10 años ya -parece mentira- de aquel formidable primer single de Marissa Nadler, ‘Diamond Heart’, que la establecía instantáneamente como la reina del folk-pop etéreo norteamericano, anticipándose a otras artistas que acabarían ahondando en su folk reverbcore o imitando su característica forma de cantar (Chelsea Wolfe, Sharon Van Etten), en algunos casos logrando bastante más notoriedad. A Marissa seguramente no se le escape la ironía que supone que gran parte de las críticas de este ‘Strangers’ la hayan comparado a Lana del Rey; quizá sea cierto que, como cantó en su anterior disco, «If you ain’t made it now, you’re never gonna make it» y que el mérito se lo acaben llevando otros. Cierto es también que, a su vez, el sonido Nadler no nace de la nada, que tiene una raíz clavada en el pop ambiental de Julee Cruise o Mazzy Star, otra en el torbellino de gasas vocales de Kate Bush, y la más grande en el inmenso páramo del southern gothic. Lo cierto es que en los siete elepés que ha publicado desde el 2004 su trayectoria ha sido siempre impecable, refinando cada vez un poco más ese sonido melancólico, ligeramente fúnebre, y ya inconfundible.
Frente al frágil y desnudo ‘July’ (2014), en ‘Strangers’ Nadler aumenta exponencialmente las posibilidades expresivas de las canciones con arreglos de banda completa: guitarras, baterías y otros ornamentos enriquecen enormemente gran parte de las once canciones, consecuencia de la producción de Randall Dunn. Porque posibilidades tiene desde luego esta colección de nuevas composiciones, casi todas con un nivel compositivo y melódico para aplaudir. Pero son, como digo, los novedosos arreglos los que elevan las canciones a otro nivel: desde la sublime ‘Katie I Know’, con su ritmo marcial, mellotrones y voz sampleada, hasta los sintetizadores distorsionados de la hermosa y desoladora ‘Hungry Is The Ghost’. Alternando entre estas piezas más elaboradas aparecen diseminadas pequeñas miniaturas acústicas (‘Skyscraper’, ‘All the Colors of the Dark’) que son como momentos de calma en la oceánica tormenta de sentimientos que supone la mayor parte del disco. Calma sonora, que no emocional (‘Skyscraper’ casi parece rozar el doom metal a ratos). En otros pasajes la exquisita construcción de ambientes remite al mejor Daniel Lanois, como en ‘Strangers’ y su formidable guitarra pedal steel, espacio perfecto para esos textos donde lo espectral parece ocultar a menudo metáforas sobre pérdidas o desconexión con el mundo («tu silueta permaneció allí mientras el cielo cambiaba / a través de las raíces que ahora recorro hacia atrás / Unos extraños encendieron el fuego / Entraron y salieron / Y ahora estoy sola»). Una inconcreción en las letras que no es en absoluto reprochable: uno no acude a Marissa Nadler buscando literalidad, sino palabras tan evocadoras como su música.
El excelente nivel se mantiene hasta el final del disco, como momentos muy destacables como el primer single extraído, ‘Janie in Love’, el retrato borroso de una enamorada que «destroza todo lo que toca»; ‘Shadow Shows Diane’, sobre una mujer con aficiones voyeurísticas («me senté en el porche al anochecer / fotografiando a la gente que pasaba (…) Miro por las ventanas a la gente en sus casas / A veces querría ser alguien cuerdo, ser otra persona»); o el cierre con la preciosa ‘Dissolve’. Canciones todas teñidas de ese tono agridulce tan propio de la artista, al que contribuye la profusión de acordes menores pero también el vibrato quejumbroso de su voz. De nuevo, nadie acude a Nadler en busca de himnos optimistas, sino para apreciar la belleza de lo trágico, tan habitual por otra parte en el folk más tradicional. O simplemente de lo melancólico. Algo evidente en su ADN musical si atendemos a las versiones que ha realizado en los últimos años, desde baladas de Odetta o Judee Sill hasta -hace pocos meses- su gran relectura del ‘Seems so Long Ago‘ de Leonard Cohen.
A ‘Strangers’ le salió el pasado septiembre un disco hermano, el EP ‘Bury Your Name’, que contiene ocho canciones compuestas y grabadas en su casa mientras preparaba todo este material. En su formato íntimo las canciones no llegan quizá a tener el impacto de sus “hermanas mayores”, pero que haya al menos un par de canciones que podrían haber pasado el corte perfectamente es otra prueba más del inspirado momento de Nadler en este último año y medio. Al igual que con cantantes como Beth Gibbons, aceptar la marcada estilización de las voces («afectación» suena demasiado peyorativo) es el único requisito para disfrutar de este trabajo de monumental belleza, que es algo así como contemplar una fortaleza hecha de tristeza. Una premisa que merece la pena, porque en estos discos que miran a la estratosfera con vocación de construir bellas catedrales sónicas, como en los de Nadler o los de Julia Holter, es donde se encuentra una parte del mejor pop contemporáneo y futuro.
Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘Katie I Know’, ‘Dissolve’, ‘Travelling Light’, ‘Hungry Is The Ghost’, ‘Skyscraper’
Te gustará si te gusta: el folk espectral, las murder ballads, Chelsea Wolfe, Sharon Van Etten
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