Puede que no haya nada más innecesario que escribir una crítica de Star Wars. Los que ya tienen comprada su entrada hace meses, y sobre todo los que tenían pensado hacerlo en los próximos días, no van a dejar de ir al cine por cualquier chorrada que diga el crítico de turno. A los que ya traen de serie el odio hacia la saga, tampoco les convencerá ningún argumento defendiéndola. La alta cultura no entiende de muñequitos que hablan. ¿Para qué molestarse entonces en decir nada? En este caso concreto, para discutir una vez hayas pasado por la sala. Con fenómenos así de grandes las opiniones solo tienen sentido después de ser vistos, nunca antes. Sobre todo porque el miedo al spoiler y a ser crucificado por revelar el más mínimo detalle de la trama te obliga a hablar sin decir nada.
Y claro, a ver quién es el guapo capaz de argumentar una crítica bajo semejantes condiciones de autocensura. Especialmente en esta entrega, donde los grises son tantos que resulta imposible posicionarse en los básicos “es buena” o “es mala”. Quedémonos en que ‘Los últimos Jedi’ es ambas cosas.
Desde luego que son muchísimas las cosas que siguen funcionando en este séptimo capítulo que nos brinda Ryan Johnson tras el brillante (sí, brillante) ejercicio de nostalgia renovada que firmó hace dos años J. J. Abrams. De hecho, de haber seguido el mismo camino que su predecesor en el cargo, a este director le habría tocado la nada envidiable tarea de reinterpretar para las nuevas generaciones ‘El imperio contraataca’, la mejor película de Star Wars jamás rodada hasta la fecha.
Acertó en no caer en el error de intentarlo y atreverse a investigar nuevos rumbos que alejen al espectador de cualquier idea preestablecida en torno a este universo. Eso es lo mejor de ‘Los últimos Jedi’, que nunca tienes la sensación de que eso que estás viendo ya te lo han contado antes, como sí pasaba en ‘El despertar de la Fuerza’. Esto no significa que la historia no maneje los mismos códigos que las anteriores entregas. Star Wars sigue siendo la simple lucha del bien contra el mal y de ahí no los sacas. Esa ruptura que muchos esperaban, lo sentimos, todavía no toca.
De hecho aquí se sigue tirando de momentos de humor que alivian tensiones (nada blancos e infantiles en esta ocasión, todo hay que decirlo), de las perogrulladas pseudoreligiosas (¡¡ese momento Leia en el espacio!!), de las batallas espaciales que te dejan pegado a la butaca (empieza con una magistral y acaba con otra que es un orgasmo visual en toda regla), de criaturitas que te quieres llevar a casa (BB-8 le cede el testigo a los Porg)…
Digamos que simplemente Ryan Johnson ha encontrado el método ideal para que los que acuden a ver una secuela no se sientan 100% traicionados. Que no es poco. Y curiosamente a ello ayudan mucho los personajes que se incorporaron a la mitología en la anterior película, especialmente John Boyega (Finn) y Oscar Isaac (Poe Dameron), que casi hacen que te olvides de que alguna vez existió un personaje llamado Han Solo. Daisy Ridley también destaca, pero no tanto como en ‘El despertar de la Fuerza’. Y sobre Adam Driver, algo nos dice que su momento estelar llegará en la próxima entrega.
Vamos, que porque de momento es necesario que compartan espacio con veteranos como Mark Hamill (este sí es el Luke que queríamos) y Carrie Fisher (“sé lo que vas a decirme: he cambiado de peinado”), pero si llegara el momento de volar solos en futuras entregas, lo podrán hacer sin problemas. En el caso de Fisher, por desgracia, la realidad obliga a que así sea.
¿Cuál es el problema entonces para que no estemos dando saltos de alegría? Pues que los pocos errores que acusa esta película son demasiado gordos para ser pasados por alto, empezando por su innecesaria duración (la más larga de toda la saga) y terminando por sus truquitos de guión y lógica que rompen el pacto de credibilidad del espectador; pasando por el lento avance de algunas tramas (durante bastante tiempo parece que las naves se han quedado paradas), el desaprovechamiento de actrices como Laura Dern que podrían haberse ahorrado su visita al plató y, en general, la sensación de que hemos esperado demasiado para ver un simple capítulo de transición hacia la gran traca final.
Ojo, que no te aburres hasta caer dormido ni sales pidiendo que te devuelvan la entrada. Igual es solo la puñetera nostalgia la que nos traiciona cuando te descubres mirando el reloj a ver cuánto falta para que acabe la película. Pero ese poso que te quedaba después de ver por primera vez la trilogía original y el inicio de esta nueva, esa sensación de haber visto algo que recordarás el resto de tu vida, no queda. Tendremos que esperar otros dos años a ver cómo cierran esto y descubrir si de repente todo toma sentido. Reposar cuando se nos pase la sensación de que esta semana no se habla de otra cosa. El hype y la sobrexposición son los peores enemigos para esta película. E insistimos, la duración innecesaria. Ya lo decían Los Sírex hace más de 50 años: “Si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería”. Ya entenderás el chiste cuando veas la película. 6,5