La Maravillosa Orquesta del Alcohol han decidido ponérselo definitivamente difícil a sus seguidores y oyentes casuales con ‘Ninguna Ola’, su nuevo álbum. David Ruiz, cantante y letrista de la banda burgalesa, ha explicado que su intención con el disco ha sido que este «refleje lo que somos, que no pierda nuestra identidad, pero que nos quite miedos», y de quitar va la cosa porque el largo no puede sonar más austero. ‘Ninguna Ola’ reduce el discurso de La M.O.D.A. a su mínima expresión para sacar a relucir todas sus carencias.
Hay que aplaudir a La M.O.D.A. por no haber querido hacer lo de siempre en este ‘Ninguna Ola’ que ha sido producido por Raúl Fernández «Refree», con quien David Ruiz ya se había asociado en su proyecto paralelo, nostalgia.en.los.autobuses. Quizá era el momento de reinventar de alguna manera su sonido bohemio, tabernero, arraigado en el folk-rock y en instrumentos como el acordeón o el banjo, además de la guitarra. En el disco no solo manda un sonido instrumental realmente esquelético que a veces parece pobre, como sucede en el estribillo de ‘La vuelta’, que no se sabe si suena maquetero a propósito o no; o en toda la composición de ‘Un bombo, una caja’, que se titula así por algo; sino que algunos instrumentos buscan deliberadamente el feísmo de un Tom Waits, como ocurre en la mencionada ‘La vuelta’, aunque sin la gracia de este último.
La austeridad de ‘Ninguna Ola’ significa que el disco ya no ofrece ninguna oportunidad de escapar de la voz de David Ruiz, siempre tan afectada y teatral para luego cantar cosas que te dejan con cara de no pillar una ecuación; ni mucho menos de las letras de la banda, que vuelven ser totalmente suis generis. A menudo los sintagmas que utiliza Ruiz, como los de ’93compasses’, son confusos, misteriosos («anoche cae sobre la escena, solo está abierto el hospital»); cuando no espeluznantes («se oyen manos tendidas pero no puedo verlas»). Cuando Ruiz canta, en ‘Regresso à vida’, sobre «tres cuerpos peleando por un solo espacio» o cuando añade que «nadie quiere despedirse», ni analizando la letra dentro de su contexto se sabe de qué está hablando.
Aficionado a utilizar metáforas que solo él comprende, Ruiz deja en ‘Ninguna Ola’ una serie de pasajes que pueden significar mil cosas y ninguna al mismo tiempo: «tonos verde y azul turquesa iluminan la montaña de diversión; y droga» es tal cual una frase que aparece en el single ‘Conduciendo y llorando’, que entre otras igual de incomprensibles como «tráfico es una cría suplicando clemencia desde las tripas de un león» o «sombras, esa es la nueva sintaxis de las bombas», bordea el surrealismo. En ‘Ninguna ola’, una canción puede empezar de una manera para luego no desarrollar su planteamiento inicial en absoluto, como sucede en ‘Barcos hundiéndose’, que empieza planteando una posible crítica a la crisis de los refugiados («hay personas que niegan a otras poder tener un hogar») para luego claramente dedicar su tiempo a la toxicidad de las redes sociales. Al final esa frase inicial termina por no aportar nada.
Lo mejor que se puede decir de las canciones de ‘Ninguna Ola’ es que sus textos invitan al análisis. También que la música a veces toma caminos inesperados, como los nítidos teclados que emergen en ‘Bandera sin color’, por la que a su vez asoman ecos post-punk; o los punteos y ritmos a lo Radiohead de ‘Barcos hundiéndose’. Si la mano de Refree se nota en algo, es en lo espaciosas que suenan las canciones, en lo mucho que los instrumentos respiran. Lo peor es que sus melodías intensas escritas con el propósito de arrancar una lágrima a la fuerza al oyente seguirán gustando solo a sus fans y que su raquítico diseño de sonido no descubre ni una instrumentación especialmente interesante ni mucho menos canciones que dejen huella.
Calificación: 2/10
Lo mejor: los 20 primeros segundos
Te gustará si te gusta: Guitarricadelafuente, Pablo López, Izal
Youtube: vídeo de ‘Conduciendo y llorando’