Este mes de junio Robin Carlsson, más conocida como Robyn, cumple 40 años. De los cuales ha dedicado más de 25 a la música pop, atravesando distintas etapas hasta convertirse en lo que es a día de hoy: una estrella transversal que goza de tanto fervor (no podemos llamarlo éxito exactamente) del público como de la crítica, con un papel destacado en carteles como los del reciente Primavera Sound o el inminente Mad Cool 2019. Por eso, y porque es una de las artistas que más cariño guardamos en nuestra web y a la que con más atención hemos seguidos desde nuestro nacimiento, celebramos el «mes Robyn» en JENESAISPOP escogiendo en un ranking las 40 mejores canciones de su carrera, que iremos agrupando de 5 en 5 (a razón de dos entregas cada semana) hasta completar el listado y su correspondiente playlist. Además de sus primeros álbumes de mediados y finales de los 90, su posterior giro electro y modernización, su conversión a estrella del alt-pop y su posición actual como un icono del pop electrónico más refinado –con el fantástico ‘Honey‘ con el que regresaba el pasado año–, hemos considerado canciones de EPs –junto a Royksöpp o con La Bagatelle Music– y colaboraciones en las que se ha implicado en el plano compositivo, y no simples featurings. Comenzamos…
“Estoy en la esquina, mirándote besarla, oh / Estoy dando el máximo / pero no soy la chica que llevas a casa, oh / Sigo bailando sola”. ¿Quién diantres no ha vivido exactamente esa situación al menos una vez en su vida? ¿Cómo no empatizar con esa Robin semioculta en la pista de baile, dándolo todo para que la persona de sus sueños se gire hacia ella y se acerque? Quizá por eso ‘Dancing On My Own’, el single principal de ‘Body Talk’ y que ya se incluía en el primer EP de la saga, ha terminado por convertirse en el gran himno de la artista sueca, una canción de esas más-grandes-que-la-vida, que provoca cuando suena en sus conciertos que el público, como si fuera ya una suerte de ritual cómplice, cante el estribillo completo mientras Carlsson y su banda guardan silencio, erizando el vello y haciendo realidad esa expresión permanentemente ligada a Robyn de “bailar con lágrimas en los ojos”.
Un concepto que, evidentemente, no inventó ella, pero sí que era exactamente lo que perseguía cuando ella y Åhlund escribieron la canción con Patrik Berger: en una entrevista de la época citaba como referentes himnos “disco gay” de Sylvester, Donna Summer y, atención, ‘Dancing With Tears In My Eyes’ de Ultravox. Curiosamente, esta fue la primera y última colaboración de Robyn con Berger, que entonces venía de trabajar con Kylie Minogue (‘In Your Eyes’), Hillary Duff y una estrella británica del perfil de la primera Robyn, Billie Piper. ‘DOMO’ también cambió para siempre la carrera del productor y autor sueco, que desde entonces tuvo y tiene un estatus estelar, trabajando en éxitos de Lana del Rey, Charli XCX o Icona Pop, aunque manteniendo un perfil alternativo que le ha llevado a colaborar también con Santigold, Peter Bjorn and John, Those Dancing Days, Ariel Pink o Mura Masa. Y cabe destacar también su imperdible proyecto BC Unidos.
En un primer contacto, ‘DOMO’ pudo parecer una suerte de revisión de ‘With Every Heartbeat’, con la que no solo parece compartir alguna secuencia de acordes sino que coincide también en ser una estructura in crescendo a partir de un reconocible sintetizador. Pero lo cierto es que son dos temas muy distintos porque, allí donde el tema con Kleerup suena saturado de arreglos, en este tema, sin ser minimalista, sus elementos gozan de un mayor espacio, respiran más, dejando brillar pequeños detalles. Como los golpes de claves que suenan al inicio del segundo verso –justo después de que se haga un silencio y Robyn cante “I’m just gonna dance all night”– o ese tecladillo que suena de fondo en el momento previo al puente. Un puente que, como sucede en ‘Be Mine!’, es una cumbre particular dentro de la canción, al trasladar al lenguaje musical el momento en el que “las luces se encienden, la música muere” y ya no hay manera de esconder las lágrimas en la oscuridad y la mascarada de las luces estroboscópicas. Es entonces cuando, de nuevo, se hace el silencio y la parte vocal del estribillo regresa a capella para, con un redoble digital, hacer que irrumpa la instrumentación con toda su fuerza y emoción. Emoción –pura y genuina– es, de hecho, la palabra que va inevitablemente ligada a ‘Dancing On my Own’.
Esa emoción fue trasladada perfectamente a su también icónico vídeo, dirigido, cómo no, por Max Vitali. El realizador sueco y pareja de la artista pone en contraste dos tipos de plano: unos a cámara lenta en los que, entre claroscuros rojos, se dibuja la imagen de Robyn en un club, mientras todo el mundo baila a su alrededor; y otros, perfectamente iluminados, en los que, exultante, Robin Miriam baila desinhibida, mirando directamente a la cámara, llena de pasión y, por momentos, se diría que al borde del llanto. Todo esto propició un nuevo éxito para Robyn: no logró repetir el número 1 en Reino Unido de ‘With Every Heartbeat’ (se quedó a las puertas, en el 2) pero sí le valió alcanzar un nuevo número 1 en su país, Suecia. En nuestra web fue el número 4 en nuestra selección de Mejores Canciones 2010, y honra a nuestros lectores haberla elegido como canción del año. ’Dancing On My Own’ incluso sonó en la ceremonia de entrega de los Premios Nobel de 2010.
Pocas cosas nuevas se pueden decir sobre este clásico, así que voy a empezar por una curiosidad que revelaron Mark Graham del NY Post y Bex Schwartz de VH1: poneos los primeros diez segundos de ‘Wildest Dreams’ de Taylor Swift, y ahora los diez primeros de ‘With Every Heartbeat’. Yo también flipé al darme cuenta, sí. Pero es de lo poco que no sepamos a estas alturas: el tema, segundo single de ‘Robyn’ y primero del debut de Kleerup, es uno de los más míticos de la sueca, y se convirtió en un hit bastante mayor que su predecesor ‘Konichiwa Bitches’, un hit que poca gente se esperaba, entre otras cosas por lo extraño de su estructura (no hay un estribillo clásico y el larguísimo outro es casi más estribillo que el supuesto estribillo).
‘With Every Heartbeat’ nos sitúa en ese punto en el que una relación no tiene ya salvación posible, por mucho que quieran los miembros de la pareja, por mucho que duela y por mucho que Robyn tarde en darse cuenta. La esperanza y la desesperanza están juntas en su voz durante toda la canción, pero librando una batalla que, cuando el tema comienza, parece que se inclina por el lado de esperanza. Ésta se resiste a perder (el primer «maybe we could make it alright» lo dice de hecho con un tono optimista), pero a cada paso se va debilitando, al igual que la voz de Robyn se va haciendo más amarga, y, finalmente, cambia también la letra: desde el «just a little bit better / good enough to waste some time / tell me, would it make you happy, baby?» se va abriendo camino la imposibilidad de arreglar la relación («we could keep trying but things will never change»). Robyn tiene que seguir su camino, aunque se muera «con cada paso que da». Lo acepta y no mira atrás… y entonces llega ese lastimero «and / it / hurts / with / eve-ry / heart-beat» entonado como verdaderos latidos de un corazón que ya no tiene fuerzas. Pablo Tocino.
La producción de ‘Do It Again’ es quizás la mejor fusión conseguida entre los estilos de Robyn y Röyksopp -los tres parecen una única entidad distinta-: ninguno de los subidones suena barato y desganado sino al revés, tenemos el uso de la cadencia rota en el puente, el outro que es todo lo contrario, etc. Pero, más allá de eso, ‘Do It Again’ encierra además uno de los mejores ejemplos de las dotes interpretativas de Robyn a la hora de cantar. La canción narra el magnetismo entre dos personas que, aunque intentan alejarse porque saben que no es lo correcto/porque la relación es tóxica/porque uno de los dos (o los dos) tiene pareja/etc, vuelven a caer una y otra vez. Pueden intentar autoengañarse todo lo que quieran, pueden pensar que es posible jugar con fuego sin quemarse, que la línea es muy delgada pero no invisible… pero la realidad les sacude como nos sacuden los sintetizadores de esta canción.
Así, Carlsson llena su interpretación de pequeños detalles: empieza casi animal, entregada al placer sin ningún tipo de arrepentimiento tanto en la primera estrofa como en el doble estribillo y en el inicio de la segunda, con una petición («one-more-time / let´s do it again!») que luego se tornará súplica. Porque Robyn intenta dar marcha atrás, su voz va cambiando en un maravilloso puente cuyo final es igual de maravilloso: ese «if you’ll stay around, we’ll just…» empieza como una advertencia madura, pero el grito en «…do it AGAIN!» puede entenderse como un énfasis a dicha advertencia… y también como una rendición ante lo prohibido, un «mira, qué cojones, ven aquí». Es entonces cuando le toca al amante empezar a darse cuenta del peligro, y querer apartarse y «hacer lo correcto». Pero Robyn ya no quiere, y llega ese outro con los «again, again / again!» que oscila entre el llanto y la súplica por parte de la sueca, cuya voz se infantiliza pareciendo por momentos una niña pequeña a la que se le ha acabado el tiempo de juego. Todo funciona como un reloj en ‘Do it Again’, que hace que no puedas dejar de bailarla en ningún segundo de sus cinco minutazos. Ni tampoco de sentirla. Pablo Tocino.
Si ‘Call Your Girlfriend’, ubicada en este top un par de puestos por debajo de este texto, hablaba sobre “La Otra”, esta ‘Be Mine!’ que fue escogida como primer single de ‘Robyn’ –y fue, por tanto, su carta de presentación al mundo desde la perspectiva independiente y alternativa que tomó tras abandonar la industria multinacional– está entonada por parte de la engañada, la abandonada. Porque, aunque lo parezca por el énfasis que da el signo de admiración, su título no se lee en realidad como un imperativo “¡se mío! Su estribillo da el contexto correcto: “nunca fuiste y nunca serás mío”. “La lluvia es algo bueno porque oculta las lágrimas de tus ojos / Igual que las cosas buenas maquillan el dolor”, arranca Carlsson cantando mientras el rasgar de un violonchelo –constante en un tema que brilla en buena lid por sus emocionante cuerdas– esboza una pauta rítmica marcada por una caja asincopada.
Con apenas estos mimbres –a los que luego se suma un bajo y los violines, arreglados por el jazzman sueco Joakim Milder, que aportan un extraordinario dramatismo– Robyn y Åhlund construyen una de las cotas de su trabajo conjunto, un (otro; y van…) himno para bailar con lágrimas en los ojos, que alcanza su zenit cuando, en el puente, Robyn se dirige de forma directa a su amado (que hace tiempo que, con toda frialdad, no la escucha), hablando: “Te vi en la estación. Tenías los brazos alrededor de cómo-se-llame. Llevaba la bufanda que te regalé / y te agachaste para atarle los cordones / Parecías feliz, y eso es genial / Es sólo que te echo de menos, eso es todo” son, quizá, los versos de rendición más dolorosos que se hayan bailado jamás. De forma curiosa, ‘Be Mine!’ tuvo un primer vídeo más abstracto (pero también más emocionante) en el que parece querer transformarse desesperadamente en aquello que, se figura, su amante desea. Dos años después, habiéndose convertido ya en un nuevo éxito en los países nórdicos, su novio Max Vitali dirigió un nuevo clip menos metafórico, en el que Carlsson, con su ya característico pelo corto, vive un encuentro fortuito con su ex, de manera menos imaginativa.
Robyn empezó a escribir ‘Missing U’ en 2014. Le recordaba a Kate Bush y a la música “dulce y templada” que sus padres escuchaban en los 80, pero sobre todo le recordaba a cosas no tan dulces. “La canción me hacía sentir cada vez más deprimida: era sobre mierda bastante dura, y yo ni siquiera lo sabía por el momento”, cuenta, “intenté acabar esa letra durante dos años y no podía”. El bache que atravesaba entonces la sueca era doble, y bastante relacionado con la temática de la canción. Por entonces se había separado de su hasta-entonces-inseparable Max Vitali, y había tenido otra separación forzosa: la del productor Christian Falk, uno de sus mejores amigos, fallecido de cáncer. Carlsson dejó reposar la canción, y volvió a retomarla años después con la ayuda de Joseph Mount de Metronomy (quien introdujo unos arreglos de arpeggio que pretendían hacer la canción “emocionante aunque fuese dolorosa”), y con un concepto claro en mente: “cuando la gente desaparece es como si, paradójicamente, pudieses verles de forma más vívida y clara, porque les ves en todas partes”, comentaba, y esta frase está casi que tal cual en dos de los versos. “Can’t make sense of all the pieces of my own delusions” y “I keep thinking you’re still right beside me”.
En ‘Missing U’ Robyn se sirve de letras diarias y mundanas (para bien) en su misión de describir toda esa “heavy shit” que tenía en la cabeza: desde algunas más generales, como “all of the plans we made that never happened”, “there’s this empty space you left behind now you’re not here with me / I keep digging through our waste of time, but the picture is incomplete” o “this part of you, this clock that stopped / this residue, it’s all I’ve got” a otras tan concretas que duelen: “the space where you used to be / your head on my shoulder (…) now your scent on my pillow has faded” pasando por esa pausa en un final de estribillo tan sencillo como potente, ese “cause I’m missing you / …I miss you” que entona una Robyn más triste que nunca. ‘Missing U’ fue promocionada en directo en televisión, pero es el único lead-single de Robyn que no tiene videoclip como tal, sino un corto en el que una versión extendida de la canción se oye de fondo mientras ella y sus fans charlan y celebran su regreso. ¿Le resultaba demasiado duro hacer un videoclip con la historia real tras la canción? Yo diría que es bastante probable, y el peso de esa razón está en un verso en concreto que, conscientemente, no he mencionado aún, y que justifica por sí mismo el puesto de ‘Missing U’ en esta lista. ¿No es “all the love you gave me still defines me” uno de los homenajes más hermosos que habéis escuchado en una canción?
Como en aquel capítulo de Los Simpsons donde la cara de Homer aparecía frente al término “estúpido” en el diccionario, si un manual recogiese “sad bangers” podría tener perfectamente la cara de Robyn al lado. ‘Dancing On My Wwn’ es la que todos tenemos en la cabeza, y de hecho es la que cité cuando, hablando de ‘Stranger’ en la reseña de ‘Blue Lips‘, quería describir eso de “bailar llorando” (algo que Tove Lo y Robyn manejan a la perfección). Pero, tanto en su mayor éxito como en ‘Be Mine!’, en las futuras ‘Because It’s In The Music’ o ‘Ever Again’ o incluso en ‘With Every heartbeat’, Carlsson tomaba el papel de la persona a la que dejan. En ‘With every hearbeat’ es algo más complejo, pero no llega a ser directamente el rol que toma aquí: La Otra. Más que nada porque no es un rol que suela tomarse mucho entre las cantantes; claro que hay grandes clásicos contados desde ese punto de vista, pero generalmente con una intención melodramática, donde La Otra llora porque con quien se queda a dormir él es con su mujer, o sufre porque está haciendo algo malo, o incluso lo cuenta de una forma tontorrona y humorística (“hey-hey-you-you, I don’t like your…”, ya sabéis). Incluso, por citar un ejemplo reciente y de sobra conocido, claro que muchas canciones de Lana del Rey han tenido esta temática, pero precisamente por eso había un trasvase al resto de su identidad, creando una figura bastante reconocible.
Robyn toma este rol sin adoptar una figura particular ni buscar una carga especialmente dramática o especialmente cómica: ofrece un personaje con un papel bastante más activo, que parece decir “esto ha pasado, no es algo agradable, pero ha pasado, somos adultos y esto es lo que deberíamos hacer para continuar haciendo el menor daño posible”. Una letra madura y honesta, donde la rubia aconseja a su pareja para causar el menor daño posible sabiendo exactamente dónde tiene que dar (“tell her not to get upset second-guessing everything you said and done”, “tell her the only way her heart will mend is when she learns to love again / and it won’t make snese right now but you’re still her friend”) y dónde no: demoledor -y real, quizás precisamente por eso- aquello de “don’t you tell her how I give you something that you never even knew you missed / don’t you even try and explain how it’s so different when we kiss”. Por si hiciesen falta más conexiones con el megahit ‘Dancing On My Own’, el videoclip de ‘Call your girlfriend’, que sucedió como single a dicha canción, muestra a Robyn dancing on her own en una maravillosa coreografía grabada en una sola toma (corregidme si es un falso plano secuencia, pero si es así, el engaño es perfecto), y donde el giro melódico que pasa del grito al caos electrónico está aún más potenciado gracias a las imágenes. Escrita junto a Klas Åhlund y Alexander Kronlund, con Billboard echando un cable en la producción, y nominada al Grammy 2012 como Mejor Grabación Dance, Robyn parece decirnos precisamente que no hace falta adoptar ninguna figura particular porque todos podemos ser, en algún momento, La Otra. Y que somos humanos y estas cosas pasan pero, una vez que pasan, hay que intentar dejar atrás el miedo a la confrontación (y un poquito también el individualismo liberal de nuestra sociedad) y cuidar un poco a la gente. Porque un día puedes ser la persona de ‘Call Your Girlfriend’ y otro día puedes ser la de ‘Dancing On My Own’. Pablo N. Tocino.
Coproducida con Joseph Mount de Metronomy -además de con su amigo Klas Ahlund-, es probablemente la canción más sensual (y sexual) de Robyn. Ya sea más sutil («every breath that whispers your name is like emeralds on the pavement», «and the waves come in and they’re golden / but down in the deep the honey is sweeter») o menos («let it soak up into the flesh / never had this kind of nutrition», «at the heart of some kind of flower / stuck in glitter, strands of saliva / won’t you get me right where the hurt is?»), el caso es que su letra y su hipnótica producción te hacen sentir la persona más sexy del planeta durante cinco minutos. En general hemos asumido que ‘Honey’ habla del sexo oral y, en concreto, de que te coman el coño (o el culo, que esa interpretación parece más tabú), y ciertamente el tono erótico está confirmado por la propia Robyn, que de hecho llega a animar a su amante a que siga («can you open up to the treasure, suck it up inside like a treasure / let the brightest place be your passion»). Pero la canción habla también de otra relación íntima, y es la que Robyn tiene con la música: grabada entre Suecia, París y Los Ángeles (y las tomas vocales de TODAS las sesiones acabaron pasando el corte, ojo), ‘Honey’ le da título al álbum porque es una de las canciones más importantes para la sueca. Cuenta ella que el tema ha significado muchísimo en este hiato: “la letra habla sobre ir a un lugar sensual, del mismo modo en que hablo yo de hacer música: me hace sentirme bien, y, si lo hago de la forma adecuada, me cura”. Para la autora de ‘Body Talk’, ‘Honey’ describe «un estado mental, el poder disfrutar de nuevo de hacer música» después de la época tan difícil que pasó. No sé vosotros, pero yo ahora entiendo más que, frente a lo que se oyó en ‘Girls’, aquí haya apostado por el minimalismo, y por una versión más serena y, a la vez, directa. Robyn puede sentirse perdida a veces, pero sabe qué es lo que le hace encontrarse a sí misma y le pone de nuevo en funcionamiento. Come get your honey… y que «honey» sea lo que tenga que ser. Pablo N. Tocino.
A finales de la pasada década, el dúo Röyksopp estaban en la cima del pop electrónico bailable, con su mezcla de house, tecno y synthpop reminiscente de los 80. El dúo noruego, crecido tra sla popularidad de sus dos primeros discos ‘Melody A.M.’ (2001) y ‘The Understanding’, se lanzaba a publicar un trabajo doble dividido en dos discos, ‘Junior’ y ‘Senior’ –un disco ambient, sin partes vocales–. En el primero de ellos destacaba la que fue el primer paso de una fructífera colaboración artística con Ribyn, ‘The Girl and The Robot’. Segundo single del lanzamiento tras ‘Happy Up Here’, se trata de una auténtica cumbre del pop de la pasada década, y también, por supuesto, en las respectivas carreras de sus autores e intérpretes: construida sobre un ácido bajo sintético y una mezcla de coros artificiales y reales, la base típicamente tecnopop cobra una dimensión más potente cuando, con la voz de Robyn, irrumpe el bombo house, haciéndola ya irresistiblemente bailable. Todo conduce hasta un estribillo con una monumental melodía de armonías crecientes, inolvidable. Además, la producción es todo un prodigio de detalles (ese post-coro, los drops sin que se pierda ritmo, la outro con la sección de cuerdas) y calidad sonora. Dance pop de alto octanaje. Además, el lanzamiento se coronó con un icónico vídeo (con intrigante prueba de embarazo final) que plasmaba esa compleja relación entre “la chica y el robot”, evidentemente una metáfora de un “workaholic” que pone el amor en segundo plano.
La versión de ‘Hang With Me’ que apareció en el tercer disco, el culminante, de ‘Body Talk’, no fue la única que existía. Y no, no me refiero a la toma a piano y voz que aparecía al final del primer EP de esa serie, sino a que Klas Åhlund ya había prestado esta canción a la artista sueca de origen chileno Paola, de apellido Bruna hasta que lo cambió por Åhlund. Efectivamente, fue esposa de Klas. El también miembro de Teddybears produjo y compuso gran parte de ‘Stockcity Girl’, su debut multinacional en 2002 –a día de hoy es su único álbum, aunque acaba de reaparecer con 2 singles–. Y entre las canciones de ecléctico pop rock alternativo que incluía estaba, además de la estupenda ‘Above the Candystore’ –tema principal de la BSO de ‘Spun’, peli independiente del hoy reputado director Jonas Åkerlund–, ‘Hang With Me’. Aunque, eso sí, en una versión muy diferente, más intimista (con un bajo muy ‘La chica de ayer’, curiosamente), e incompleta. Porque por entonces no contaba con ese pre-coro y estribillo que, como muestra una escucha contrastada del tema, es el gran hallazgo de la composición, ese subidón que nos da cuando Robyn canta “no caigas temeraria y locamente enamorado de mí / porque nos llevará al desamor, benditamente doloroso y loco / (Pero) si estás de acuerdo / Cuélgate de mí”. Una maravillosa declaración de amor a pesar de las terribles consecuencias que pueda traer que emociona y enardece a caballo de su ágil ritmo de electropop espacial, otro de esos “sad bangers” que tan bien domina nuestra heroína.
De manera más que curiosa, la canción más memorable de la primera etapa de Robyn no estaba en la versión original de su debut, ‘Robyn Is Here’, ni fue el single más exitoso del disco, aunque sí uno de ellos. De hecho es, al menos a fecha de hoy, su último top 10 en el Billboard Hot 100 yanqui. ‘Show Me Love’ fue una de las dos canciones del debut de la sueca que contaron con la colaboración de Max Martin (y Denniz Pop, no le olvidemos), pero esta no estaba en la primera edición lanzada en Suecia. Se incluyó en la edición norteamericana de 1997 en sustitución del insulsillo medio tiempo ‘Where Did Our Love Go’ –con inapreciables coros de un tal Joe Watts–, y desde luego la decisión no pudo ser más acertada. Como sucede con ‘Do You Know (What It Takes)’, Martin parecía estar perfeccionando la fórmula de hip hop + R&B + pop, esa que culminó un año después en ‘… Baby One More Time’ y que marcó drásticamente la ética y estética del final de siglo. La sinuosa línea de bajo, la guitarra funky con wah-wah, la caja de ritmos con chisporroteantes hi-hats, los coros herederos del doo-wop… todo estaba ya dispuesto para matar con ese estribillo memorable en el que una adolescente Carlsson pide que le enseñen el amor, la vida, “de qué va todo”… pero de una manera mucho menos perversa que lo hicieron Spears y Aguilera poco después, más blanca. Casi tan reconocible como su superpoblado videoclip fue su aparición en los títulos de crédito del éxito cinematográfico sueco de la época, ‘Fucking Åmål’, primer largometraje de Lukas Moodysson que llegó a las pantallas de todo el mundo. De hecho, en los países anglosajones se censuró el título y ¿adivináis cómo se conoció la película allí? Efectivamente, ‘Show Me Love’.
Una producción exquisita, que consigue ser a la vez delicada y fiera. Una de las mejores letras que han hecho tanto Robyn como Röyksopp por separado. Un estribillo que consigue transportarte a otra dimensión sin necesidad de ninguna sustancia. Un tema que no desentonaría en un servicio religioso, y que recuerda más a los Illuminati que ‘Illuminati’ de Madonna. Un interludio jazzy (con saxo a cargo de Kjetil Moster) que mejora todavía más la canción. Un videoclip que hace parecer costumbrista a ‘Prometheus’, lleno de mil referencias artísticas que ya diseccionamos en su momento. Una nueva versión en ‘The Inevitable End’ que aumentaba el carácter caótico y agresivo que, algo escondido, ya había en la canción. Por muchas razones, ‘Monument’ es uno de los grandes hitos de la carrera de Robyn. La sueca cuenta que las esculturas de Juliana Cerqueira Leite le inspiraron para escribir sobre la vida, la muerte, el paso del tiempo, el legado que queda -si queda- cuando todo acaba, y cómo descubrirse a una misma mientras reflexionas sobre todo lo que te rodea. En cierto modo, la canción funciona también como un guiño a ese “inevitable fin” de las colaboraciones entre Röyksopp y Robyn… o eso parecía. Pablo N. Tocino
¿Alguna vez le habéis cogido asco a un grupo/a un solista porque era el grupo preferido de alguien que también parecía que iba a ser vuestra persona preferida… pero que ahora lo que os da es asco? Y, al contrario, ¿se os ha revalorizado un grupo o un solista por la conexión que tienen para vosotros con un momento concreto y, especialmente, con una persona concreta? Hablamos de grupos y solistas, pero también pasa con canciones concretas, y muchas veces no tiene que ver con la letra de la canción ni con que sean similares entre sí (a mí me pasó por ejemplo con ‘Exit Music’ de Radiohead y ‘Switch’ de Iggy Azalea, que ya veis lo que se parecen). Pues de todo esto habla Robyn en una de las joyas de su último álbum, y centra su atención en un aspecto concreto: la cosa no es ya que tú te acuerdes de él/ella cuando la escuches -y aun así te la pongas porque eres un/a masoca-, la cosa es cuando esa persona la escucha… ¿se acordará realmente de ti? El puente nos deja muy blanditos diciendo exactamente eso: “and I wonder when you hear it / are you getting that same feeling? / like you wanna break down in half / I keep playing it anyway / anyway / anyway…”. Como curiosidad, la intención de Robyn y Klas Åhlund era hacer una canción puramente disco, pero Åhlund estuvo a punto de meter un solo de flamenco al final. La elegancia de este estupendo tema la tenemos también en la explicación que dio Robyn sobre el destino de esa idea: “we agreed to leave it off”. Pablo N. Tocino
Ya hemos hablado de lo inspirador que fue para Robyn conocer a los hermanos Dreijer, The Knife, que le dieron ánimos para reanudar su carrera desde la independencia. Pero esa inspiración e impulso también se acompañó de música: la huella de los autores de ‘Silent Shout’ es inapelable en el peculiar sonido de sintes y percusiones de esta ‘Who’s That Girl’ que co-escribieron y produjeron para ‘Robyn’. Una canción verdaderamente vibrante y que, precisamente en esos timbales tan latinos, conectan con la Madonna de los 80 que también interpretó, de forma celebérrima, una canción y película con el mismo nombre. En ella Robin Carlsson se anticipa a la actual revolución feminista con un discurso que, 15 años después, es enarbolado por muchas artistas. Y es que, tras manifestar una postura totalmente en contra de las convenciones de género (“Las buenas chicas son guapas todo el tiempo / Yo solo soy guapa a veces” o “Ls buenas chicas no dicen no o pregunta por qué / Yo no te dejaré que me ames a no ser que te esfuerces de verdad”), Robyn desafía: “¿Quién es esa chica con la que sueñas? / ¿Quién es esa chica de la que crees que te has enamorado? / ¿Quién es esa chica? ¿Y si no tengo nada que ver con ella? No existe una chica así, no puedo soportar la presión / ¿Quién es esa chica?”. Pero la idea de no querer caer en las convenciones impuestas por el heteropatriarcado (“Vamos a jugar un juego nuevo / Tú serás la chica y yo el tío”) tiene, además de una lectura universal, otra particular que ha afectado recientemente a artistas como Marina Diamandis: ¿por qué las artistas tienen que ser exactamente como el público desea que sean? ¿Por qué deben soportar esa presión?
Creada con su inseparable Klas Åhlund, y con los arreglos de cuerda de Carl Bagge, ‘Indestructible’ es otra de las paradas obligatorias en la discografía de Robyn. La sueca quería hablar en ella de “lo que ocurre cuando conoces a gente nueva y te enamoras, el miedo que puede llegar a dar pero también lo divertido que puede llegar a ser”. Por tanto, tanto en su versión acústica como en la que da rienda suelta a la electrónica, la letra es visceral, sí, pero alternando referencias más sexuales (“a freeze-frame of your eye in the strobelight / sweat dripping down from your brow / hold tight, don’t let go / don’t you let me go”) con otras donde lo visceral va más por lo romántico y lo vulnerable (“and I never was smart with love / I let the bad ones in and the good ones go / but I’m gonna love you like I’ve never been hurt before / I’m gonna love you like I’m indestuctible”) y otras que pueden ser ambas (“this is hardcore, and I’m indestructible”). Una canción que, como también sería ‘Dancing on my Own’ es para que en la pista de baile no solo te rompas los huesos, y que la sueca llegaría a cantar en directo en los Premios Nobel. El conocido videoclip, a cargo de Max Vitali y Nils Ljunggren y en el que se usaron cables y tubos de una longitud de ¡kilómetros!, presenta a Robyn y a distintas parejas besándose y follando, pero no de la forma en que se ve en las películas: “el sexo está en cualquier parte todo el tiempo, pero raramente se representa de manera real, y el vídeo es para darte una imagen de qué es realmente el sexo”, declaró en su momento la autora de ‘Body Talk’. Pablo N. Tocino
Robyn no es una artista conocida por sus baladas y, aunque muchas de sus canciones logran emocionar hasta la congoja, suele (como ya hemos mencionado) provocarlo mientras nos hace bailar. Pero hay excepciones, como esta ‘Eclipse’ que es además una excepción en más sentidos, puesto que es una de las pocas canciones de sus discos que no ha escrito (o co-escrito ella). Se trata de una composición de Klas Åhlund, prestada para ser cantada por ella aunque su letra es profundamente personal: el miembro de Teddybears captura con palabras totalmente desarmantes ese preciso instante en el que, con solo miradas y gestos, unx es consciente de que una relación se ha agotado por siempre, irremisiblemente. Frases como “hay un eclipse en tus ojos, donde yo solía brillar” o “hay palabras que son mejores si no son pronunciadas”, en la sentida y delicada interpretación de Carlsson, apenas acompañada por un piano, un contrabajo y tenues efectos siderales, son totalmente turbadoras, espeluznantes, con medias caídas y crescendos. No es que sea la mejor balada de Robyn, es que es una de las baladas de este siglo.
Robyn nunca escondió lo mucho negativo que aprendió a la fuerza de la industria musical durante el inicio de su carrera. Obvia decir que, cuando canceló su contrato con Jive Records, rehusó trabajar con la pléyade de hombres que habían intervenido en su frustración, entre ellos Max Martin, y no quiso contar con el artífice de sus primeros éxitos en ‘Robyn’. Sin embargo, el éxito de su refundación artística de mitad de los 00s cambió esa perspectiva y la llevó a contar con él para ‘Body Talk’. “Era el momento perfecto”, decía en entonces en una entrevista. “He cerrado un círculo. Es una forma de demostrar que no intento distanciarme del sitio del que vengo. Lo importante siguen siendo las canciones”, ahondaba. Y, desde luego, esa ‘Time Machine’ que supuso su reencuentro musical no podía ser más certera. Casi se diría que incluso la idea de una máquina del tiempo (mención incluida al célebre Delorean de ‘Regreso al futuro’) que emplea la letra para arrepentirse de errores pasados está también relacionada con esa reunión. En todo caso, esta co-producción con Shellback (que años después ha sido clave en la carrera reciente de Taylor Swift, además de Katy Perry, Ed Sheeran, Maroon 5 y un largo etcétera) es el epítome de pelotazo dance-electro-pop, todo un antecedente musical de los primeros hits de Lady Gaga. Sin ambages.
Cuando se lanzó su disco conjunto con La Bagatelle Magique, Robyn explicaba que la frase “el amor es libre”, más incluso que la propia música, inspiró todo ese trabajo con el dúo formado por Christan Falk y Markus Jägerstedt. Falk la extrajo en forma de sampler –probablemente de algún grupo de R&B de los 90 como SWV o Boyz II Men, ya que en los créditos figura Charles Farrar, habitual autor y productor de aquellos– pero no había acuerdo en cómo enfocarla emocionalmente: el productor veía en ella un sad banger de esos que Robyn ya había demostrado dominar, pero la cantante la leía como una celebración más bien eufórica. El resultado final del single principal de aquel disco dice que ganó Robyn, puesto que derivó en un agitado número de disco house con vocación underground en el que la enérgica Maluca ponía el punto justo de sazón. Sin embargo, el clip del tema, lanzado varios meses después, no rehuía el profundo vacío que dejó en Robyn la pérdida de Falk. El vertiginoso metavideo dirigido por SSION, aparenta ser una celebración colorida. Pero una visualización atenta revela que las “escenas de cama” de las cantantes no son tanto una fiesta de pijama como una sesión de terapia en la que la intérprete de ‘El Tigeraso
’ trata de sacar a la sueca de su bajón anímico. Además, hay que destacar que en el montaje, además de un Jägerstedt con la cara totalmente cubierta de pintalabios rojo, aparece una filmación de Christian Falk a modo de sentido y necesario homenaje. Al final, bailamos, sí, pero como quería él, con lágrimas en los ojos.De todas las canciones de ‘Robyn’, quizá la que mejor conecte con la Robyn de los inicios era ‘Handle Me’. Quizá porque, pese a mantenerse rítmicamente en la vena hip hop que inunda todo el disco, está arreglada con instrumentos de cuerda –además de guitarra acústica, suenan viola y cello– que dan un interesante contrapunto solemne a los juguetones “bleeps” que se escapan sobre su gruesa línea de bajo. Aunque la “culpa” de aquello recae sin duda en su luminosa melodía que, combinada con las seis cuerdas, casi nos recuerda a hits noventeros de Lisa Loeb, Jewel o Dido. Eso dice mucho de su potencial comercial, y de hecho fue single del disco en sus distintas eras de lanzamiento –en 2005 en Suecia, 2007 en las Islas Británicas, 2008 en resto de Europa y EEUU–.
Todo ello contrasta con una letra que, de manera llamativa, fue censurada en muchos países tras lanzarse su primera versión por emplear la palabra “nazi” –antes de Twitter ya había ofendiditos mal, ya veis–. Concretamente, el estribillo de esta canción, cuya letra se propone machacar a uno de esos machitos que se quieren tanto a sí mismos, a los que nada se les pone por delante y que usan a las mujeres como objetos y trofeos, dice: “Es un hecho simple que no pareces ser capaz de manejarme / No importa cómo te comportes con ellas, no puedes manejarme / Me haces sentir que tienes mi respaldo, pero eres un egoísta narcisista, loco-flipado, lame-botas, rata nazi y no pareces ser capaz de manejarme”. De manera curiosa, ‘Handle Me’ no sólo tuvo dos versiones sino también dos clips, aunque en ambos escuchábamos “izna” en lugar de la palabra de marras: uno, lanzado en 2005 en Suecia, en el que Robyn se muestra poderosa en un club y en la calle entre chavales (claramente no profesionales); y otro de 2009, el más conocido, en el que vemos a Robyn limitada por “la caja” –una imagen que años después empleó Lidia Damunt– del patriarcado. Ella ya quería romperla por entonces.
Precisamente hace pocos días que escogíamos este single de ‘Honey’ como Canción del Día. Un papel protagonista que se he ganado por méritos propios, ya que, sin haber sido objeto de vídeo hasta hace unos días y situada al final del tracklist, ha desbancado en escuchas de Spotify nada menos que al corte titular del álbum, uno de los primeros temas que escuchamos del mismo y uno de los mejores, también. Poco podemos añadir a lo que decíamos ya en ese artículo, que remarcaba el doble homenaje de canción y vídeo a la figura y estilo de Prince –a través de la producción de Joseph Mount de Metronomy– y a la estética de la antigua Grecia filtrada por un tamiz contemporáneo. Además, destacaba el hecho de que Nicolas Ghesquière, director creativo de moda femenina en Louis Vuitton, se prestara a hacer un diseño exclusivo del atuendo de Robyn para el clip. El francés es seguidor de la cantante y ha empleado su música en algunas presentaciones de la marca: según Vogue, en 2015 sonó ‘Monument’ durante un desfile en Mónaco, mientras que en la presentación de una colección en Tokyo, en 2018, la banda sonora la puso ‘Indestructible’.
‘Should Have Known’ es una feliz anomalía en ese gran regreso que fue ‘Robyn’. Es el único corte del disco en cuya composición y composición no colaboró Klas Åhlund. Y eso es porque, en realidad, suponía la recuperación de una canción de su anterior álbum, ‘Don’t Stop The Music’. A día de hoy no hallamos ninguna declaración de la artista que aclare por qué decidió volver a grabar esta composición escrita junto al ya citado Alexander Kronlund, pero todo indica que no quedó demasiado contenta con la producción (algo saturada, hay que decirlo) del entonces prominente Guy Sigsworth. Tampoco está claro por qué no recayó en Åhlund la responsabilidad de producirla, como sí hizo con el resto del álbum. Lo hizo en cambio Fabian “Phat Fabe” Torsson, que además de haber trabajado con Teddybears, era íntimo amigo de Ola Salo de The Ark, el de ‘Dream On’. Además de acortar la canción más de medio minuto –y no precisamente por incremengtar su tempo espectacularmente–, Torsson la hizo encajar a la perfección en ‘Robyn’ yendo al sitio opuesto que Sigsworth: el minimalismo. Su base seca, apenas adornada en el estribillo con unos toques de lira, dejaba que llenara todo la preciosa melodía vocal, doblada por su propia voz en esos coros que se lamentan “debería haberlo visto venir / debería haberlo puto sabido”. Carlsson se lamenta así por haber dejado a alguien “jugar con ella” a pesar de que todas las señales decían que la haría daño. Es una de las maravillas que guarda el valle final de engañosa paz en la recta final de su cuarto álbum.
Dos generaciones distintas son fans de ‘None of Dem‘, y solo hay que entrar en su (algo aburrido, todo hay que decirlo) vídeo oficial y ver los comentarios para darse cuenta: están quienes la descubrieron mientras escuchaban ‘Body Talk’, y quienes la descubrieron en la escena inicial de la 4ª temporada de ‘Skam‘, con la presentación de Sana. Tanto un grupo como el otro cayeron rendidos ante uno de los temas menos «agradables» de Robyn: Pitchfork definió la canción en su momento como «un cruce entre Missy Elliot, Fever Ray y el planeta Neptuno», y es una descripción tan extraña como cierta. La agresividad de los beats mientras Robyn expresa lo aburrida y cansada que está de todo se combina con un estribillo bastante más vulnerable de lo que parece, y una segunda parte en la que se combina con un outro machacón y un fragmento instrumental que nos transporta al caos y al hastío, casi anhedonia, que reina en ese momento la mente de Robyn. Y por si lo agresivo de la producción de Röyksopp no nos dejase ver la naturaleza vulnerable de ‘None of Dem’, Austra versionaron el tema en formato acústico, apreciándose mucho mejor ese estribillo que es casi una llamada de auxilio. Pablo N. Tocino
Robyn no ha ocultado que este gran tema que realza la segunda mitad de ‘Honey’ es, más que un homenaje al house de los 90, es consecuencia de tratar de imitar a Crystal Waters. Así lo reconoció a Pitchfork: “A veces imitas cosas hasta que creas algo propio”. Ese sonido impregna buena parte del último disco de Carlsson, más influida por la música de clubs que por la música pop. Por si había dudas, el clip oficial resume el periplo de la artista de vacaciones (y ejerciendo de DJ) en Ibiza. Aunque esta composición –la única de este disco en la que cuenta con su viejo aliado Åhlund– no rehuye el gancho melódico con ese estribillo que repite el título de la canción con autocoro, lo que brilla es su sutileza (precisamente la letra habla de cómo los gestos pueden decir más que las palabras, provocando incluso reacciones físicas involuntarias) ese espíritu que evoca la cultura ball. Hasta se diría que esos ad-libs con una ambigua voz distorsionada podrían emular a una drag-queen.
Tras el desencanto con la deriva que tomó su carrera después de su tercer disco –la compañía quería hacer de ella una Christina Aguilera, dijo–, Robyn planteó a Jive Records poner fin a su relación contractual. Algo perdida, un encuentro casual con los hermanos Dreijer, The Knife, la motivó a crear su propio sello para publicar su nuevo álbum, con el que quiso recuperar la excitación que sentía por el hip hop cuando era una adolescente. Así nació ‘Robyn’, álbum autoeditado y creado con la ayuda de Klås Ahlund: el miembro del grupo sueco Teddybears –de los que el disco incluye una versión, ‘Cobrastyle’– la ayudó a acercarse al panorama electropop alternativo que bullía a principios del siglo. Ahí encontró acomodo Carlsson con canciones que equilibraban espíritu rebelde y potencial comercial. ‘Bum Like You’ es uno de los mejores ejemplos de ese sonido, que caracterizó a Robyn no solo en ese disco sino también en el ambicioso ‘Body Talk’ que lanzó 5 años después. Sutileza rítmica, vocación bailable, sonidos ácidos, ganchos impecables y letras divertidas (en este caso, sobre pillarse por alguien que es un desastre y tendría todas las papeletas para lo contrario) iban de la mano en esta y otras canciones de este disco. Pero no siempre fue así: en la versión original de ‘Robyn’, ‘Bum Like You’ era un medio tiempo rockero situado en la pausada recta final del disco. Tras convertirse en un éxito independiente, el álbum fue reeditado en 2008 por Universal con la versión más conocida de la canción re-secuenciada como el corte 5, en pleno subidón.
En buena medida, ‘Body Talk’ era una evolución del exitoso ‘Robyn’ en la que cabían nuevas variantes sonoras. Pero también permanecía fiel a los hallazgos del cuarto disco de la sueca. En ese cajón entraría la potente ‘Love Kills’, uno de los temas que incluía el segundo de los tres volúmenes en los que se estructuró el lanzamiento de manera insólita (es curioso que, a pesar de los peros que encontró Robyn en lanzar el disco así, este año Miley Cyrus, MARINA o Foals la están imitando). Y es un ejemplo perfecto de la idea de evolución, porque aunque está firmada a medias con Klås Ahlund –consolidado como su mejor aliado musical, aún ha estado presente en la creación de ‘Honey’ – tiene claros ecos de las colaboraciones con Röyksopp que había comenzado a desarrollar en 2009. Con una profunda base house y sonidos electro por bandera, Robyn comienza con valentía, lanzando su potente estribillo, que contrasta con unos versos casi rapeados, reservándose la crema melódica para ese fantástico puente que canta “síndrome de Estocolmo y miseria / hay un castigo para los crímenes de amor”. De eso va, sin ambages, la letra de esta canción, que advierte que “si vas buscando el amor, más te vale tener un corazón de hierro, porque el amor mata”. Aunque hay quien ve en los versos “protégete o te destruirás / en este frío mundo, así que hazte revisiones” una invitación al control de las ETSs. Que nunca está de más.
Aunque la figura de Max Martin se suele ligar a la de Robyn, en realidad su trabajo conjunto ha sido bastante menos frecuente de lo que parece. Pero eso sí, es de los pocos que ha estado ligado a su trabajo en distintas etapas y, sobre todo, cabe atribuirle cierta responsabilidad de su éxito inicial en Estados Unidos: sus dos grandes éxitos en la gran Meca del pop contenidos en (la reedición de) el debut de la artista sueca llevan su firma. Uno era ‘Show Me Love’, del que hablaremos próximamente, y el otro este ‘Do You Know (What It Takes)’ que nos ahora nos ocupa. Dada las sucesivas publicaciones internacionales de ‘Robyn Is Here’, fue el tercer single en Suecia, el segundo en UK y el primero en USA, donde se convirtió en el primer top 10 (fue número 7) de su carrera cuando se lanzó en 1997. De hecho, se puede decir que esta canción pudo ser el prototipo que convencería a algunos ejecutivos de que este sonido de pop-soul-R&B con base hip hop auparía a lo más alto a Britney Spears, como de hecho ocurrió un año después con su debut. Martin y Denniz Pop –co-productor del tema, conocido por su trabajo junto a Dr. Alban– supieron imprimir una pátina de modernidad a ese candoroso estilo Motown de los otros singles previos del álbum, que ayudó a este tema a conectar aún más con el público. ‘Do You Know (What It Takes)’ es, además de una buena canción, el arquetipo del sonido pop de toda una época.
En el paso entre la Robyn más infantil de sus primeros discos y la que conocemos ahora fue clave su disco homónimo, el primero con Konichiwa Records, su propia discográfica una vez fuera de Jive Records (tras las quejas de esta compañía por, atención, ‘Who’s that girl’… choices). Su nueva casa comparte nombre con este lead-single que, como decimos, anticipa a la nueva Robyn y también coge lo mejor de la anterior, con un punto gamberro de estrella teen que quiere hacerse la rebelde llevado al paroxismo, presente en rimas como “I’m so very hot that when I rob your mansion / you ain’t call the cops, you call the fire station”. La autora de ‘Honey’ comentaba sobre los orígenes del tema que ella y su compañero de fatigas Klas Åhlund se tomaron la creación de éste como una competición de “rimas locas”, llamándose incluso a altas horas de la noche solo para decirse la última que se les había ocurrido. La sueca llega a recordar a Yolandi Visser en los fraseos, y el videoclip del tema, dirigido por Johan Sandberg, Fredrik Skogkvist y Henrik Timonen, también va por esta línea macarra, resultando todo esto en un corte que desde luego no es su mejor canción (recordemos que el single que le sucedió fue ‘With Every Hearbeat’), pero sí un divertimento con alto nivel de replay value -más teniendo en cuenta que no llega a los tres minutos- y que incluso llegó a tener versión en el idioma de ‘Los Sims’, como ocurrió con Amaia (Montero) y su ‘Dulce locura’. Pablo N. Tocino
Como venimos repitiendo, el entendimiento artístico entre Christian Falk y Robyn era tal que sus canciones conjuntas eran susceptibles de sonar tanto en los discos del productor como en los de la intérprete y compositora. De hecho, algunas se han publicado en discos de ambos, como es el caso de ‘Dream On’: inicialmente se incluyó en ‘People Say’, el 2º largo del productor, pero también se sumó a la edición norteamericana de ‘Robyn’, lanzada en 2008. Tenía todo el sentido, porque en su creación también estuvo involucrado Klas Åhlund, principal artífice del sonido de ese disco de la sueca. Sin embargo, las versiones publicadas eran algo diferentes, puesto que la del disco de Falk contaba con la voz de Ola Salo, miembro del grupo The Ark, que también participó en la composición de la canción. La versión incluida en ‘Robyn’, en cambio, prescindía de él. Para mí un error, porque el contrapunto de su voz masculina aporta aún más épica. Es, en ambos casos, una fantástica canción del electropop ensoñador, un puro crescendo que parece poder continuar “sine die”.
Aunque esta década ha parecido algo yerma en cuanto a producción por los 8 años que separaron ‘Body Talk’ de ‘Honey’, lo cierto es que Robyn ha hecho muchas cosas. Además de los EPs firmados al 50% con Röyksopp y The Bagatelle Magique, entre 2014 y 2016 colaboró en el citado 2º disco de Kindness, en ‘Summer 08’ de Metronomy, el debut de Zhala, obras de Mr. Tophat y Todd Rundgren y en ‘Blank Project’ de Neneh Cherry. La hijastra del mítico trompetista de jazz Don Cherry explicó a Pitchfork que esta pista del disco en concreto se le atascaba. Su productor Kieran Hebden, el hombre tras Four Tet, le sugirió entonces que quizá era el momento de llamar a Robyn y concretar una colaboración que habían pactado y llevaban tiempo posponiendo. Lo cierto es que, por su sonido, no es la colaboración que uno cabía imaginar de los implicados: marcial, oscura y algo agresiva, con un punto kraut, es un tema muy orgánico en el que un bajo sintetizado y una batería natural marcan la pauta para que Neneh y Robyn prácticamente rapeen su letra, hasta que en el pre-coro irrumpen sintetizadores que rompen la dinámica y apuntalan la bonita, aunque melancólica, melodía del estribillo. En una línea similar, su letra tiene un poso de empoderamiento de dos mujeres que se enfrentan diariamente al sexismo y al racismo (en el caso de Cherry) en su Suecia natal, como bien señala su caleidoscópico y algo retro vídeo. En él, como en su letra, llaman a la unión de las mujeres para confrontar al miedo.
En 2018 Robyn regresaba con ‘Honey’, un disco en el que muestra una nueva cara, más madura quizá. Y más reflexiva también. ‘Human Being’, una suerte de dueto con su protegida Zhala (y que por tanto publica sus trabajos en su sello, Konichiwa Records), es ejemplo de que la sutileza y la instrumentación delicada también forma parte de esta era. Una caja de ritmos minimalista pero potente marca toda la canción, bajo la que los acordes se van marcando lenta y prolongadamente, mientras que la melodía se va desarrollando de manera progresiva desde el inicial, recitado, “soy un ser humano, y tú también”. A pesar de todo, la elegante producción de Carlsson junto a Joseph Mount (forjando una complicidad artística especial con el líder de Metronomy, que antes floreció en ‘Hang Me Oyt To Dry’) está poseída por un ritmo bailable que va y viene. De forma llamativa, el texto de la canción tiene cierto trasfondo animalista y futurista: está inspirado por la lectura de ‘Sapiens: A Brief History of Humankind’ de Yuval Noah Harari y, como en el estudio de este historiador israelí, plantea un futuro en el que la Inteligencia Artificial acabe por considerar a la Humanidad como una especie inferior, del modo que esta lo hace con los animales. Espeluznante idea con la que marcarse unos pasos de baile, ¿no?
Adam Bainbridge, más conocido como Kindness, se ha convertido en otro nombre de referencia en el universo Robyn. Después de que este lograra una gran atención mediática al publicar su debut ‘World, You Need a Change Of Mind’, Carlsson trabó amistad con él, al compartir una estética musical muy próxima, con sonidos tan bailables como libres, emocionales y experimentales. Pareció lógico que la sueca participara en este single de su segundo trabajo ‘Otherness’, publicado en 2014. ‘Who Do You Love’ es una canción de estructura reconocible pero de forma abrupta, en la que la batería es como el Guadiana: aparece y desaparece. Cuando no está, emerge un órgano Hammond que aporta cierta espiritualidad, sobre todo al escuchar a Robyn cantar, casi acapella, un “¿a quién amas?” que puede ser leído de manera ligera pero también espiritual. Lo cierto es que la canción es apasionante, y nos transporta a la curiosa situación que la inspiró: si Bainbridge no bromea en Genius, narra una noche de fiesta en un karaoke de Robin, Adam y Max Vitali – por entonces pareja de la artista– que, tras ser expulsados del bar, terminaron haciendo migas con el dueño de una tienda de guitarras, donde terminaron tocando música hasta el amanecer. Aunque de ahí llegan a una reflexión sobre la incomunicación en nuestros días y sobre permanecer ajenos a los demás.
Es interesante comprobar que, con excepción de Ulf Lindström y Johan Ekhé (Ghost), hay numerosos productores con los que Robyn comenzó a trabajar siendo adolescente y han permanecido junto a ella en gran parte de su carrera: Christian Falk y Max Martin, ya presentes desde sus primeros disco, o Klas Ahlund son los más recurrentes. Pero cabe destacar también a Alexander Kronlund, hombre ligado a Meja, la descubridora de la protagonista de este artículo. De manera significativa, el también sueco participó como parte del equipo de Max Martin en el debut de Britney Spears con dos composiciones (‘Lucky’ y ‘Don’t Go Knocking At My Door’). Ariana Grande, Tove Lo, Tinashe, The Saturdays, Fifth Harmony, Demo Lovato, Little Mix… se cuentan entre sus “clientas”. Y, antes que todas ellas, Robin Carlsson: compuso un buen puñado de canciones de ‘Don’t Stop The Music’, incluida ‘Should Have Known’, más tarde recuperada en ‘Robyn’, donde también estaba el himno –también con su firma– ‘Who’s That Girl?’.
‘Body Talk’ también contaba con temas con el sello Kronlund, como ‘Call Your Girlfriend’ y este ‘Get Myself Together’ que, en su envoltorio, es el perfecto ejemplo del pop que relanzó a la sueca en la segunda mitad de la pasada década: electropop con base house (simpáticamente, su caja de ritmos, sobre todo ese redoble de bombo parece un guiño a ‘Blue Monday’) a velocidad trepidante y una melodía luminosa. Sin embargo, su letra parece afrontar un bache personal en el que Robyn se mostraba bloqueada y confusa, quizá deprimida, apoyándose en su familia (sus padres y hermano aparecen en cada verso como “consejeros”). Pero al final, sabe que está en su cabeza recuperarla y rehacerse… cuando el dolor se haya ido.
Robyn siempre se ha mostrado como una artista totalmente ecléctica y, en su apertura de miras, el reggae y el dancehall han tenido un papel protagonista. Ahí estaba aquel ‘Electric’ extraido como single de su segundo largo, por ejemplo. Pero más de 10 años después, en el ambicioso ‘Body Talk’, Robyn insistía con el género poniéndose en manos de Klas Åhlund –su productor de confianza en las dos últimas décadas– y de Diplo, hábil manipulador de esos ritmos caribeños tanto en solitario como en Major Lazer. Este ‘Dancehall Queen’ es, de hecho, la única canción de este top que no está escrito o producido por Carlsson. Pero es una canción que hicieron para ella y que le sienta como un guante, creciéndose con su irresistible melodía vocal, realmente seductora y pegadiza. Puede que sólo sea un ejercicio de estilo, pero lo borda igualmente. No por nada se incluyó tanto en el primer EP de la serie ‘Body Talk’ como en el disco final que recopilaba la crema. Imperdible también su vídeo ambientado hábilmente en el city pop nipón.
Tras la polémica de ‘My Truth’ y su no-edición en Estados Unidos, Robyn pasó a ser una estrella del pop únicamente circunscrita a un ámbito europeo, y como mucho australiano, pero no mundial. Así ‘Don’t Stop The Music’ –single y disco llegaban 6 años antes que el tema de Rihanna– no fue un fracaso absoluto, pues fue platino en su país, pero no tuvo tanta repercusión como su debut apuntaba. Además, ya no era una estrella teen con un soul pop dulce, sino que mostraba una estética acorde al furor por lo tecnológico de principios del milenio, con toques de hip hop y electro. Lo mejor de esa era, sin duda, fue el single principal del disco, un ‘Keep Your Fire Burning’ que poco tiene que envidiar a los éxitos que Timbaland y The Neptunes servían en bandeja el mismo año a Justin Timberlake: de nuevo el tándem formado por Ghost y Robyn –y que en este caso también incluía al danés Remee, que luego trabajó con Jamelia– funcionaba de maravilla. Esta vez con una promesa de amor incombustible marcada por una guitarra acústica interpretando acordes típicamente funk y una base rítmica seca y gruesa, que se ponía de gala gracias a los coros doblados de la propia cantante y unos preciosos arreglos de cuerda. Como curiosidad, la canción tuvo que cambiar su título a ‘By Your Side’ en Australia: en el momento de su estreno, la isla era sacudida por una terrible racha de incendios forestales.
Tras el éxito en su país de ‘You’ve Got That Somethin´’, BMG puso a Robyn y a Ghost a trabajar en las canciones de su primer álbum, que fue ‘Robyn Is Here’. Su siguiente single fue este ‘Do You Really Want Me (Show Respect)’ que es una extensión de lo que hoy, reescuchado desde la distancia y el tiempo, transmite el disco: pese a que su producción no ha envejecido demasiado bien, sorprende lo bien que sí lo han hecho sus composiciones, bien enraizadas en un soul “motownesco” clásico. De hecho nada, salvo la estética que luce la cantante en su clip (que desde luego aparenta unos cuantos años más que 15), indica a las claras que esté grabada a mediados de los 90. Bien podría tener 10 años menos y ser obra de Stock, Aitken & Waterman. En lo que sí es más revolucionaria es en una letra que enarbola un discurso combativo contra una pareja machista, que ya marca un carácter fuera de tópicos de Carlsson. Siendo un probable referente para la figura de Britney Spears, el mensaje de ‘Oops!… I Did It Again’ no podía estar más en sus antípodas. ‘Do You Really Want Me (Show Respect)’ fue otro hit en Suecia –top 2, sólo igualado por ‘Dancing On My Own’– y, en menor medida, también en RU y EEUU.
Resulta entrañable pensar en la relación de amistad que, pese al salto generacional, mantenían Robyn y Christian Falk. Como ya hemos comentado, el segundo comenzó a trabajar con ella en ‘Robyn Is Here’ –produjo y co-escribió ‘Just Another Girlfriend’ y el corte titular– y, 20 años después, seguía siendo uno de sus colaboradores de referencia. Él integraba ese proyecto llamado The Bagatelle Magique junto a Markus Jägerstedt con el que Carlsson lanzó en 2015 el EP ‘Love Is Free’, un breve pero sustancioso EP que, instigado por la fantástica versión de ‘Tell You (Today)’ que se incluyó en un volumen de la asociación Red Hot el año anterior, profundizaba en una visión de disco house pop como una corriente de libertad, sobre abandonar el control y apurar sin pensar en las consecuencias. De hecho, Robyn contó que cuando componían y grababan el EP aún no sabían que Christian estaba enfermo, pero su idea era esa: “‘Set Me Free’ es sobre ese punto de miedo en el que estás al límite, encarando algo que crees que… incluso puede matarte”, decía a FACT Magazine. Por supuesto, esto adquirió un nuevo sentido cuando supieron que padecía cáncer de pancreas. Pero “incluso entonces nos inspiró su amor por la vida”, añadía. Esta ‘Set Me Free’ es un crescendo más house que disco, copado por ese “you got to set me free” entonado por Robin con el que The Bagatelle Magique construían un minicrescendo dentro del propio estribillo.
Cuando se lanzaba en 2010 ‘Body Talk’, una colaboración de Robyn y Snoop Dogg podía parecer improbable a priori. Pero no lo era, si teníamos en cuenta no sólo que en su renacimiento de 2005 la sueca ya flirteaba abiertamente con el rap y, sobre todo, que ya en 2007 trabajaron juntos: ella apareció en un remix firmado por Fyre Dept. para el single del rapero ‘Sensual Seduction’ (título original: ‘Sexual Eruption’). Fruto de aquel acercamiento surgió este ‘U Should Know Better’ que es una colisión directa de dos mundos: el del gansta rap con ascendencia G-funk del californiano y el electropop de Carlsson. Y lo cierto es que el choque es bastante más suave de lo que parecía. Básicamente es un corte hip hop en sus fraseos sobre una potente base con un tempo muy ágil, ante la cual cada uno de los intérpretes mantiene su propia cadencia en el “ego trip” de la letra. Tuvo un vídeo oficial que, precisamente, planteaba ese crossover: un niño clavadito a Robyn que se esfuerza por conquistar a una joven con un asombroso parecido a Snoop. Hay cameo de este en forma de muñeco perverso y una aparición sorpresa de la protagonista del single.
Antes citábamos a Christian Falk como uno de los artistas cruciales en la carrera de Robyn hasta que falleció en el año 2014 víctima de un cáncer de pancreas, con tan sólo 52 años. Falk había militado en grupos seminales de la escena punk y post punk sueca de principios de los 80, hasta que en los 90 comenzó a interesarse por el hip hop, la electrónica y se ganó un nombre como DJ y productor –entre sus trabajos están varios temas del notable debut de los loquísimos Whale, que quizá alguien aún recuerde por aquí–. Aunque no fue un productor decisivo en los primeros discos de Robyn sí pareció marcarla profundamente en lo estético y lo musical años después. Y como ejemplo este ‘Better’ que abría ‘Quel Bordel’, debut como artista principal de Falk y en el que también encontramos a otra sueca de pro con la que nos encontraremos más adelante: Neneh Cherry. ‘Remember’ es un tema audaz y elegante, con muchísimas capas que apuntan en distintas direcciones y con la voz de nuestra heroína como protagonista. Hoy sorprende sobre todo la vigencia de su sonido y lo fresco que suena: ¿no podría ser esto un tema de factura reciente de la propia Carlsson? Normal que su pérdida la traumatizara tantísimo como para cancelar una gira.
Con apenas 10 años, Robin Carlsson comenzó su carrera artística como actriz de doblaje de una película de animación infantil sueca basada en ‘La tempestad’ de Shakespeare, nada menos. Tras cantar algún tema en televisión, fue descubierta por la cantautora Meja, que vio en ella un filón como estrella infantil. Y, con 15 años, estaba ya trabajando con Max Martin y el ya citado dúo Ghost, con los que co-escribió este ‘You’ve Got That Something’ que se convirtió en el primer single oficial de su carrera. ¿Y qué cabría esperar de una canción iniciática escrita en plena pubertad? Pues lo cierto es que posiblemente NO esta estupendamente construida réplica actualizada (a mediados de los 90, claro) del soul de la Motown que encumbró a Michael Jackson y sus hermanos (a ellos suenan esos coros doblados del estribillo), elegante y pasmosamente bien cantada (¡y escrita!) para ser una niña de 15 años. Entró en listas suecas, alemanas y británicas, y de inmediato la empujó a trabajar de lleno en ‘Robyn Is Here’, debut discográfico del que esta fue su primer single.
A sus 20 años, y tras el exitazo de su debut, Robyn abandonó la pose de niña buena y el R&B-soul-pop en los cánones en su segundo largo. Un ‘My Truth’ en el que abrazó una estética post-Björk, los ritmos drum and bass, el acid-jazz y los arreglos orquestales… Todo lo que se llevaba en la escena del pop electrónico de fin de siglo, vaya. Esa nueva apuesta era, efectivamente, un batiburrillo, que además estuvo envuelto en polémica: Robyn se había quedado embarazada y había sufrido un aborto, una pérdida dolorosa que plasmó en dos de sus canciones –’Giving You Back’ y ’88 Days’–, de las que estaba especialmente orgullosa. Algo que, según acaba de revelar, no gustó nada a la división yanqui de su compañía, RCA, temiéndose represalias de los sectores conservadores de la puritana sociedad de EEUU. Trataron de sacar esos temas del minutaje y, ante la negativa de Robyn, el disco no se llegó a lanzar en Norteamérica, truncando posiblemente el camino estelar de la sueca allí. En todo este marasmo, entre canciones melifluas como ‘Play’ y la estupenda ‘Main Thing’ (en realidad una versión de un oscuro tema disco-house del 86), brillaba una de sus primeras colaboraciones con el que fuera uno de los artistas más importantes de su carrera, Christian Falk. Con él firmaba la canción que lo cerraba, un tema de arreglos preciosos de guitarra, piano y cuerdas, sobre una sutil y atractiva base drum and bass que remite no poco a ‘Walking Wounded’ de Everything But The Girl, publicado un par de años antes. Y además con germen feminista en su letra. Toda una joya escondida.
Después de convertirse en una estrella adolescente internacional (su éxito llegó a EEUU) a mediados de los 90 con ‘Robyn Is Here’, Carlsson fue mostrándose como una artista menos manejable de lo que aparentaba. Lo mostró en parte de ‘My Truth’ –1999– y también en ‘Don’t Stop The Music’ –2002–, su tercer largo. Apoyada como en toda esta primera etapa en el tándem de productores y compositores Ghost –Ulf Lindström y Johan Ekhé–, logró cierto éxito con singles más o menos ortodoxos para la época (ya sabéis, un puntito alternativo, pero sin pasarse) como el que daba nombre al disco y ‘Keep The Fire Burning’. Pero una de las composiciones que no fue single y que mejor perviven hoy es ‘Blow My Mind’, una de las pocas del disco que escapa al dúo de productores de cabecera. Y es que se trata de una producción del entonces cotizado Guy Sigsworth, que tras el pelotazo de su ‘Crazy’ junto a Seal trabajó repetidamente con Björk, Madonna o Imogen Heap. Este medio tiempo marcado por el coro que repite el título de la canción machaconamente tiene su sello, en esas baterías bombásticas y toques de psicodelia electrónica. Una muestra de que Robyn estaba preparada para escapar de los estereotipos del pop mainstream.