Miqui Puig cuenta que hacerse mayor no le asusta. Al contrario. Con los años habrá quien pierda frescura, pero otros lo que dejan atrás son las manías y la vergüenza. Miqui Puig es del segundo grupo; ‘Escuela de capataces’ no es un disco descarado o descuidado, ojo, pero sí que da esa sensación de que Puig ha seguido sus impulsos íntimos en vez de intentar “agradar al público”. ¿Para qué tratar de complacer a un magma indefinido de personas, cuando lo importante es gustarte a ti? A ti… y a tus amigos. Porque ‘Escuela de capataces’ es un disco grabado con los amigos (los ACP o Agrupació Cicloturista), co-escrito con amigos (todas las canciones vienen firmadas junto a Marc Botey) y a ellos dirigido. Por el lado negativo, eso hace que algunas letras descoloquen bastante, ya que están plenas de referencias que parecen dirigidas a personas muy concretas, con lo que, en un momento dado, nos puede distanciar a los que carecemos de las claves. Pero, por otro lado, la producción es muy cálida; todos los temas suenan a toma en vivo, con músicos engrasadísimos, como si hubieran sido grabados entre risas y copas de vino. Esto lo refleja a la perfección ‘Los Módena’, el primer single: colegas que quedan para comer y que comparten conversaciones y odios.
Referencias crípticas aparte, la mayoría de los temas son estupendos y nos muestran a un Miqui más en forma que en ‘Impar’. En su web, Blanca Lacasa ha definido este álbum como “los Décima Víctima pasados por el soul”. Una afirmación acertada; el disco suena a pop inglés de los ochenta- ¿acaso el título ‘Escuela de capataces’ no destila un orgullo de “working class” muy británico?- mezclado con soul y funk, a lo Style Council. Guiños a la Motown y a Manchester desde una bodega de Gràcia, con destellos dignos de La Costa Brava (‘Nuevo Rock Americano’) o los Manel: la final ‘Vos trobava a faltar’ recuerda a los de Guillem Gisbert, no tanto porque esté cantada en catalán, sino por la estructura, su estribillo y esa letra que es una exhortación.
Pero lo que más destaca es el quinteto inicial. ‘Ella me salvó (Beber sin sed)’, homenaje a la mítica banda de Sabadell, es un infeccioso número funky que la voz de Miqui tiñe de melancolía. ‘El sastre de Genestació’ vuelve al pop ligero de melodía clara con otro gran estribillo, un himno anti-nostalgia dirigido a jóvenes: «sólo os envidio esos trajes que aún os caben», se burla cariñosamente, mientras un delicioso saxo pone la guinda. O el sonido Philadelphia que vira hacia Jamaica en el estribillo de ‘Sofia Schmidt-Perez del Oso’, loa a una señorita bien que está por encima del bien y el mal. O la épica post-punk de ‘El chico que gritaba acid’, réquiem por aquellos ravers de finales de los ochenta. Quizás el único hijo feo que le ha salido es ‘La teoría del hombre invisible’. Ese spoken word de señor-de-vuelta-de-todo acaba resultando fallido (y levemente irritante). Pero para compensar, hay piezas como ‘Línea Clara’, que suena como un cruce entre los New Order del 84 y Los Bravos. O la preciosa ‘La hora del brindis’, que se convierte en un emocionante homenaje a su padre recientemente fallecido.
‘Escuela de capataces’ es un hermoso reencuentro con Miqui Puig tras nueve años de ausencia discográfica. Como volverte a juntar con un viejo amigo después de muchos años y comprobar con alegría que sigue fluyendo la antigua complicidad. A eso suena ‘Escuela de capataces’.
Calificación: 7,3/10
Lo mejor: ‘Ella me salvó (Beber sin sed)’, ‘Los Módena’, ‘El sastre de Genestació’, ‘Sofia Schmidt-Perez del Oso’
Te gustará si te gusta: El pop-soul británico de los ochenta, La Costa Brava.
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