes de una chica semidesnuda, recordando vagamente a ‘Psicosis’ de Hitchcock por lo hipnótico y por estar rodado en un baño, para después derivar junto a un individuo desdentado en una relación más violenta y en un ambiente más industrial. En lo musical apenas cincuenta minutos, incluido un bis muy solicitado, con una parte central un tanto embrollada que se despejó hacia el final. No faltaron los dos temazos que son ‘Red Sex’ y ‘Anima’. 7.
En la segunda velada, Tim Hecker comenzó con F-On como telonero. El madrileño, actualmente involucrado en el proyecto Downbeat que tiene por objetivo reanimar la escena house, se encargó no precisamente de caldear el ambiente minutos antes de la actuación del canadiense: minimalismo extremo bajo la omnipresencia de sonidos nítidos, con la clave de captar la atención del público más que de prepararlo a nada. Sin duda un acierto ante el comienzo que desarrolló Tim Hecker, una sugerente propulsión de sonidos que, repicando unos con otros, crecieron como un despegue. Velocidad de crucero que se mantuvo en los apenas cuarenta y cinco minutos de actuación. No faltaron las secuencias pregrabadas e inspiradas en música sacra de ‘Love Streams‘, la influencia post-‘Yeezus’ en las que las capas instrumentales se diluyen para sonar todas a la par, o los desacordes incómodos al oído pero gratificantes para el enajenamiento mental. Si el día anterior la destreza estaba en el choque y el vapuleo, con Hecker las tornas cambiaron en la segunda jornada por un armazón mucho más complejo. A pesar de negarnos un bis al poco más del centenar de asistentes, incluido un señor mayor con sombrero de paja que llevó su silla plegable para sentarse, no nos quedó mal sabor de boca ni ganas de baile. Ni falta que hizo… 7,5.