El viernes 15 de septiembre, The Drums actúa en la pequeña sala 2 de Razzmatazz lejos de la gloria de antaño y como si no hubiera pasado el tiempo, como si fuera una banda novel a punto de dar el salto, pero que ya ha publicado cuatro discos y sufrido varios cambios de formación (o más bien bajas de formación, porque ya solo queda Pierce en el “grupo”). Es el devenir de un artista que ha encontrado su hueco en el “hazlo tú mismo” en todos los aspectos de su carrera (desde la producción de sus discos hasta el diseño de merchandising) y que reconoce ganarse la vida vendiendo entradas y productos porque “no es Katy Perry”.
A la salida del concierto, los vinilos de su último disco, ‘Abysmal Thoughts’, se venden como churros, lo cual quiero pensar es indicativo de que el concierto ha convencido al público para comprarlo, al margen de la poca repercusión que ha conseguido (sus escuchas en Spotify dan pena). Sobre todo espero que la gente lo escuche en lugar de que lo coloque de adorno en una estantería, porque ‘Abysmal Thoughts’ nutre el repertorio de The Drums de tantas buenas canciones que Pierce y su banda de directo se permiten ventilarse sus dos mayores éxitos, ‘Let’s Go Surfin’ (del primero) y ‘Money’ (del segundo), a la mitad del concierto. Y no se echan de menos.
El gran momento del show es ‘Blood Under My Belt’, una canción que siempre será el gran hit perdido de The Drums. La energía de la canción provoca un divertido pogo y la sinergia que se produce entre grupo, canción y público desemboca en el momento más apoteósico del concierto. Antes de esta canción y después han sonado himnos de The Drums como ‘Days’ y ‘Best Friend’, canciones nuevas con madera de serlo como ‘I’ll Fight for Your Life’ y ‘Mirrors’ y temas menores como ‘How it Ended’, todos interpretadas con absoluta gracia por un Pierce que se sabe estrella, y que está en el mejor momento de su vida, como nos deja saber a través de un discurso en el que anima a los asistentes a ser ellos mismos para lograr la paz que él ha logrado tras años de “odiarse a sí mismo”.
Y es que Pierce ha cambiado (a mejor), pero lo que sigue intacto es su carisma y su entrega en el escenario. No, lo del viernes no fue como aquella actuación de The Drums en el festival de Cannes de 2010, en el que Pierce bailaba y sobreactuaba como si de la segunda venida de Rafael se tratase, y con un Gerard Depardieu entre el público con cara de no saber muy bien qué estaba pasando; pero fue un concierto absolutamente profesional y vibrante, lleno de grandes canciones pop y comandado por un líder magnético que ha publicado uno de sus mejores discos.