El prolífico cineasta francés François Ozon presentó el pasado septiembre en la sección oficial de San Sebastián su nuevo trabajo, precedido del sello Cannes 2020, festival que nunca se llegó a celebrar pero cuya programación fue anunciada hace unos meses como método para impulsar aquellas películas que hubieran formado parte del certamen.
El director en esta ocasión nos sitúa en los años 80 en un pequeño pueblo costero de Normandía, donde Alexis se enamora de David, un adolescente algo más mayor que él que le deslumbra por su carisma, decisión y encanto. Esa línea temporal se entremezcla con otra donde Alexis, una vez pasado aquel verano, se ve envuelto en una investigación policial. La narración oscila entre el coming-of-age y el sexy thriller noventero. Y aunque el contraste de ambas partes puede resultar arriesgado en un principio, Ozon conoce bien los códigos de cada género y logra un más que sólido equilibrio entre ellas. De hecho, ‘Verano del 85’ reúne prácticamente todas las características y los temas que han poblado la carrera del cineasta desde su comienzo (el despertar sexual, las relaciones de pareja, la muerte, etc.), pero aquí por fin ha conseguido esa obra redonda que llevaba tanto tiempo tanteando.
La película puede entenderse como la culminación de un estilo, un compendio de lo mejor de su cine, donde se combina con audacia la ligereza y la profundidad de todas las cuestiones que plantea. El primer amor está retratado con una sensibilidad enorme y transmite con mucha veracidad ese intenso estado de embriaguez con el que se vive, pero también se asume la fugacidad y la superficialidad que este a menudo conlleva. Todo el film está narrado desde el aprendizaje que supuso aquel verano para el protagonista. Es una mirada nostálgica y encantadora a aquellos días especiales, a esos momentos que marcan para siempre porque te hacen sentir cosas que nunca antes habías sentido y que probablemente nunca vuelvas a sentir de la misma manera. Es en la recreación de esos instantes y en los preciosos detalles de la puesta en escena de Ozon donde ‘Verano del 85’ crece y se convierte en una experiencia trascendente.
Sin embargo, esto no impide que haya humor y ese tono desenfadado habitual en su cine. La película se permite jugar con el espectador desde el principio, con una voz en off que habla directamente a la audiencia, haciéndole partícipe de lo que va a presenciar, como si el protagonista fuese a contar sus secretos y tú vas a ser el primero en enterarte. Uno de los momentos más bonitos –aparte de las merecidamente celebradas escenas con auriculares- es precisamente gracias a la voz en off, justo antes del primer encuentro sexual. La elección de qué mostrar y qué no mostrar es una de esas pequeñas decisiones que marcan la diferencia, donde Ozon se muestra más humano, empático y cariñoso con sus personajes que nunca.
‘Verano del 85’ muestra a un cineasta en pleno control y conocimiento de sus capacidades creativas, y alcanza un estado de gracia al que pocas veces se ha acercado. Es un film que, cuando termina, deja una intencionada sensación agridulce, igual que el primer amor: te encandila, te destroza pero siempre se recuerda con cierto cariño. 8