Leo las numerosas entrevistas que está ofreciendo Fino Oyonarte sobre ‘Sueños y tormentas’ y casi no puedo dar crédito de cómo un tipo que ha vivido y dado tanto desde que se enrolara, allá por los 80, en Glutamato Ye-yé, luego militara (y siga haciéndolo) en nada menos que Los Enemigos, o produjera algunos de los discos más importantes del pop rock español de las últimas décadas (‘Super 8’ de Los Planetas, ‘Hipnosis’ de Lagartija Nick) puede mostrarse con tanta modestia (la misma, por otra parte, que le llevó a partir prácticamente de 0 en Clovis y Los Eterno junto a Cristina Plaza). Quizá esa sea la clave que haya hecho que el primer disco en solitario de su carrera no haya llegado hasta ahora, cuando supera ya la cincuentena y como una especie de compromiso consigo mismo tras superar, pocos años atrás, un infarto que pudo ser fatal.
Esa grave afección de salud ha empujado a Fino a hacer lo que de verdad quería hacer, no lo que se sentía obligado a hacer, en este ‘Sueños y tormentas’. Esa decisión se traduce, por ejemplo, en unas canciones que no muestran el más mínimo rubor por ser comparadas a otras. Así, las primeras escuchas de este álbum se pasan clasificando mentalmente las canciones entre las que se aproximan más claramente a la obra de Nick Drake (aquí su Joe Boyd ha sido Philip Peterson, arreglista norteamericano que ha trabajado en los últimos discos de Taylor Swift, Lorde, P!nk, Jessie Ware, Bleachers…) y las que no se molestan por esconder su admiración por el Elliott Smith de ‘Either/Or’ (en ‘Casualidad’ es casi mimético) y su forma de doblar las voces, un recurso muy acertado para añadir profundidad a su voz monocromática, no especialmente carismática, y convertirla en un elemento hipnótico, que ofrece una enorme paz.
Sin embargo, poco a poco uno cae en que, con esos manifiestos homenajes –que también incluyen guiños a Leonard Cohen (¿o será a Nacho Vegas?) en ‘Afortunado’, a Kevin Ayers (con querencia a Kiko Veneno en su melodía vocal) en ‘Sueños y tormentas’ o a Neil Young (vía La Buena Vida) en ‘Por dónde empezar’–, Oyonarte está celebrando su relación con la música y, por extensión, con la vida. No importa a qué se parezca tal o cual progresión de acordes, o tal o cual exquisito arreglo de cuerda (el trabajo de Peterson es sublime y multiplica la calidad del conjunto), o tal o cual recurso de producción de César Verdú (ex León Benavente). Lo importante es cuánto tiene de carga emocional y confesional, y también de enseñanza, este ‘Sueños y tormentas’.
Así, la exquisitez de ‘Afortunado’ expone, apoyándose en sus recuerdos sobre su llegada desde Almería a Madrid siendo poco más que un adolescente, la suerte que tenemos de vivir y aprender de cada nuevo día, incluso aunque parezca una mierda; o ‘Atrapado’, arropada por esa solemne trompa, plantea un enfrentamiento cara a cara con una dolencia física o psíquica que nos atenace; o equilibra el miedo con la fortuna de saberse querido, entre profusos arreglos beatlescos, en ‘Estos años’; o clava una dulce daga contra el lamento de haber perdido imperceptiblemente a alguien en la sobrecogedora ‘La deriva’; o celebra el amor de sus padres a través de algunas vívidas anécdotas, con cierta distancia pero con un cariño desarmante, en ‘Huellas en el tiempo’; o muestra en ‘Cien pasos’ su determinación para, superado su incidente de salud, seguir viviendo… Resulta de lo más curioso, mágico incluso, cómo ’Sueños y tormentas’, siendo un disco profundamente intimista y personal, tiene una lectura universal. Una lección vital que a todos nos debería servir, no para alimentar la compasión propia o ajena, sino para celebrar lo que tenemos, querernos y no perder la esperanza de que, no importa lo negra que se ponga la cosa, todo puede ir bien.
Calificación: 7,8/10
Lo mejor: ‘Afortunado’, ‘La deriva’, ‘Atrapado’, ‘Estos años’, ‘Huellas en el tiempo’
Te gustará si te gustan: Elliott Smith, Nick Drake, Ron Sexsmith, la canción de autor con hechuras de clásico
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