Slowdive brillan ante su público más transversal

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Slowdive brillan ante su público más transversal

En el concierto que Slowdive ofreció anoche en la sala Razzmatazz ocurrieron dos cosas que parecen contrarias. Por un lado, el grupo congregó una cifra considerable de público joven, y cuando digo joven me refiero a veinteañero; algo que por otro lado no supone ninguna sorpresa porque 1) Slowdive se encuentra en mejor momento que nunca desde 2017 2) el shoegaze arrasa en TikTok, y no es broma. Por otro lado, un asistente colocado en primerísima fila alzó con una mano una copia de ‘Pygmalion’ en CD y con la otra un bolígrafo intentando que el grupo se la firmara. El disco menos recordado, el peor valorado, de toda la carrera de Slowdive, de repente, físicamente entre nosotros, atravesando el espacio tiempo. Parecía el fan que siempre ha estado ahí, incluso cuando nadie más estuvo.

Que Slowdive colgara anoche cartel de “todo agotado” es la consecución lógica de una carrera en que el grupo de Reading ha sabido renovarse como pocos, muy pocos, de su generación, apelando a un público diverso y transversal con una fórmula que ha consistido básicamente en mejorar lo que había hecho antes. Consciente de que ‘Souvlaki’ (1994) no ha dejado de brillar en treinta años, Slowdive ha sabido ver el filón volviendo cuando nadie lo esperaba, primero en 2017 con el mejor disco de su carrera, ‘Slowdive’, que no por nada era homónimo, pues marcaba un nuevo comienzo; y después con el otro mejor disco de su carrera, ‘Everything is Alive’ (2023), el que presentaba este lunes con la sala completamente abarrotada (hoy 6 de febrero es el turno de Madrid).

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Y para misa, la que ofreció Slowdive. El grupo, compuesto por Rachel Goswell, Neil Halstead, Christian Savill, Nick Chaplin y Simon Scott, se mostró discreto y ceremonioso sobre el escenario. De alguna manera, dejaba que las canciones, tan poderosas, volaran y hablaran por sí mismas. El inicio épico con dos de sus temas estrella, ‘shanty’ y ‘Star Roving’, dio paso a un set en que las preciosas melodías de Goswell -y a veces también de Neil- y las guitarras cuidadosamente tejidas de Slowdive sonaban de lujo, acariciando las ondas, en absoluto estridentes. Sonaban perfectas. Canciones como ‘Kisses’ o sobre todo ‘When the Sun Hits’, la más coreada, podían destacar del resto, pero en el público prevalecía la voluntad de entregarse a una atmósfera, de emprender un viaje.

De ‘Pygmalion’, Slowdive rescató ‘Crazy for You’ antes de que un pobre chico situado en las primeras filas terminara mareado y tuviera que salir brevemente de la sala para recuperarse (luego volvió). Pudo ser el calor, puede que las guitarras de Slowdive provoquen ese efecto, o puede ser que esa persona fuera la misma que después sostendría una copia en CD de ‘Pygmalion’ alzándola al escenario (no pude comprobarlo). Lo seguro es que Slowdive hizo olvidar al público que no tocaba en España desde hacía diez largos años. Su música se siente como una zona de confort en el mejor de los sentidos, ese lugar al que vuelves para olvidar todo.

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Quizá el secreto del exitoso retorno de Slowdive es que su mezcla de cuidadísimo shoegaze y de melodías dream-pop es la más emotiva de todas. “Qué bonita” es una expresión que se escucha reiteradamente durante el concierto. Los teclados de ‘chained to a cloud’ dejaban precisamente a todo el mundo «encadenado en una nube». Está claro que las canciones de Slowdive tocan la fibre sensible. Cuando Rachel cantó la acústica ‘Dagger’ paró el tiempo, y cuando el concierto terminó emprendiendo un nuevo viaje de shoegaze hacia el infinito, dio ganas de no salir de la sala en muchos años. Mentalmente, el público aún sigue ahí, tanto los que acabamos de llegar, como los que cogieron sitio hace tiempo.

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