Durante el invierno pasado Trump fue proclamado presidente de Estados Unidos y la madre de Tori Amos sufrió una aplopejía. Estos dos hechos marcaron la confección de ‘Native Invaders’, no de manera estridente, pero sí sutil; Tori giró los ojos hacia la naturaleza y, a través de ella, sublimó la protesta y el dolor. Porque ‘Native Invader’ no es un disco sangrante sino de sufrimiento quedo. En él Tori continúa transitando la senda de tradición autoral norteamericana, pero es más denso e historiado, más melancólico y menos pop que ‘Unrepentant Geraldines’ (en el que sobrevolaba cierto humor). A pesar de todo, la esperanza y el sol brillan se cuelan entre las brumas. Como siempre, prácticamente todo (excepto las guitarras) corre a cargo de Tori; no sólo la voz y el piano, sino arreglos y producción, y es dicho piano, -apenas alguna pandereta o base electrónica- el que marca el ritmo.
El problema del álbum es su irregularidad y una secuencia bastante desequilibrada. Hay canciones realmente notables, pero el conjunto contiene demasiado… no diré relleno, porque todo se nota pensado y mimado, pero sí bastantes temas que hacen su escucha un tanto aburrida. ‘Reindeer King’ es un inicio hermoso; se trata de una balada a piano precisa y a la vez atmosférica, con un ligero toque celta. Sin embargo esta introducción confunde un poco acerca del carácter del disco, ya que enseguida deriva hacia derroteros de pop-folk intimista no tan logrados; los dos siguientes temas son mucho más convencionales y no alcanzan el grado de sugestión de ‘Reindeer King’, por más empeño que le ponga la hermosa voz de Tori.
Remonta el vuelo con ‘Cloud Riders’, el primer single; otra balada, esta vez basada en las guitarras, con un puente que arrastra a la melancolía mientras su estribillo mueve a la esperanza. No podemos escapar la tormenta, así que es mejor enfrentarse a ella. ‘Up the Creek’ destaca por sus BPMs acelerados y su aire hindú, conseguido a través de las cuerdas. Pero el álbum decae otra vez. ‘Breakaway’ o ‘Wildwood’ son agradables, pero la insistencia en ese tipo de medios tiempos, tan clásicos, tan bien ejecutados, moderadamente sentidos, moderadamente dramáticos, pero encorsetados, merman su capacidad de emocionar.
La mejor canción emerge cuando ya parece que todo se vaya a deslizar hacia el sopor. Porque entonces aparece ‘Chocolate Song’, una delicia de pop sereno, con un estribillo fantástico a lo ‘Mirrors’ de Sally Olfield. De nuevo, por eso, regresa a terrenos algo farragosos, de los que nos rescata ‘Bats’, que transmite calidez de bossa-nova gracias a su percusión, y ‘Benjamin’, otra de las piezas más pop y con más nervio, pero con letra de apocalipsis ecológico: “Sucking hydrocarbon from the ground/Those pimps in Washington/Are selling the rape of America” (“Sorbiendo hidrocarburo del suelo/Esos chulos de Whashington/Están vendiendo la violación de América”). El disco cierra con un retorno al dramatismo vaporoso inicial en ‘Mary’s Eyes’, de delicados arreglos de cuerda y ambiente de epopeya. Y el tema que más toca el corazón, merced a esa letra, dedicada a su madre: “¿Qué hay tras los ojos de Mary? Matrona de la muerte, ¿puedes traerla a la vida?”
Calificación: 6,5/10
Lo mejor: ‘Chocolate Song’, ‘Reindeer King’, ‘Cloud Riders’, ‘Up the Creek’
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