Craig Gillespie vuelve a Disney, y lo hace armado con un spray color púrpura. Tras su aplaudido debut, la muy indie ‘Lars y una chica de verdad’ (‘Cuestión de pelotas’, su debut oficial, fue “rehecha” por otro director), la personalidad de Gillespie se fue diluyendo poco a poco entre las salas de reuniones de dos grandes factorías: DreamWorks (‘United States of Tara’, ‘Noche de miedo’) y Disney (‘El chico del millón de dólares’, ‘La hora decisiva’).
En 2017, de la mano de su compatriota Margot Robbie, realizó la fabulosa ‘Yo, Tonya’. Fue la confirmación de que Gillespie, con más libertad creativa, puede apuntar muy alto. Por eso, cuando salieron las noticias de que Disney le había vuelto a fichar para rodar una precuela de ‘101 dálmatas’, puse la misma cara que Pongo y Perdita cuando ven a Cruella de Vil. ¿Otra vez encargos insulsos?
‘Cruella’ (en salas y Disney+) es un encargo, sí. Y de segunda mano. La iba a rodar el director de musicales Alex Timbers. Sin embargo, Gillespie ha conseguido filmar el mejor remake de acción real de Disney. Dado los precedentes, tampoco es decir mucho (más bien poco). Pero lo cierto es que ‘Cruella’ no está mal. Es un entretenimiento ágil, divertido y petardo, bastante más estimulante que la mayoría de las impersonales y mecánicas adaptaciones que han hecho otros autores más reconocidos como Tim Burton o Kenneth Branagh.
Cruella de Vil siempre ha sido la malvada más drag de Disney, y por ahí ha tirado Gillespie. El director ha convertido a esta enemiga de los animalistas en algo así como una huérfana dickensiana vestida por Vivienne Westwood. Sus apariciones para intentar eclipsar a la otra reina de la fiesta, la baronesa Von Hellman (una Emma Thompson en plan Anna Wintour de ‘El diablo viste de Prada’), son lo mejor de la película. Una historia de venganza transformada en espectacular duelo de pasarela (el vestuario es de la oscarizada Jenny Beavan), una lucha de egos convertida en sofisticado combate generacional. El meñique levantado bebiendo té contra el dedo corazón alzado sacando la lengua.
Por supuesto, la playlist ayuda: más de 40 canciones, a cual más reconocible. Desde las muy obvias y muy sobadas ‘Sympathy for the Devil’ (The Rolling Stones) o ‘These Boots Are Made for Walkin’ (Nancy Sinatra), hasta las más sorprendentes y con más peso dramático en la historia como la “perruna” ‘Watch the Dog that Bring the Bone’ (Sandy Gaye) o la discotequera ‘Car Wash’ (Rose Royce). Sin olvidar el ‘Call Me Cruella’ de Florence + the Machine. Todas ellas bajo la supervisión de Susan Jacobs, que con trabajos como ‘Big Little Lies’, ‘Heridas abiertas’, la reciente ‘Una joven prometedora’, o la propia ‘Yo, Tonya’, se ha convertido en la gran arquitecta musical de las narraciones que avanzan a golpe de temazo.
Hablando de canciones. En ‘Cruella’ también suena el ‘Smile’ de Judy Garland. Y lo hace con un sentido irónico muy parecido al utilizado en ‘Joker’. ¿Casualidad? Ni de lejos. Gillespie ha querido convertir a Cruella de Vil es una supervillana de cómic, remontándose a sus orígenes para explicar su maldad. Y la referencia que salta a la vista es el ‘Joker’ de Todd Phillips (también tiene algo de la Villanelle de ‘Killing Eve’).
El problema es que, por muy oscura, muy a contracorriente, muy punk y muy “terrorista” que quiera ser ‘Cruella’, no va a dejar de ser una película de Disney, con las exigencias temáticas (toda la parte final, que se hace muy larga, está diseñada para “encajar” con el inicio de ‘101 dálmatas’) y limitaciones morales que ello implica. De ahí que su eficacia como personaje irreverente tenga la misma potencia transgresora que una camiseta de H&M. Los malos de verdad, como la Cruella de Vil original, obsesionada con despellejar a más de cien perretes para hacerse un abrigo, solo pueden ser personajes secundarios en una película de Disney, nunca protagonistas. O sea, como la baronesa Von Hellman.