“¿Quieres salvarme?”, le pregunta una reclusa de 58 años a Annalise Keating en una escena de ‘Cómo defender a un asesino’, para continuar dándole a la abogada que interpreta Viola Davis una respuesta tras su propia pregunta retórica: “Si quieres salvarme, vuelve a cuando tenía 13 años y mi padre me vendió a una banda por un poco de heroína. ¿Sabes lo que hicieron con la nueva? Desnudarme y turnarse, lo llamaban “manada”. Estás tan rota que pueden hacer contigo lo que quieran. En furgonetas. En sótanos. Y la única manera de seguir adelante que encuentras es chutarte y anestesiarte. ¿Y quién crees que carga con la culpa? Así que te declaras culpable, cumples tu tiempo de condena, solo para volver a la calle, volver a vender tu cuerpo para volver a conseguir más drogas, volver a ser arresteda, volver a declararte culpable… hasta que has pasado toda tu vida en una celda”.Annalise Keating no es un personaje de ‘Orange is the New Black‘, sino de ‘Cómo defender a un asesino’, pero ambas coinciden en soltar dardos sociopolíticos sobre personas que no suelen tener voz, junto a una mezcla de sarcasmo y nihilismo (la serie de Pete Nowalk con misterios de por medio y bastante más oscuridad). [¡ATENCIÓN, SPOILERS! Contiene detalles de las primeras cinco temporadas de ‘Orange is the new black’, y referencias de la sexta].
En el caso de la serie de Jenji Kohan, ese punto se acentúa al ser sus protagonistas unas mujeres encarceladas, al hacer ver a los espectadores que las razones suelen ser mucho más grises que el blanco/negro de “algo habrán hecho” y al acercar la casi-realidad-paralela a la sociedad que suponen las cárceles y centros de detención, donde eso de la “reinserción”, o bien se cambia por un castigo, o bien se diluye en un concepto progre que no ofrece oportunidades reales. Solo por estos motivos ya merece la pena ver ‘Orange is the New Black’, y por ellos le perdonamos ciertos fallos (además de por su reto de contar tantísimas historias a la vez), pero, tras ver la sexta temporada, se concluye que la serie da ya claros síntomas de agotamiento.
No todo es negativo, y vamos a empezar por los puntos fuertes: la temporada en sí supone un reboot como los que su creadora acostumbraba a hacer con ‘Weeds’. El divisivo motín de la anterior (a algunos nos gustó la idea de presentar una metáfora de rebelión de mujeres oprimidas por el capitalismo y el heteropatriarcado, por fugaz que fuese, pero a otros les aburrió centrar toda una temporada en solo tres días) ha dejado a las reclusas trasladadas a otras cárceles, y a varias de ellas en la temida prisión de máxima seguridad hasta que las investigaciones terminen. Esto da más protagonismo a actrices que se muestran mejor que nunca, como Danielle Brooks, Natasha Lyonne o Adrienne C. Moore, junta a personajes que no habían interactuado mucho hasta entonces (el cóctel Suzanne-Frieda es un acierto) y trae un montón de nuevos personajes… pero no todos llegan de la misma manera. Daddy, y su historia con Daya, es un “sí” (menuda química tienen), pero ese bloque Florida donde están las ancianas y las trans es una oportunidad perdida, y Badison resulta ser de los peores personajes en la historia de ‘Orange is the New Black’. El problema no es que sea mala, el problema es similar a aquel por el que en ‘Juego de Tronos’ Cersei y son fan-favourites y a Joffrey no le tragaba absolutamente nadie: es solo una bully sádica, no tiene nada interesante que contar, no tiene un plan, no tiene carisma, etc.
Esto nos lleva al tema de los “malos malísimos”. Vee (Lorraine Toussaint) fue uno de los motivos por los que la segunda temporada es probablemente la mejor, y la serie no ha podido encontrar ningún antagonista a la altura. No lo fue Piscatella, que tenía su punto pero acabó caricaturizado, y con un flashback que no era suficiente para explicar su pesonalidad (una pena, con lo que se podría haber ahondado en su homofobia interiorizada y la posible relación de ésta con su misoginia…) y, desde luego, Carol y Barbara tampoco lo han sido. Aún ignorando el hecho de que las asesinas de una niña pequeña sean las jefas respetadas de una cárcel (no lo sé, Rick…), el problema es que nunca llegamos a temerlas tanto como deberíamos: casi no sabemos de ellas, salvo por Frieda, hasta bien entrada la temporada, y la serie parece que no se decide entre presentarlas de forma cómica o amenazadora: ¿son dos astutas criminales o dos niñatas malcriadas? Al menos la trama tiene un buen final, al César lo que es del César.
Ni siquiera la historia de Taystee, que debería ser la estrella de la temporada tanto por su importancia en la serie como por su significado político, está bien llevada, con un protagonismo excesivo de Caputo respecto a ella ¡en su propia trama! Hay poco tiempo dedicado a esto, teniendo en cuenta la miga que se le podía sacar al apoyo de ACLU y Black Lives Matter, y el tiempo que se le dedica a personajes y asuntos más intrascendentes (Piper, as always, pero también se las trae la historia entre Pennsatucky y su violador-ahora-con-conciencia-feminista, que no sabes si tiene un toque involuntariamente cómico o si simplemente es desagradable), y lo fácil que se usan recursos con los guardias, que también quedan caricaturizados (lo del juego es too much). A esto hay que añadirle las ausencias de las reclusas que fueron trasladadas a otra cárcel: algunas se notan menos (Brook, Norma, Yoga Jones, Leanne), otras un poco más (Alison Abdullah, Chang, Maritza), y dejar fuera a Boo es directamente un error tremendo, por no hablar del trato tan aleatorio como siempre que tiene el personaje de Sophia Burset (aunque, para el punto casi tránsfobo que tuvo su trama en la tercera temporada, mejor que no aparezca).
Esta tanda de capítulos queda como una de las peores (y aquí no hay excusa respecto al tema temporal), pero hay que reconocer que plantea movimientos valientes, como el cambio de prisión, las caras nuevas, y muchas buenas ideas… cuyo problema es que no cristalizan bien, y lo que debería agitar, para bien, la serie, acaba dejando la sensación de que está estancada. Jenji Kohan ya ha sugerido la posibilidad de que la séptima sea la última temporada y, si bien esto no es nececario si se pone solución a algunos de los problemas actuales de la ficción carcelaria, es cierto que quizás quizás sea mejor cerrar y quedarnos con un buen recuerdo antes que seguir alargando con capítulos y capítulos donde los personajes y las tramas acaban deambulando como pollos -o gallinas- sin cabeza. 5,5