Los que no tenemos ‘Supercrepus‘ especialmente en un pedestal, los que situaríamos por encima ‘Disco duro‘, ‘Baile de magos‘ o incluso ‘Escuela de zebras‘, que al fin y al cabo fue el primer disco de Joe Crepúsculo como tal y era más que conciso, recibimos con el ceño fruncido la noticia de que había segunda parte. El artista habla de ciertas conexiones temáticas e incluso melódicas, pero la verdad es que estamos ante un álbum totalmente independiente. No ha buscado la segunda parte de ‘El día de las medusas’, ni la segunda de ‘La canción de tu vida’. De hecho, si escuchas estas viejas canciones después de ‘Supercrepus II’, la evolución a mejor de todo es palpable.
La jugada recuerda más bien a la de raperos como Eminem o Lil Wayne, que recurren a la fórmula de la «secuela» cuando tienen algo importante que decir. Crepus, seguidor del hip hop al menos en la era de mayor gloria de A$AP Rocky, recurre a su álbum mejor titulado, que sí es ‘Supercrepus’, con la idea de ofrecer la mejor versión de sí mismo a gran escala. Una colección generosa de canciones -eran de nuevo 20, pero ha recortado 3 que no le terminaban de encajar- que nunca se dejan encorsetar por prejuicios o géneros musicales. Lo que aquí se exhibe es sobre todas las cosas lo camaleónico que ha resultado Jöel Iriarte como compositor. Ni el bakalao de ‘Mi fábrica de baile’, ni la compañía de Tomasito a las palmas y otras artes en ‘A fuego’ le definen. Él puede seguir buscando nuevos caminos.
Los múltiples avances que hemos conocido durante estos meses no daban una pista de lo que encontramos en ‘Supercrepus II’. Antes de que se declarara la pandemia, ‘Ratas salvajes’ nos advertía que podíamos estar ante un álbum más de banda, pero no que en él encontraríamos una versión de Roxette en castellano a modo de rumba, un country como ‘Te brilla la cara’ y ecos de rock urbano en ‘Destruir la sociedad’, la cual Crepus quería interpretar con Los Ilegales y podría haber aparecido en su momento en ‘La bola de cristal’. Sale glorioso de todos estos retos, y tiene bastante mérito sobre todo en el caso de Roxette, pues ‘Baladas en español’ contenía un punto kitsch del que el grupo terminó siendo consciente. «Tuvimos muchas críticas que decían que las letras eran cutres», nos contaba Per Gessle hace unos años, antes de la muerte de Marie.
Sin ser la grabación más interesante de este álbum, ‘No sé si es amor’ sí es un buen reflejo del álbum, en tanto que con ella no sabemos muy bien si ponernos a reír o a llorar. La canción es triste, pero la música invita a la fiesta. Que es exactamente lo que sucede con ‘Hoy no sale el sol’, el relato de una decepción, una relación que vuelve y se define como la «segunda temporada de algo que no tuvo que empezar», pero cuyo ritmo jangle pop es completamente revitalizante. Como ya se había probado con ‘Discoteca en ruinas‘ y nadie habría adivinado, el registro Smiths sienta fenomenal a Joe.
El estribillo de esta «Llévame a bailar a una discoteca en ruinas / Quiero volver a sentirme bien» es el retrato de una época de coronavirus, en un disco que también incluye el tema ‘Cuarentena sin ti’, que nos servirá para siempre de recuerdo de aquel día que nos peleamos en el supermercado por un poco de papel higiénico. En este mundo de adversidad, las canciones quieren ejercer de bálsamo y cierto tipo de frases lo consiguen incluso cuando en lugar de coronavirus nos hablan de ‘Terminator’, como sucede en ‘Calaveras negras’ y su «yo quiero seguir de fiesta». En la línea, ‘Baila hasta morir’ invita al Carpe Diem: «todos vamos a morir, así que baila hasta el final». Y ‘Comiendo shawarmas’ propone: “quiero estar toda mi vida en el bar / poder hacer lo que quiera nada más”.
Musicalmente, llama la atención la huida del pop sintético hacia otras texturas, aportadas por guitarras eléctricas incluso un poquito prog-rock, el uso de armónicas y lapsteel y sobre todo el saxo de Jens Neumaier en temas como ‘Chococristos’, donde tu taza de cereales se encuentra con Cuarto Milenio, y ‘Serenata’. Esta última producción, próxima a los 80 más finos que tanto ha emulado Destroyer, es una de las más exquisitas que ha entregado el artista, entre el riff de guitarra, el ritmo medio funk y el estribillo que «se crece».
Menos cuando el mejunje se le va un poco de las manos, como en ese cruce extraño entre Chris Isaak y Shampoo que parece ‘Lo peor’, ‘Supercrepus II’ muestra a un artista libre, que madura con inteligencia y sin solemnidad, con humor pero atento al mundo que le rodea. A destacar su digna faceta de baladista. Como picado porque ‘Rosas en el mar’ no la escribió él sino su colega Aaron Rux, cierra la cara D de la edición vinilo con ‘El imperio de la realidad’ y la B con ‘Luna estúpida’, una composición que alterna acústicas y eléctricas al modo de The Sundays, y que incluye un piano que hasta nos lleva a los tiempos de La Buena Vida. Nunca habría esperado escribir estos nombres en una crítica de Crepus, ni mucho menos bailar con él, y hasta morir, un ska.