‘Cuestión de suerte’ comienza con Natalia Lacunza echándose una cabezadita. Todo lo que vemos hasta el final, cuando se despierta, es la ilustración de un sueño, una mezcla de pesadilla aerofóbica y ensoñación melancólica a ritmo de synth pop. Hay muchas pistas: el periódico con el artículo “Los beneficios de las siestas”, el cartel de ‘Aterriza como puedas’ (que sirve también como guiño ochentero), el avión de juguete, el nombre de la aerolínea con la que vuela a Ámsterdam: Take a Nap (“echar una siesta”)…
Mientras el avión se “cae”, la pasajera durmiente desciende también hacia su pasado, a su infancia y adolescencia. El sueño se divide en dos líneas narrativas. En la primera, la cantante rememora su vida junto a sus padres. Una etapa infeliz de la que intenta aislarse a través de la música, poniéndose unos cascos de los 80 que funcionan como leitmotiv visual y sentimental (aparece en las distintas edades).
En la segunda, se narra una historia de amor juvenil. Un periodo feliz, donde la música ya no sirve como refugio sino como vínculo, que se interrumpe cuando la pareja tiene que separarse. Tras un bonito travelling lateral que conecta las tres líneas temporales, la cantante se despierta. En un último giro argumental vemos a una pasajera muy especial que da sentido al estribillo de la canción: “mi amor es cuestión de suerte”.