Primero supimos la de Def Con Dos en Madrid –el Partido Popular, apoyado en el gobierno por Ciudadanos y Vox, esgrimió la condena del Supremo contra su cantante César Strawberry por unos tuits de 2013 y 2014–; luego, en la misma ciudad, llegó la retirada de Luis Pastor e hijo en las fiestas de un barrio madrileño –sustituidos por un grupo “más generalista” que ha rechazado la propuesta– y que sí fue acogido a cambio en Barcelona por Ada Colau; hace algunos días el nuevo consistorio de Oviedo ha retirado los 21 artistas de la programación que el anterior gobierno había elegido para sus fiestas de agosto; y esta misma mañana, el Ayuntamiento de Bilbao accedía a la petición de Elkarrekin Podemos y otros colectivos que pedían la suspensión de un concierto programado de C. Tangana porque sus letras “perpetúan la cultura de la violación” o son “machistas”.
Cada uno parece un caso distinto: en algunos, como los de Madrid, son abiertamente una cuestión ideológica, querer marcar el territorio ideológico con respecto a la anterior administración. En el de Bilbao, como viene sucediendo de un tiempo a esta parte, parece una manera de denunciar –con indudable buena voluntad– el machismo inherente en nuestra sociedad, que se cobra una intolerable cantidad de vidas cada año –y esto también incluye a las mujeres violadas, no solo a las víctimas de la violencia de género–. En el de Oviedo, a la vista de que los artistas que han sustituido a los anunciados no distan tanto de los anteriores, se intuye que podría ser más una decisión relacionada con intereses particulares, amiguismos o económicos –rechazables, en todo caso–. Pero está lejos de ser una casualidad, y todos están unidos por algo: son una forma de censura, y ponen la expresión artística en un segundo plano.
No faltará quien me señale como “rojo”, o que diga que escribo todo esto porque afecta a artistas afines a mi ideología o gusto personal: creo que huelga decir (pero lo digo) que me parecen igual de deplorables aquellos que agreden a Marta Sánchez y revientan un concierto suyo por haber escrito una letra al himno español, los que “cancelaron” a Russian Red por decir en una entrevista que se sentía más cerca de la ideología de derechas o los que rechazan a Taburete
porque su cantante es el hijo de Luis Bárcenas, no porque sus canciones sean un bodrio. Perdón, pero tenía que aligerar un poco el tono de todo esto.Puede parecer que, porque no se encarcela preventivamente –es un decir– o quema en la hoguera a nadie, esto no puede compararse con la censura franquista o incluso con la inquisición. Pero es, en buena medida, lo mismo: rechazar una expresión artística porque procede de un artista que ha mostrado abiertamente su signo político o, sencillamente, porque no nos gusta lo que dice o cómo lo dice. Es un territorio muy peligroso porque el arte y la cultura deben ser un oasis protegido de la política, la ideología e incluso de la propia sociedad. Si cada día que pasa vemos que George Orwell o Aldous Huxley predijeron con asombrosa precisión el avance de nuestro mundo hacia los totalitarismos y el pensamiento único, deberíamos ser conscientes de que la censura es precisamente su mejor arma. Por eso el arte debe ser un espacio libre, que permita, dentro de unos límites éticos y responsables, la reflexión, la inspiración, el conocernos a nosotros mismos y al resto del mundo a través de figuras, melodías, formas, colores o personajes con los que no tenemos necesariamente que identificarnos. Puede que incluso nos resulten repulsivos.
El arte es susceptible de juzgarse, de evaluarse, de rechazarse… pero no de prohibirse. Lo que hoy parece una bobada mañana puede convertirse en la censura de ‘La maja desnuda’, ‘A sangre fría’ o ‘Nymphomaniac’, por citar tres obras de distintas disciplinas que me vienen a la mente y serían susceptibles de ofender a según quién. ¿Nos llevaremos entonces las manos a la cabeza? Pero es que además, la historia ha demostrado que la censura y la prohibición del arte no lo detiene: sin irnos muy lejos en la historia, ¿no recordáis cuando en los 80 y 90 se trató de prohibir el rap y el metal en Estados Unidos de América? A la vista está que, al menos en lo que se refiere al primero, no solo no ha servido de nada sino que de hecho un rapero ha ganado un premio Pulitzer.
¿Es una situación insalvable e irrevocable? Por supuesto que no. La música y el arte pueden (y deben) ser libres a pesar de que nos moleste, nos duela o nos ofenda, y hay una herramienta: la educación. Una educación que erradique la ignorancia, y en consecuencia el miedo, la sensación de inferioridad. Educación que fomente el espíritu crítico –como aquella educadora que trataba de enseñar a los jóvenes a leer entre líneas de clásicos de Sabina o Loquillo, sin rechazarlos– que nos permita asimilar o rechazar una obra de arte sin necesidad de que desaparezca de nuestra vista u oído. Para aprender que una canción, un cuadro, una película, una escultura es un ejercicio de libertad, creatividad e inspiración, sujeto a unos códigos éticos distintos a los del mundo real y que no son necesariamente un modelo a seguir. No es cosa baladí, porque la educación, como el propio arte, también es también una arma arrojadiza política e ideológica. Por eso se comercia y manipula con la educación, en realidad: así somos más dóciles, más fáciles de manejar. Así que, mientras no comprendamos que por lo que tenemos que luchar, hacer campañas y manifestarnos cada día es por una educación de calidad y más plural para todos, con independencia de nuestra condición económica, el arte y la cultura seguirán estando expuestos al odio y el miedo.