Según datos de la organización, hubo 40.000 asistentes durante cada jornada del FIB. La del domingo fue la más plácida, al menos en apariencia. Durante la mañana una tormenta sorprendió a Benicàssim y alrededores pero, afortunadamente, por la tarde ya no quedaba ni rastro. El ambiente más relajado invitaba al picoteo más que a la degustación de conciertos enteros. Así, pude ver el folkie-pop intimista de Marem Ladson o comprobar el sorprendente tirón que tienen los Hudson Talylor con su sobadísimo country-folk-tabernario. En el escenario, buen rollito, cantos comunales, guitarras acústicas, la-la-las, un violín; incluso una flauta. No aguanté mucho. La pena fue perderse a King Khan & The Shrines, pero iban con retraso, mientras que el set de Madness se había adelantado.
Como un par de días antes en Sleaford Mods, Madness eran uno de esos grupos a los que aprecio a los que nunca había conseguido ver en directo. Nada mejor que hacerlo en pleno mogollón, rodeada de recios mozos británicos dispuestos a iniciarte un pogo en cero coma. La primera nos la metieron en la frente; ‘One Stop Beyond’. Locura, bailes, baños de cerveza y lololos. La voz de Suggs ya no es lo que era y cantaba varios tonos más bajo. Eso se hizo especialmente patente en ‘Our House’. Tampoco es, obviamente, la anguila eléctrica que se retorcía espasmódicamente. Pero continúa siendo el líder ultra carismático de la banda, un frontman divertidísimo y expresivo. Y aún sigue dando lustre al repertorio, gracias a su interpretación y su presencia. Lo que sí lucía tersa e inmaculada era la parte instrumental, especialmente los metales, encabezados por el saxo de Lee Thompson.
El de Madness fue un concierto de “oldies-but-goldies” que, no lo negaremos, era lo que esperábamos; bailar y hacer karaokes con sus hits. ‘Embarrassment’, ‘The Prince’ ilustrado con imágenes de Prince Buster como homenaje a él y al ska jamaicano al que Madness tanto deben, ‘My Girl’, un ‘Return of the Las Palmas 7’ que, a esas horas de la tarde, ejerció un efecto balsámico, como de crucero… El respetable lanzaba las lucecitas que llevaban incorporados los palitroques hinchables publicitario que regalaba Visa, el ambiente era de jolgorio total. En ‘Baggy Trousers’ se inició un señor pogo terrorífico del que me alejé porque un chavalote de 1,90 estuvo a punto de caerse encima de mí. Casi acabé muerta cantando en ‘House of Fun’, pero los momentos culminantes fueron ‘Our House’ y ‘It Must Be Love’, probablemente, la canción más coreada (a pleno pulmón y de corazón) de toda la edición del FIB. Había que ser muy cínico para no emocionarse en ese momento, viendo a absolutamente todo el mundo entonándola. Madness vivirán del recuerdo, sí… ¡pero qué recuerdo! Y, además, no fui arrollada en ningún pogo, así que alegría completa.
A Wolf Alice llegué con veinte minutos de retraso. El escenario Visa estaba repleto como no lo había visto en todas las jornadas del festival, incluso desbordaba por los laterales. Ellie Rowsell estaba ululando y el público parecía enfebrecido. Por detrás de la torre, el sonido llegaba flojo, la voz de ella muy por encima del resto, con lo que la marea de reverbs sonaba algo menos fiera de lo que debía. Aun así, se apreciaba la batería aporreada y toda su épica distorsionada y melancólica, que llegaba a recordar a My Bloody Valentine, bien conducidos por una frontwoman poderosa como Ellie.
Lo que sí que me sorprendió fue, en cambio, la escasa convocatoria que tuvieron Parquet Courts; una pena, porque fueron lo mejorcito del día. Su batidora ecléctica en directo dio prioridad al punk en general y a The Clash en particular. La voz de Andrew Savage emergía más rasposa que en disco y recordaba a la de Joe Strummer, su look parecía remedar el de Ian MacKaye en Minor Threat; Austin Brown parecía un joven Thurston Moore. No dieron tregua y encima del escenario resultaron más abrasivos, con más sustancia que en sus álbumes. Desde abrir con la muy hardcore ‘Total Football’, seguir con ‘Dust’, que les salió de lo más primitiva, tormenta de distorsión para rematarla, instar a un pogo chunguísimo en la punkie y bramada ‘Almost Had to Start a Fight/In and Out of Patience’, más pogos en ‘Master of the Craft’… Pero también hubo hueco para los recuerdos a los 90 alternativos, como ‘Freebird II’, los conatos de calma postpunk en ‘Before the Water Gets Too High’, incluso saqueo a los Talking Heads con la muy sambera (silbato y percusiones incluidas) ‘Wide Awake’… Un fiestón rematado con la jam que se montaron en ‘One Man No City’, alargada durante más de diez minutos, que oscilaba en espiral entre lo tropical, lo psicodélico y el punkfunk.
Tengo un recuerdo borroso de haber visto a Oasis sin Noel en el FIB de 2000. Creo que, desde entonces, no había vuelto a cruzarme con Liam Gallagher. Sentía curiosidad por ver cómo se manejaba en solitario. El suyo era el concierto principal del día y, como para subrayarlo, antes de empezar se escucharon unos gritos grabados de “Championes, championes” (sic), acompañando a las imágenes que, en la pantalla, nos mostraban a Liam saliendo de su camerino en elegante blanco y negro, con su eterno corte de pelo y su eterna parka. “This is a rock and roll star”, nos gritó para atacar, claro, ‘Rock ‘n Roll Star’. Atacar es la palabra porque, más que cantar, la vociferaba en su clásica postura de pegarse-al-micro, poner-las-manos-atrás. La banda parecía oírse muy por debajo de la voz de Gallagher. En otro de sus gestos típicos, Liam agarró la pandereta para interpretar el clásico de Oasis, ‘Morning Glory’. Aparte de vociferar, su voz parecía estar bastante ronca, especialmente en ‘Greedy Soul’. Él, por eso, parecía simpático y atento con el público. Obsesionada con que en mi zona el sonido no me llegaba bien, empecé a moverme hasta alcanzar la torre, en todo el meollo. Allí se escuchaba francamente mejor. Lo que ignoraba es que estaba en territorio hostil. Porque justo estaba Liam tocando el cuarto tema de su concierto, cuando me estrellaron una lata de cerveza en el cogote. Me giré furiosa y dolorida pero, entre la multitud, era imposible adivinar quién había sido el macaco que la había lanzado. Así que, muy enfadada, decidí marcharme y quedarme sin ver la evolución del show de Liam. Una pena que todas las jornadas plácidas y plenas de buen rollo que he vivido en el festival se vieran empañadas por la acción de un energúmeno. Y, por lo que parece, no fui la única víctima, porque luego me enteré de que al pobre Liam algún gracioso le lanzó un pescado. Definitivamente, hay gente que no debería salir de casa. Y no lo digo por mí (ni por Liam).