Antes de empezar, quiero que veáis el videoclip bajo estas líneas. ¿Ya? Vale, ahora podemos seguir. Además de flipar con Kiddy Smile y sus colegas, quizás os haya chocado cierta combinación de elementos, ya que muchísima gente asocia rap, y toda la cultura hip-hop, a machismo y LGBTfobia, pero ¿puede un género musical, sea rap, pop o reggaeton, ser machista intrínsecamente? La cultura está mayoritariamente dominada por ese ente que agrupamos en “hombre blanco cis heterosexual”, y por tanto la cultura hip-hop, aunque se salta lo de “blanco”, también lo está, pero es injusto señalar expresamente al hip-hop teniendo en cuenta lo poderoso de sus orígenes y teniendo en cuenta que éste alberga desde hace muchísimo tiempo un espacio claramente queer, del que mi compañero Jordi Bardají hablaba en un interesante texto a raíz de las referencias del vídeo de ‘Formation’. Pero, ¿de dónde sale el tal Kiddy?
Para responder a esta pregunta y contar esta historia, lo coherente es hacer primero una introducción, retroceder un par de décadas y situarnos no en Francia sino en el desfavorecidísimo barrio de Harlem, Nueva York. En 1991 el documental ‘Paris is Burning’ sorprendía a la clase media-alta estadounidense acercándoles toda una subcultura que, si bien llevaba muchas décadas presente, estalló definitivamente a mediados de los 80, cuando no brillaba todavía una de las mayores estrellas de Harlem, Tupac Shakur, aunque brillo y purpurina había de sobra en algunos locales del barrio cada vez que tenía lugar una ball. ¿Y eso en qué consiste? Podríamos decir que es un espectáculo, o que es una competición, pero, aunque hay de ambas cosas, no es solo eso; se empieza a entender que es mucho más que eso cuando hablamos, como si estuviésemos en ‘Juego de Tronos’, de Casas.
Definidas por algunos -por el componente de pobreza y por el componente de comunidad- como “bandas callejeras gays” que no se enfrentan con navajas y pistolas sino con balls, las Casas son en realidad algo más complejo: cada una tiene una Madre/Padre que cuidan y sirven de guía a una serie de “hijos” que han encontrado en ellas su refugio, de modo que parten del modelo heteropatriarcal que precisamente había fallado a todos esos hijos para sustituir a unos padres y madres que habían renegado de ellos y hacer indirectamente una pregunta: ¿quién es aquí la “madre de verdad” de estos chicos, y quién es la de mentira? ‘RuPaul’s Drag Race‘ y su lento pero seguro desembarco en el mainstream ha hecho algo parecido a lo que hizo ‘Paris is Burning’ (ambas con cierta controversia al respecto), acercar una subcultura en la que el aplauso y la sensación de fama dan mucho a sus participantes (“es como estar colocado, pero no te daña; si todo el mundo fuera a balls en vez de tomar drogas, el mundo sería mejor” dice Dorian Corey en el documental), pero la obsesión por eso y por el término “realness” poco tiene que ver con el uso que le damos nosotros cuando usamos esa palabra, o “shade”, u otros términos que surgieron en ese contexto.
No se trata solo de voguing, y cuando ellos hablan de “realness” no hablan solo de la adulación, sino de sentirse por unos momentos fuera de una realidad de minoría oprimida y de pobreza (muchos incluso llegaban a las balls llevando días sin comer), de sentirse por un momento parte de la “realeza” blanca y rica que salía en la tele y a la que jamás podrían pertenecer, no porque no tuviesen la capacidad, sino por estándares sociales; así, cuando en un walk exaltaban los ademanes de un ejecutivo querían demostrar eso: que aunque para un negro fuese imposible llegar a ser un ejecutivo aun trabajando el triple (y los pocos que lo conseguían eran heteros), en una ball podían decirle a ese mundo “si tuviese las mismas oportunidades, yo podría «ser» un ejecutivo, porque puedo «parecerlo»”. Haciendo un juego de palabras con el término “crossdressing”, David, de la Casa Xtravaganzza lo resumía así: “It’s like crossing into the looking glass in Wonderland, you go in there and you feel 100% right being gay, and that’s not what it’s like in the world”.
No, no lo es, y no hablemos ya de las personas trans: en un momento de ‘Paris is Burning’ se dice que puedes confirmar que una concursante es una “femme realness queen” cuando puede salir de la ball y llegar a su casa sin sangre (en otras palabras, cuando pasa por cis y por tanto no es agredida). La propia Venus Xtravaganzza, de hecho, fue asesinada durante la grabación del documental; la Madre de su casa, Angie, comentaba que eso era parte de la vida para una persona transexual, y ella misma moría años después (con 27, curiosamente) por complicaciones derivadas del sida, que siempre se ha cebado con las mujeres transexuales… y no por una justificación del modelo biomédico precisamente. Otro de los exponentes de esta escena musical/social llegó a ser fichado por el otrora manager de los Sex Pistols, Malcolm McClaren, para ‘Deep in Vogue’, el primer hit sobre voguing (un año antes que el clásico de Madonna): se trataba de Willi Ninja, que además hablaba de sus deseos de extender el voguing por el mundo, de llevarlo al París real, y “hacer arder el París real”. Kiddy Smile puede ser el máximo ejemplo de que, en cierto modo, consiguió su propósito.
Volviendo, pues, a la actualidad y a Francia -una combinación complicada estos días-, es allí donde Lasseindra Ninja, de la Casa antes mencionada, acudió para extender la palabra, y es allí donde cada vez gana más popularidad el bautizado como “le prince du voguing”, un príncipe que se apuntó a danza para mantenerse alejado de entretenimientos callejeros menos legales. Kiddy Smile creció en el seno de una familia de inmigrantes cameruneses en un barrio conflictivo de París (donde sus habitantes tenían triple obstáculo al ser pobres, negros y musulmanes) escuchando no a James Brown como hacía su madre, sino a Grace Jones y a Kelis. Su interés por la música y el baile continuó, hasta el punto de aparecer en vídeos de Yelle o incluso George Michael, llamando así la atención de la líder de Gossip Beth Ditto, que le llevó a bailar con ellos y con LCD Soundsystem en Coachella. De ahí pasa a trabajar de DJ y lanzar algún que otro tema, y finalmente su primer EP en 2012, con ‘Worthy of your Love‘, y al año siguiente ‘Get Myself Alone‘, ambos con un rollo noventero house. Su música iría abrazando cada vez más las influencias de la escena ball, como puede apreciarse en el EP autoeditado ‘Enough of You’, que contiene el tema titular, y en la más conseguida ‘Teardrops in the Box’, que se acerca en sonido al tema(zo) con el que abrimos el artículo, ‘Let A B!tch Know’, el cual estrenó el pasado verano y que silenciosamente ha ido creciendo y haciendo que su nombre salga del pequeño círculo underground parisino para, por ejemplo, acabar siendo uno de los confirmados en el Sónar de este año.
Precisamente para rodar el videoclip de ‘Let a B!tch Know’, el artista decidió volver al barrio donde se crió, pero los dos días de rodaje no fueron fáciles: intentaban echarles a base de “esto no es un barrio de maricones” -a lo que él respondía con un “yo soy del barrio”. Lejos de echarse atrás, eso solo le dio más razones para grabarlo: “el banjee (NdR: sería algo así como el castellano “bakala”) está más visto dentro de la comunidad gay, pero ser gay en el ghetto, fuera del armario… ser orgullosamente gay y en su puta cara, eso es algo que nunca se ha hecho. Se trata de recuperar de dónde vienes, tomarlo y mezclarlo con quién eres. (Para el vídeo) le dije a mis bailarines que quería que fuéramos maricones en el ghetto. Y a todos les encantó la idea. (…) Desde entonces, mucha gente de color me dice que era necesario que se hiciese un vídeo así. Que estamos representados”. Kiddy defiende la importancia de usar su música para hablar de problemáticas sociales, y dice que no quiere simplemente quejarse de ellas, sino ser una respuesta y una solución, porque no quiere que la gente sienta lo que él sintió cuando crecía: “se supone que en la tele ves un reflejo del mundo, pero muchas veces no ves nada que se parezca a ti”, comenta en una entrevista, enlazando además con otro tema que no se trata mucho en la música: los cánones físicos en los hombres gays (y no gays), “la gente no entiende lo dañino que es, el estigma que conlleva estar gordo… es difícil aprender a amarse a uno mismo: una cosa es aprender a amar tu cuerpo, y otra es creer que otras personas puedan amarte con este cuerpo”.
Cuando le dicen que el videoclip era necesario y que ahora se ven representados, es inevitable acordarse del leit-motiv de muchos de los artistas de la escena ball, el leit-motiv del que he intentado hablar en este artículo: la necesidad de visibilizarse como primera maniobra para poder cambiar su realidad, de hacer ver que están ahí, “en su puta cara” como decía él. Tanto Smile como otros raperos de su quinta (Zebra Katz, Mykki Blanco o iLoveMakonnen) vienen a decir “existimos, y si no os gusta, os jodéis”, vienen a decir que no tienen que pedir permiso para existir ni tienen que “normalizarse” para ser respetados. Esta celebración de la diferencia, que es tan clara en la escena ball, esta reivindicación de que eres igualmente válido seas parecido o distinto al otro, choca frontalmente con los postulados ultraderechistas que están cogiendo cada vez más fuerza en la tierra de Kiddy Smile: el recelo hacia los extranjeros, hacia lo desconocido, hacia lo diferente. Unos postulados a los que Kiddy está intentando hacer frente, participando en debates y programas de televisión franceses, y cuestionándolos.
Seguro que habéis oído de más de uno decir, intentando tranquilizar, eso de “no hay tantos radicales que voten a Le Pen como para que llegue al poder”: esto es un tremendo error, porque el grueso de los votantes de Le Pen no está compuesto por radicales ni por gente que se tome las elecciones a broma, como ya deberíamos haber aprendido con Trump. El escenario Macron vs. Le Pen es muy parecido, de hecho, al de Hillary vs. Trump, y Le Pen es (si me lo permitís) mucho más lista que Trump y sabe cómo tirar tanto del discurso del miedo y el odio a lo diferente, como del discurso anti-establishment, para sacar votos/abstenciones en todo el espectro político… y ojalá los que tiempo después se lamentaron de que solo el fenómeno Sanders podría haber parado al fenómeno Trump, no tengan que decir en unos días que solo el fenómeno Mélenchon podría haber parado al fenómeno Le Pen, pero la posibilidad de que en unos días vayamos a encontrarnos con un grupo de neonazis gobernando Francia es alta. El caso es que, gane o no las elecciones el Frente Nacional (aunque las pierda, seguirá manteniendo mucho poder), está claro que a nuestra generación -esa que muchos dan por perdida– le va a tocar presenciar (¿resistir?) una etapa de neofascismo en el mundo occidental. Ante eso, gente como Kiddy (aquí su soundcloud, por cierto, y aquí ‘Let A B!tch Know’ y sus remixes) o gente como todos esos herederos de Angie Xtravaganzza y Pepper Labeija, gente a la que cuando le pides que agache la cabeza y obedezca en silencio, lo que hace es enseñarte los dientes con alegría, es gente necesaria. Gente muy necesaria, porque no formarán parte de los que “presencian”, sino de la Resistencia.