Ahora la bachata es un género de lo más habitual. Rosalía canta bachatas, C. Tangana canta bachatas, Chanel, La Bien Querida, largo etcétera cantan bachatas. Las tenemos asimiladas. Pero hace 32 años no teníamos ni idea del género. Hasta que llegó Juan Luis Guerra con ‘Bachata Rosa’. Publicado a finales de 1990, el álbum en 1991 supuso un tsunami de sabrosura que sacudió hogares, guateques, fiestas mayores y veranos.
¿Y qué es la bachata? Una música dominicana de ritmo algo pausado, heredera del bolero y del merengue, de cadencia melancólica y sensual, de letras amargas de desamor, que nació en los arrabales de Santo Domingo en los años 60 y 70, y que en origen no estuvo bien considerado por “vulgar”, pero que poco a poco se impuso en todas las capas de la sociedad.
Juan Luis Guerra ya tenía una carrera de éxito en su República Dominicana natal. Educado musicalmente entre su país y EE.UU., se juntó en los primeros 80 con 4.40, un grupo de vocalistas que serían sus eternos acompañantes, de los que aún permanece Roger Zayas-Bazán. La salsa fue un terremoto que sacudió toda Latinoamérica en los años 60 y 70, con la Fania y su rutilante colección de estrellas a la cabeza: Celia Cruz, Willie Colon, Héctor Lavoe, Rubén Blades… Guerra cogió toda esa explosión y la mezcló con el merengue dominicano, aunque su primer disco, ‘Soplando’ (1984), es aún demasiado devoto del jazz latino.
En ‘Mudanza y Acarreo’, 1985 ya aparece el Guerra que conocemos, el que mezcla merengue, salsa y algo de rock, con unas letras que aúnan el romanticismo lírico con un toque social. Aquí encontramos el primer clásico de Guerra: ‘Si tú te vas’. La apuesta de Juan Luis guerra y 4,40 sube y suma en ‘Mientras más lo pienso… tú’ (1987), donde destacan ‘Guavaberry’ y ‘Me enamoro de ella’. También destaca la bachata en ‘Amor De Conuco’.
Mientras, en España, durante los 80 pareciera que lo latino había desaparecido de nuestro país, comercialmente hablando. La salsa pasó a un plano bastante secundario: el sello Manzana, de Tenerife, publicaba aquí a a la Fania. De artistas nacionales, apenas algunas luminarias como Víctor Coyote o en menor medida Radio Futura, Ciudad Jardín o 21 japonesas reivindicaban lo latino. Pero era algo anecdótico. El ‘Conga!’ de Miami Sound Machine lo asociábamos más a la Vuelta Ciclista que al bailoteo.
En nuestro país empezamos a conocer a Juan Luis Guerra con ‘Ojalá que llueva café’ (1989). El disco, y sobre todo la canción homónima, tuvieron bastante éxito: una irresistible denuncia social que entraba dulce como la lluvia de café que ansiaba. Pero ‘Bachata Rosa’ fue el gran bombazo. Entre el 25 de febrero y el 30 de septiembre de 1991 el álbum estuvo en el top 10 de discos más vendidos en España, muchas de esas veces en el primer o segundo puesto. Vendió más de 700.000 copias. El impacto fue tal que géneros como la bachata o el merengue, y sus respectivos bailes, de repente se pusieron moda. En una entrevista a La Vanguardia en 2015, Guerra declaraba: «Cuando yo llegué aquí en 1989, los españoles no sabían bailar merengue. Recuerdo que incluso me pedían en televisión que yo les enseñara. Ahora hay profesores que podrían darnos clases a nosotros, los dominicanos».
¿Que le llevó a triunfar? Un sentido de la melodía estupendo, unos músicos de aúpa, el lirismo de sus letras, y esa voz que transmite tanto y es tan reconocible. Y la vitalidad contagiosa que transmiten las canciones. Todo son clásicos: desde la primera ‘Rosalía,’ hasta la última, la protesta de ‘Acompáñeme civil’. La salsa que une, con cierta guasa amor, con proclamas políticas (“¡suelten a Mandela!”) de ‘Carta de amor’. El merengue africano de ‘A pedir su mano’. Las bachatas “rosas”, románticas hasta decir basta, de ‘Burbujas de amor’, ‘Bachata rosa’ o ‘Como abeja al panal’. Y, por supuesto, ‘La Bilirrubina’, ese merengue tan contagioso que acabó siendo la canción-insignia de Guerra. Aquella era una música viva, palpitante, sobre todo bailable. Otra de las señas de identidad de Guerra era tener pocas manías. En 2007, en el Proceso de México, Juan Luis Guerra declaraba que le gustaba usar las nuevas tecnologías para preparar sus discos. A la pregunta de si eso no podía ir en menoscabo del folclor, contestaba: “Existe un folclor puro y hay folclor que viene con añadiduras. A mí me gusta añadir, creo que se expande el espectro de la música”.
‘Areíto’ (1992) y ‘Fogaraté’ (1994) siguieron teniendo buenas cifras. ‘Areíto’ resultó ser un disco polémico en República Deominicana por ser demasiado social, sobre todo su canción ‘El costo de la vida’. Pero lejos de la polémica, es un tema que, junto a ‘Visa para un sueño’ de ‘Ojalá que llueva café’, se mantiene en su repertorio. Y que siguen sonando tan actuales (o más) que en 1992. Luego llegaron unos años en que quizás lo tuvimos algo olvidado. Guerra espació los discos. De ‘Fogaraté’ (1994) a ‘Ni Es Lo Mismo Ni Es Igual’ (1998), pasan cuatro años. En 1996 Guerra se había convertido al protestantismo. Hasta 2004 no editó el siguiente disco, ‘Para Ti’, de canciones cristianas, con algún éxito como ‘Las avispas’. Ha mantenido un buen nivel en discos como ‘Todo tiene su hora’ (2014).
La fase imperial de Juan Luis Guerra quizás fueron cinco años, los que van de 1989 a 1994. ¡Pero que cinco años! A finales de los 90 y principios de los dosmiles, llegaron a España las mayores oleadas de migrantes de origen latinoamericano, ligadas al boom inmobiliario, que ayudaron a que todos estos géneros (bachata, merengue…) se integraran plenamente en el imaginario colectivo y que ya formen parte de nuestro sustrato cultural y emocional. Pero el primero que nos abrió las puertas de par en par fue Juan Luis Guerra. Ahora que las nuevas generaciones de artistas que han mamado de todo este magma lo reivindican, es el momento de disfrutar su directo -este fin de semana, en Río Babel– y cantar toda su colección de canciones históricas.