El sábado el madrileño Paraíso Festival, centrado en la música electrónica, celebró su 2ª y última jornada. Sumando viernes y sábado se contaron 16.200 asistencias, adivinamos que unas 6.000 o 7.000 el viernes y 9.000 o 10.000 el sábado, cuando se percibió el festival mucho más lleno sin que se registrasen más incidencias que la inexistencia de tinto de verano desde primera hora del primer día. Alguien debió de repartir una botella por barra y ya. Que todo sea eso, en cualquier caso, pues algo ha debido de hacerse bien cuando no se nos ocurre otra pega que ponerle a la logística del festival, bien nutrido de áreas de descanso y barras. ¿Quizá algún baño más para las chicas?
El cartel del sábado nos trajo la variedad que habíamos demandado el viernes, comenzando por lo que pudo ser el concierto más rupturista de las dos jornadas. Natalia Lacunza está segura de que las producciones de rusowsky son el futuro y después de ver su actuación, podemos entender por qué lo piensa, con su punto bueno y su punto malo. Para mal porque escondido tras un pañuelo atado a la cabeza, tipo Doña Rogelia, rusowsky no desplegó tanto carisma sobre las tablas. Solo la presencia de Ralphie Choo y en algunos temas de un animadísimo Barry B mantuvo el show arriba, llevando al público a bailar, a agacharse y saltar, etcétera. Para bien, porque los miles de personas que se desplazaron a la Complu tan pronto como a las 7 de la tarde para ver a rusowsky, seguramente comulguen con la idea de que ese carácter retraído y tímido es parte de la gracia, el adecuado para su música, de alguna forma vinculada con el bedroom pop y el DIY. Aunque decir eso es quedarse corto.
El DJ de rusowsky no fue el mejor técnicamente, ni calificaría su música como «futurista» exactametne, pero sí hay algo diferente e inquieto en su capacidad para atravesar géneros musicales de una canción a otra o incluso muy a menudo dentro de la misma canción. No faltan piezas maravillosas en su clasicismo, como la mágica ‘Dolores’; tampoco la que considera su grabación favorita, ‘Mwah :3’, con un pequeño beat de reggaetón. Pero lo que realmente puede marcar la música de 2030 es su falta de prejuicios y entrega a un repertorio que tan pronto contiene drum&bass como hyperpop, como R&B, como funky, resultando en una especie de post-todo en el que cabe cualquier cosa excepto rock’n roll. También se desafían los tempos y las estructuras: algunas pistas apenas parecen sumar 1 minuto de largo, lo cual significa que nunca tienes tiempo de aburrirte en un show en el que hacia el final ‘VALENTINO’ ejerce de gran celebración.
Chico Blanco, junto a su DJ, quien también se animó a hacer algunas tomas vocales, apareció mucho más concentrado en los beats 90’s, y eso que también sonaron los ritmos latinos de su ‘Bachata’ junto a Soto Asa. Pero en verdad su concierto sonó como una celebración de los ritmos house, que habría ido mejor adentrada la noche. La imposibilidad de seguir las letras -demasiado interpretadas hacia dentro o en un volumen demasiado bajo- nos hace intuir que de momento lo de Chico Blanco lucirá mejor en un club tipo Razzmatazz o Apolo, que en el escenario más grande que había en todo el festival, lo cual es lógico pues este es uno de los artistas que no ha podido desarrollarse en vivo aún al haber surgido casi a la vez que la pandemia. Mención especial para la gran cantidad de público LGTB+, no binarix, etcétera, vista en estos 2 primeros conciertos de la tarde, generando un ambiente similar al del «finde marica» del Primavera Sound.
Todo lo contrario de lo que le ocurrió a Baiuca, con graves problemas de visibilidad en el Escenario Jardín, más bien pensado en principio para las sesiones de DJ’s. En su caso, la visibilidad nula de lo que estaba aconteciendo en el escenario dificultó la conexión con el repertorio del artista, que contaba con sus momentos puros, aderezados por dos cantantes en representación de la tradición gallega, y otros más bailables que nos recuerdan que sí, lo suyo es un set de música electrónica también, en concreto uno en la línea de la folktrónica primigenia de Four Tet. Las primeras filas parecieron comulgar; para las últimas fue muy difícil.
Mientras Bradley Zero, inmediatamente antes de Baiuca, había decidido terminar su set en ese mismo Escenario Jardín con una gran fiesta de samba y ritmos brasileños, Kamma & Masalo convirtieron el mismo espacio en una gran fiesta disco en la que no faltó el clásico ‘I Feel Love’ de Donna Summer ligeramente adulterado. Fue la cumbre de un fin de semana que había recogido numerosos clásicos de finales de los 70 y principios de los 80 en el mismo escenario que ni el Shazam quiso reconocer. Es la gracia de una sesión, que sea capaz de producir momentos únicos e irrepetibles (cuando no se suben las sesiones tipo Boiler Room al correspondiente canal de Youtube).
Si fue habitual escuchar música disco en las sesiones del Escenario Jardín, el Escenario Club mantuvo su gusto por el techno y el house durante todo el fin de semana, y también con el set de John Talabot B2B Pional. Dos de los talentos más internacionales de nuestro país -uno de Barcelona y otro de Madrid, para mayor gracia- que aportaron un poquito de variedad introduciendo sutiles notas de clásicos del pop, sin dejarlos apabullar en todo su esplendor. ¿Lo mejor? Ese cruce de unas pocas notas de ‘Papa Don’t Preach’ de Madonna con unas pocas notas de ‘Billie Jean’ de Michael Jackson. Una actuación muy comentada en las redes oficiales del festival, que lo defiende como un B2B histórico, con sus haters en busca de más tralla por un lado o sutileza por el otro, y sus fans pidiendo que la sesión sea compartida en Soundcloud.
Había pedido variedad en las sesiones de última hora, y Flaca nos la dio pinchando todo el latineo procedente de las calles durante los últimos tiempos. Tras una sobredosis de techno, house y música disco, ya se echaba de menos un poco de perreo, y la noche y el festi lo cerramos hasta que nos echaron, con su divertidísima selección de Bad Gyal, Bad Bunny, Daddy Yankee, Lorna…