Beirut / Gallipoli

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Beirut / Gallipoli

Una generación de público medio alternativo enmudeció hace 13 años cuando sonaron los primeros compases de ‘The Gulag Orkestar’, el tema que abría el primer disco, también así llamado, de Beirut. Como si Goran Bregović nunca hubiera existido, el joven Zach Condon nos sobrecogía transmitiendo toda esa añoranza de los países visitados y también la dulce decadencia de los imaginados, a través de un bonito juego de vientos, llantos coreados e himnos taberneros. Y qué decir de aquella enorme foto de portada, encontrada en una biblioteca y sobre la que Condon buscaba dueño.

Zach nunca superó aquel debut, ni apostando por el continuismo ni abriendo su proyecto a la electrónica: incluso firmó algún proyecto con otro nombre, como fue el caso de Realpeople. Cuatro años después de ‘No No No‘, es buen momento para reencontrarse con el Beirut de los inicios, en un mercado saturado de otras cosas. El artista indica que este ‘Gallipoli’ comenzó a gestarse cuando consiguió que su padre le enviara desde Santa Fe a Nueva York el viejo teclado Farfisa con el que compuso la mayor parte de su primer disco y varias pistas del segundo. Su objetivo de emular el debut que escribió en su habitación es todo lo feliz que cabría esperar en el sencillo que da título al álbum, ‘Gallipoli’, que se pregunta «qué quedará cuando mueras»; o en el corte que abre el largo, ‘When I Die’, que también afronta la muerte: «estoy bien, seré de otra forma diferente», «he practicado toda mi vida», revela refiriéndose a sus momentos de malestar.

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La intensidad con que Zach Condon percibe la vida o sus viajes -aparte de en Nueva York, ha trabajado en el disco en Italia o Berlín- se ve reflejada más en la nota de prensa, en la que detalla hasta aquel cigarrillo en Prenzlauerberg que se fumó y que le provocó una «epifanía», que en el disco en sí. «Decidí que me quedaría allí definitivamente», sentenció en aquel momento. ‘Gallipoli’, en cambio, no deja la sensación de ser tan determinante en la carrera de Beirut, resultando esta vez más agradable que doliente, y eso no es bueno.

Así, ‘Varieties of Exile’ comienza bien entre ukeleles y emotivos quejidos, pero no pasaría nada si durara un pelín menos, el instrumental ‘On Mainau Island’ cumple una mera función decorativa y ‘Family Curse’, pese a su identificativa suma de trompetas y caja de ritmos, no deja tanto poso como sugería su título, pues no nos lleva a esos «extremos» en los instrumentos, a ese “forzar cada sonido hasta su límite” que Zach dice haber buscado -sin mucho éxito- en todo el disco junto al productor Gabe Wax. Ni ‘Light in the Atoll’ nos lleva a ningún «atolón» ni la bossa de ‘Corfu’ va a ningún sitio.

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Por el contrario, ‘Landslide’, a pesar de su incapacidad para competir con el tema homónimo de Fleetwood Mac, ciertamente podría haber encajado perfectamente en ‘The Gulag Orkestar’; y ‘We Never Lived Here’, justo antes del correcto ‘Fin’ con el arpegio de teclado que ahora asociamos a ‘Stranger Things’, sí es un tema chulo y juguetón sobre no reconocer el sitio en el que vives porque «no vimos lo mismo que ellos vieron». Habla la nota de prensa de ‘Gallipoli’ sobre «el lamentable espectáculo de la política en Estados Unidos, el imparable frenesí mediático en torno a él y los prohibitivos precios de los estudios y el alojamiento en Nueva York», y en ese penúltimo momento sí hallamos una de las especialidades de Beirut, transmitirnos el placer de viajar a sitios maravillosos o la pena de tener que hacerlo porque no eres feliz en el lugar al que se supone que pertenecías.

Calificación: 6,2/10
Lo mejor: ‘Gallipoli’, ‘When I Die’, ‘We Never Lived Here’, ‘Landslide’
Te gustará si: le echabas de menos. Si no le conocías, empieza por el principio.
Escúchalo: Spotify

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