Igual que el protagonista de ‘Tarde para la ira’, Raúl Arévalo no va de farol. Su debut en la dirección es tan sólido como el cabezón del Goya que se va a llevar como mejor director novel. El actor de ‘La isla mínima’, de cuyo rodaje seguro que sacó muchas lecciones, ha realizado un thriller enérgico y contundente que nada tiene que envidiar a los de Alberto Rodríguez o Enrique Urbizu, los dos grandes del género en España.
‘Tarde para la ira’, título de resonancias bíblicas al que se le pueden aplicar varias y jugosas lecturas, es una historia de violencia tan seca y áspera como el paisaje castellano y de extrarradio donde se desarrolla. Una mezcla mostoleña entre Peckinpah y el “cine mesetario” de Saura y Mario Camus (la banda sonora remite a la de ‘Los santos inocentes’) rodada como quien pide hoy un gin tonic de Larios: en 16 mm. Con un par.
Arévalo demuestra tener oído para la conversación de bar y vista para elegir escenarios con poder de sugerencia y peso dramático. Los gimnasios de barrio, los bares de la esquina, las verbenas de pueblo… Aunque a veces se le vaya la mano con el costumbrismo, y tanto los actores como la dirección artística sobreactúen un poco (por exceso de locuacidad o de laconismo), la potencia narrativa que exhibe el director consigue disimular esos defectos. O, por lo menos, que el espectador no se los tenga en cuenta.
La película tiene una progresión dramática sensacional. Al principio te pega un tiro en la pierna, luego te pisa la herida durante una hora y, para acabar, te remata en el suelo. Los personajes son tipos duros, pero no esquemáticos. Su psicología es compleja, y su moral ambigua. Entiendes sus motivos porque son vulnerables. Quizá sea pronto para la loa, pero ‘Tarde para la ira’ será casi seguro una de las películas españolas del año. 8.