La jornada del viernes la comienzo con el directo de Ylia (Susana Hernández Pulido). Su currículum hace salivar: instrumentista de Niño de Elche, proyectos con miembros de Pony Bravo… En el SonarDôme, tras la mesa, desarrolla con concentración y sobriedad escénica su mantra, que va pasando del ambient a un acid atemperado, progresivamente agresivo, sin abandonar el paisajismo. Mireia Pería Fotos: SonarPress
Aleesha comparte un parecido físico con Rihanna… y musical. Lo suyo es R&B sofisticado. Y, aunque esté empezando, su puesta en escena y su música son ambiciosas. En el XS exuda desparpajo y felicidad junto a sus dos bailarinas y $kyhook a las bases. Las coreografías son sencillas y efectivas. Aleesha se está construyendo una imagen de diva cercana muy trabajada. Sin embargo, me quedo sin saber si toca ‘Peligrosa’ porque en el SonarHall va a arrancar en nada Holly Herndon y su espectáculo PROTO. Holly se acompaña de cinco coristas como sacados de alguna distopía rural, mientras Mat Dryhurst manipula Spawn, la máquina de inteligencia artificial con el que construyen el espectáculo. Un viaje algo alucinado en el que se combinan las voces, ora de canto coral, ora étnicas, ora religiosas, las ráfagas de sonido amenazante y los audiovisuales apocalípticos o inquietantes. El resultado es un espectáculo que exige atención, bucólico y enfermizo a ratos, de techno folk excéntrico otros. Holly nos explica que Spawn aún está en fase de ensayo y que espera poder volver en breve con todo desarrollado. Y nos regalan un final hermoso, mezcla de dance techno onirico con voces fragmentadas. Las coristas bailan felices mientras la etérea Holly vigila sentada encima la mesa. Para ser sólo un ensayo, el resultado, al menos ayer por la tarde, fue excitante. Mireia Pería
K Á R Y Y N ofrece un show muy dramático y oscuro. En el sentido literal. La sirioamericana está sola en el gran escenario adornado con estructuras metálicas, y se mueve entre penumbras. Apenas un tenue foco verde la persigue, escondida tras la escenografía, mientras canta, sin acompañamiento, una salmodia. Y sola y oculta sigue, tras el atril con pantallas desde el que manipula la música, dramática y algo minimalista. Su voz, expresiva y hermosa, en la estela de Elizabeth Fraser, es la protagonista absoluta, la que sostiene el concierto. Nos hurta todos sus movimientos y su expresividad física agazapada en la oscuridad. Y entiendo que su espectáculo y canciones tratan de cantar la tristeza de la guerra, a pesar de no captar sus letras. Y ella se arrodilla, reza, implora en sombras. Un concierto muy emotivo. Mireia Pería
Hace dos años Dellafuente (con Maka) tuvo el espacio más pequeño del Sònar de Día. En 2019 ha dispuesto de un enorme SonarDôme para él solo. Rebosante de fans emocionados, además. No sólo la sala es grande, también lo es la puesta en escena: flores y columnas, como de un panteón recargado, un bajo y un guitarra. Para azuzar al personal deja en la pantalla una cuenta atrás, hasta que emerge, conn gafas de sol y camiseta de Picasso. Y para grande (y emocionante), la devoción del público. El del granadino es el concierto con mayor calor y emoción de todo lo que llevamos de Sónar. La gente se canta las canciones desgañitándose, con sentimiento, desde que arranca con ‘Dile’. Incluso agitan bufandas con su nombre. Él con sus eternas gafas de sol y movimientos de estrella, chulo sin pasarse, nos riega con su pop urbano aflamencado y autotuneado. No hay lugar para singles nuevos como ‘París’ o ‘Tenamoras’. Pero sí caen ‘Ya no te veo’ (su colaboración con Novedades Carminha), una ‘Guerrera’ que entonada por el público como un clásico, con la voz grabada de C. Tangana, juraría que atenuada. Hay momentos para la pausa también; Dellafuente se sienta reconcentrado y, agarrando un baco, y con el guitarra interpreta, el ‘Todo es de color’ de Lole y Manuel, con su voz especialmente distorsionada (a algún purista le podría dar un parraque). Pero poco lugar hay más para el drama, porque es una fiesta donde no sólo el reggaetón o el flamenco se pasean, sino también la salsa o el funk. Incluso sale Morad a cantar ‘Dineros’. “Cuidado con esas rodillas”, nos suelta con sorna, antes de acabar con el jolgorio de ‘Pa mejor’. Puros himnos y fervor popular. Mireia Pería
Virgen María, ¿revelación o timo? En XS, nunca está claro si lo que se está viendo es una pantomima o una genialidad. Sin embargo, a medida que avanza el show, me voy decantando por la segunda opción. Semi desnuda, con poco más que un aro de luces sujetado en la cabeza, y tan ultra sexualizada como se ha mostrado siempre en su cuenta de Instagram, María Forqué parece un avatar de Fílip Cústic (con quien ha trabajado) hecho realidad. La artista ofrece una sesión de maquinote propia de la discoteca Chasis y casi igual de anacrónica, remix de ‘Gasolina’ incluido, pero el desarrollo de la sesión es algo torpe y el show se sostiene sobre todo en su elemento visual, que es la propia Forqué. La artista trae consigo una barra de pole dancing, que utiliza poco después del comienzo del show y no vuelve a usar más, y en un momento coge una bolsa de plástico e inhala su contenido (posiblemente vapor de maría). Exhibicionismo puro que podrá gustar más o menos, pero que desde luego da lugar a un set como mínimo entretenido. Potencial hay para que sea muchísimo mejor. Jordi Bardají
En el Sònar noche aparece el drama de los solapes. Stormzy sale muy fuerte al escenario Sonar Club… pero me muero de ganas de ver a Sho Madjozi. La rapera sudafricana es una de mis apuestas del Sònar y no me decepciona. A pesar de que el SonarPub aparece bastante vacío de público, ella y sus dos bailarines flúor no se arredran. Su espectáculo es un divertidísimo frenesí technicolor, con coreografías sin pausa, que bebe de la estética anime pero que reivindica a su tierra a través de los audivisuales. De hecho, nos explica que las imágenes son de su pueblo “De hecho, ¡esta es mi abuela”. Su hip hop pegadizo y machacón sirve de base a mensajes feministas, como en ‘Idhom’. Cierra con su mejor canción, ‘Wakanda Forever’, dejándome completamente exhausta y feliz. Mireia Pería
Para algunos artistas habría sido un marrón sustituir a un cabeza de cartel como A$AP Rocky. Para Stormzy fue pan comido. El rapero británico, que ya se comparara con Rocky en ‘Shut Up’, uno de sus mayores éxitos («I’m so cocky, I’ve got a mob like A$AP Rocky»), viene de ofrecer una actuación gloriosa en Glastonbury y tiene al mundo a sus pies. Su set fue espectacular pese a acusarse cierta falta de público en las últimas filas y el artista se entregó absolutamente a la energía desbordante de sus versos y ritmos, dando buena cuenta de la cantidad de hits que contiene su repertorio con tan solo un álbum de estudio en el mercado. Durante el show, Stormzy pidió también la liberación de Rocky, que sigue en detención preventiva en Suecia. Jordi Bardají
Pocos artistas, muy pocos, son capaces de crear un show audiovisual como el de Murlo. El productor e ilustrador de Manchester pincha la música de su disco ‘Dolos’ en un lateral mientras cede todo el protagonismo a la pantalla que preside su escenario, sumergiendo a su público en una experiencia similar a la de acudir al cine. Delante de la pantalla, una tela gigante cubre el escenario y proyecta una serie de preciosas imágenes que complementan música y visuales. ‘Dolos’ cuenta la historia de un hombre que «escapa la ciudad en busca de refugio» y las escenas vistas en pantalla, extraídas de una novela gráfica creada por el propio Murlo, combinan el elemento evocador y melancólico de las animaciones de Studio Ghibli con un elemento claramente futurista y post-apocalíptico próximo al «cyberpunk». Por su parte, la música trae ecos de trance, garage, grime o dancehall, pero siempre es tenue y exquisita y nunca cae en la agresividad. Es la banda sonora perfecta para la historia que Murlo nos cuenta. El de Murlo resulta un espectáculo fascinante, uno de los pocos de Sónar de Noche que realmente parece venir del futuro. Jordi Bardají
Más tarde, Underworld ofrecen su habitual set de acid desbocado, con su líder Karl Hyde tan entregado que parece ir tan puesto como su público. Poco que decir de un set centrado en los ritmos de trance duro de ‘Born Slippy’ que pareció venir directamente de los 90. Unas horas antes, Acid Arab habían desplegado su artillería de ritmos electrónicos fusionados con sonidos de Oriente medio ante un público sorprendentemente masivo, casi tanto como el de Underworld. Dos sets muy diferentes unidos por su sentido de la electrónica más escapista. No así fue el set de Jlin, sorprendentemente agresivo para lo que solemos escucharla en los discos. La productora podría haber presentado ‘Autobiography’ en Sónar de Día, pero en Sónar de Noche optó por sacar sus beats más duros y afilados. Aunque para duro el show de Daniel Avery, un palizón de tecno y house capaz de dejarte KO, y que en este caso venía acompañado por unas imágenes en blanco y negro no aptas para epilépticos. Jordi Bardají