La “mirá” de Rosalía, la distopía teen de Twenty One Pilots, el debut chandalero de Lola Índigo, la bronca en blanco y negro de Miles Kane y la descarga anfetamínica de The Prodigy. Abrimos las costuras narrativas y estéticas a cinco de los videoclips más destacados que se han publicado estas últimas semanas.
‘Pienso en tu mirá’, Rosalía
El capítulo tres de la serie de vídeos ‘El mal querer’ amplía el discurso estilístico iniciado en el capítulo uno, ‘Malamente’. El director Nico Méndez (CANADA) continúa moviendo la cámara como un capote en torno a los tópicos ibéricos y la iconografía del extrarradio. Pero esta vez, en sintonía con la letra de la canción, pinta sus imágenes de un negro lorquiano. El comienzo no puede ser más elocuente. Un plano fijo muestra la cabina de un camión en el que “baila” la figura de una flamenca mecida por el exceso de velocidad del vehículo. Tras el impacto de éste, que conecta narrativamente con la última secuencia del vídeo -un accidente-liberación con guiño final (el camionero es El Guincho)-, comienza lo que podría ser un flashback: la historia de una chica de barrio encerrada en su casa de Bernarda Alba por su posesiva pareja. Por medio de un formato cuadrado (4:3 con los bordes redondeados), que amplifica la sensación de acoso y opresión del relato, vemos un despliegue de símbolos que van desde lo más obvio –la esclava con el nombre de Varon Dandy, la rotura de la flamenca figurita de Lladró con un bate de béisbol- a lo más sugerente, a la riqueza metafórica que contienen secuencias como la del dormitorio (una manera muy visual y eficaz de representar una prisión marital), las de la mancha en el pecho como símbolo de la perpetuación de la cultura machista, o ese juego semántico de la España negra que se establece entre la aceituna, el perdigón y el ojo de “tu mirá”.
‘Jumpsuit’, Twenty One Pilots
‘Jumpsuit’ comienza donde terminó el anterior ‘Heavydirtysoul’: con la imagen de un coche incendiado. El protagonista del vídeo se sube al capó y, dirigiéndose a la cámara, nos dice que “es hora de despertar”. El coche se vuelve a incendiar y el cantante Tyler Joseph “despierta” en medio de un río como si fuera Bear Grylls en ‘El último superviviente’. A partir de ahí, comienza una historia llena de elementos simbólicos que parece sacada de un relato de distopía adolescente. Por medio de dos líneas narrativas vemos al cantante remontando el río mientras es vigilado desde lo alto por un grupo de encapuchados y, paralelamente, a un monstruoso jinete, con reminiscencias de los Nazgûl de ‘El señor de los anillos’, que se acerca galopando. El encuentro entre ambos tiene un carácter alegórico. El jinete deja unas marcas negras en el cuello del cantante, que son las mismas que lleva en sus conciertos y que remiten a Blurryface, el personaje simbólico que da título al anterior álbum del dúo. Joseph sigue al jinete -¿hacia su pasado?- hasta que logra huir de él con la ayuda de los encapuchados -¿hacia su futuro?-. El giro final lleva la historia hasta el siguiente capítulo, el vídeo ‘Nico And The Niners’.
‘Ya no quiero ná’, Lola Indigo
El vídeo que ilustra el debut de Lola Índigo está tan cronometrado como una prueba de triatlón. Tres minutos, tres partes diferenciadas, cada una de un minuto de duración. La primera está protagonizada por una Mimi reivindicativa (lleva un top con un lema asociado a la campaña feminista Free the Nipple) que exhibe sus dotes para el baile en un entorno (sub)urbano, una coreografía cuyos movimientos están subrayados por un expresivo uso de la cámara lenta en momentos estratégicamente escogidos. La segunda, compuesta por un montaje de imágenes con Mimi en plan sexy y Mimi con trenzas en plan Frozen de extrarradio, sirve como desahogo sentimental (un minuto de reproches lanzados directamente a la cámara) y como descanso entre coreografías. La tercera es una mezcla de las dos anteriores. Una combinación de baile y regañina (mucho “no, no” moviendo el dedo índice), que termina con un simbólico plano contrapicado, entre feminista y reunión de latin queens, con el grupo mirándonos desafiantes desde arriba: “ya no quiero ná”.
‘Cry On My Guitar’, Miles Kane
En el videoclip ‘Loaded’, Miles Kane aparecía con el rostro más abollado que Edward Norton en ‘El club de la lucha’. ‘Cry On My Guitar’ es su precuela. ¿Quién le había dejado la cara como un ecce homo al cantante de The Last Shadow Puppets? Su nombre es Finn Bálor, el famoso luchador irlandés de WWA. Juntos protagonizan una pelea inspirada, según el director Brook Linder (autor también de ‘Loaded’), en las películas de James Bond. Sin embargo, visualmente el realizador opta por otro enfoque. La contrastada fotografía en blanco y negro recuerda a la del cine indie de los noventa, a películas como ‘Pi’, ‘Clerks’, ‘In the Soup’, ‘Mala noche’ o los primeros filmes de Jim Jarmusch. Y la puesta en escena, con mucha cámara al hombro y movimientos bruscos, remite a las peleas coreografiadas por Paul Greengrass para la saga Bourne. En el último tercio del clip, cuando salen de la habitación, la escritura visual cambia. A través del uso de la cámara lenta, la luz estroboscópica y la inserción, a modo de flashes, de planos en color que remiten a ‘Loaded’, el director transforma la fisicidad del enfrentamiento inicial en algo mucho más estilizado, elíptico y hasta onírico.
‘Need Some1’, The Prodigy
El director filipino Paco Raterta parece haber traducido a imágenes el nuevo tema de The Prodigy casi de forma literal, acompañando al pie de la “letra” la descarga sonora del grupo británico. Ambientado en Manila, el vídeo comienza con el despertar de un guitarrista al que la música de The Prodigy le provoca los mismos afectos estimulantes que la “droga caníbal”. Entre espasmos y espumarajos, persecuciones y encontronazos, el protagonista avanza por los bajos fondos de la ciudad, llena de yonquis y pandilleros, hasta llegar a una sala de conciertos junto a los demás miembros del grupo. Este desbocado recorrido nocturno, cuyos ambientes degradados recuerdan a los del también filipino Brillante Mendoza (‘Serbis’, ‘Kinatay’), está narrado por Paco por medio de una nerviosa cámara al hombro y un vertiginoso montaje en el que combina planos con diferentes texturas fotográficas, cromáticas, rítmicas (imágenes ralentizadas y aceleradas) y de formato, cambiando del cuadrado al panorámico casi a golpe de headbanging. El final, con la imagen del guitarrista en el mismo cuarto donde se despertó, parece sugerir que todo este agitado viaje ha sido más mental que físico, más efecto colateral de la flakka que verdadero ejemplo de épica callejera.