En un mundo globalizado, donde la estética es cada vez más uniforme, la singularidad resulta fascinante. Es lo que ocurre con Corea del Norte. Su aislamiento y hermetismo han generado una cultura visual propia que resulta cautivadora a ojos del mundo occidental. Un ejemplo es el libro ‘Made in North Korea’, donde el británico Nicholas Bonner muestra su fascinación por la iconografía norcoreana a través de una recopilación de imágenes de objetos cotidianos del país de Kim Jong-un.
No sabemos si Eduardo Casanova conocerá la obra de Bonner, pero sí la estética norcoreana. ‘Toro de cristal’ comienza con un retrato de Alfred García que recuerda a las imágenes oficiales de los mandatarios de Corea del Norte. Enseguida salimos de dudas: el retrato está colgado en una especie de mausoleo de clara inspiración norcoreana. También aparecen los tonos rosas -que tanto le gustan a Casanova– característicos de la iconografía del país asiático, y hasta una estrella de cinco puntas comunista.
‘Toro de cristal’ narra una historia de suicidio y resurrección creativa. El director utiliza el (socorrido) arquetipo del doppelganger para representar ese renacimiento: desdoblamiento del rostro del cantante en el agua, materialización del doble siniestro (caracterizado como una figura del romanticismo alemán), disparos a su otro yo… Un juego de espejos psicológico que termina con un gesto simbólico: Alfred prendiendo una cerilla y quemando a su yo del pasado.