“Probablemente seas una persona mediocre y del montón. No gastes tu tiempo en esforzarte o intentar ser especial y gástalo en asumir la realidad; así, aunque no seas del todo feliz, al menos no serás un desgraciado el resto de tu vida” dice el personaje de Eva Llorach en ‘Quién te cantará’. Tanto esta cinta como ‘Tu Hijo’ se han beneficiado enormemente de su emisión en Netflix, teniendo en la plataforma una segunda vida tras una primera con injustos resultados en taquilla. Mientras se debate si Netflix es enemigo o aliado del cine, lo que se puede decir es que ha ayudado a producciones como éstas, ni de coña low-cost pero sí más personales. Y en Netflix parecen tener claro que no solo están interesados en esa “segunda vida”, sino en impulsar una primera vida desde el principio: ‘A quién te llevarías a una isla desierta‘ no es la primera película producida por el gigante audiovisual, pero probablemente sí su mayor apuesta hasta el momento en este sentido. Partía con dos valores seguros ahora mismo como son María Pedraza y Jaime Lorente, ambos surgidos en los megaéxitos ‘La Casa de Papel‘ y ‘Élite’, y con otro valor seguro como puede ser una historia generacional… si está bien contada. Porque tenemos muchos ejemplos de lo contrario. Pero no es, en absoluto, este caso.
En eso influyen diversos aspectos, y uno de ellos es la persona que hay detrás. Jota Linares debutó el año pasado en el largo con ‘Animales sin collar‘, y ya tenemos su segunda película, que es a su vez una adaptación de la obra teatral con la que estuvo en Garaje Lumière, luego en Nave 73 y, finalmente, en el Teatro Lara. El gaditano, que ya en ‘Animales’ mostraba una mano considerable en la dirección de actores (especialmente con Natalia de Molina), confirma aquí su talento, llevando al extremo, para bien, a María Pedraza, Jaime Lorente, Pol Monen y Andrea Ros, el reparto protagonista. Los cuatro están estupendos, pero Andrea Ros y Pol Monen están espectaculares (la de Monen es su mejor interpretación hasta el momento, y eso que tenemos muy recientes ‘Amar’ y ciertos aspectos de ‘Tu Hijo’). Todos ellos se enfrentan a un doble reto con su intepretación, y no hablamos de lo que tiene que ver con los secretos que guardan, sino a la dualidad que surge de la propia naturaleza de la historia: su origen es una obra teatral, y ya sabemos cuál suele ser un comentario recurrente de los medios -y un temor recurrente del cineasta- cuando esto ocurre. “Es muy teatral”.
De esto quisieron huir Los Javis en ‘La Llamada’, por nombrar un caso español parecido, pero, aunque aquí se aprovecha la capacidad de salir del piso, Linares y Paco Anaya aciertan tomando la decisión contraria: no huye de su característica teatral, sino que la usa a su favor. Claro que hay momentos “muy teatrales” y esto podría espantar a algunos, como ocurría en las más o menos recientes ‘Agosto’ o ‘Solo el fin del mundo’, pero aquí la línea del exceso no se traspasa porque cuentan con una gran ventaja: la naturalidad de los personajes, y de sus intérpretes. Ése es el reto del que hablábamos: crudeza y dramatismo mezclados con momentos desenfadados de quienes podrían ser tus colegas. Has conocido a varias Martas y te crees a la Marta de María Pedraza, has conocido a varios Marcos y te crees al de Jaime Lorente, has conocido a varios Ezes y te crees al de Pol Monen, y, definitivamente, has conocido a muchísimas Celestes y te crees a la de Andrea Ros. Y quizás también los has sido. O lo eres. Porque aquí reside otra de las grandes fortalezas de la película: su retrato de los efectos de la crisis -y de las expectativas- en esa generación “perdida”, “fracasada”, “quejica”, etc.
“Ése es el problema, creernos especiales. Y que nadie tenga huevos para venir y decirnos que a lo mejor no lo somos.”, dice Celeste en un momento de la película que recuerda a la frase de Eva Llorach con la que abríamos la reseña. “Las promesas son una mierda porque te recuerdan lo que no eres”, dice en otro. Ambas son una patada en la boca al rollo “cuando quieres algo de verdad, el Universo conspira para que lo consigas”. Como la patada en la boca que se llevaron muchos jóvenes que, tras años de oír que si persigues tus sueños los conseguirás aunque partas de la nada sin un mísero, o que si estudias y te preparas tienes un futuro, acabaron descubriendo que nada de eso era seguro (ni siquiera el MIR de Marcos ofrece una estabilidad como la de antes, y os lo dice un médico). Y que quizás lo único seguro es que habían vivido en una burbuja. Y salir de una burbuja duele. Toda burbuja tiene que estallar, y aquí ese momento surge a partir del juego que da título al film, desencadenado por lo que parece ser el Síndrome del Impostor de Eze. De ahí en adelante, los cuatro protagonistas salen de una burbuja distinta (Marta es quien describe esto de forma más explícita), y además salen de una burbuja común generacional. ‘A quién te llevarías a una isla desierta’ nos cuenta ese proceso en que los residentes del 9ºB dejan de entreabrir los ojos para abrirlos del todo, y cómo no les gusta lo que ven. Cómo les parece una mierda, sencillamente. Y lo cuenta con una sensibilidad y maestría que hace que queramos estar muy atentos a los próximos proyectos de su director y de su reparto. 8.