PJ Harvey lleva al éxtasis a un Primavera pasado por agua

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PJ Harvey lleva al éxtasis a un Primavera pasado por agua

De Lemon Twigs ya habló largo y tendido mi compañero Gabriel Cárcoba. Así que hay que reseñar que inauguraron el escenario Estrella Damm. La temperatura es agradable y se disfrutan muchísimo a esta hora. La multitud está sentada en el césped artificial, gozando del solete y los hermanos D’Addario. “Es genial estar al aire libre”, dice uno (¿Michael?). Se les ve pequeñitos en ese escenario enorme, pero no arredrados. Nos regalan su infeccioso pop sesentas con bonitos juegos de voces y gran pericia instrumental. Su viaje en el tiempo no solo musical, sino de looks. Dan muchas ganas de abrazarse y querer a todo el mundo. Y hay que tener redaños para cerrar con la mejor canción de la historia, ‘Good Vibrations’. Idílicos.

A la misma hora tocan dos de las propuestas de aquí más interesantes: Depresión Sonora y Lisabö. Entre la duda sobre a quién ver, se impone la decisión salomónica: a ambos, que además están en escenarios adyacentes. La intensidad post-punk de Depresión Sonora casa a la perfección con el ambiente opresivo que están creando un mar de nubes amenazantes. Y bueno, con tocar en un escenario que se llama Steve Albini. Suenan intensisímos. El aspecto de hip-hopero esquivo de Markusiano contrasta con su voz profunda y sus versos como puñales. ‘Te mientes a ti mismo para ser feliz’ es abrasiva. ‘Nada importa’, desesperanzada. Y están sonando de fábula, te obligan a meterte de lleno…

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Pero me voy para poder ver el tramo final de Lisabö en el Cupra, quizás el grupo con mejor directo del estado. Se acompañan con una bandera palestina de fondo. Su procesión sonora de post-hardcore es implacable. Toquen lo que toquen suena a algo definitivo, crucial. El viento cada vez es más fuerte y ellos suben aún más la descarga eléctrica. Para cerrar, leen un poema de Mahmoud Darwish, poeta palestino, y cierran con un ¡Gora Palestina!”. Su intensidad e implicación no es sólo sónica: también es emocional y reivindicativa.

Crumb registran una muy buena presencia en el escenario Plenitude y certifican que los sonidos de los 90 más etéreos siguen siendo tendencia: shoegaze, algo de psicodelia… Suenan pero que muy bien, pero les abandono porque me he empezado a poner nerviosa. Hay que llegar con antelación a PJ Harvey para conseguir un buen sitio.

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Logramos una buena cuarta fila en el escenario Santander, aunque me tapan el escenario todos los mucachotes altos con capucha que están guardando sitio para SZA (¿¿por qué, Señor??). Se acerca la hora y 070 Shake, en el escenario Estrella Damm, no se acaba nunca. Parece que los escenarios grandes vayan con retraso. Aguantamos estoicamente (con algún grito ocasional de “señora, ¡cállese!”, tampoco somos tan santes). Suena una música de introducción. PJ se hace de rogar. Empiezan a caer gotas. Emerge nuestra diosa Polly Jean en una espectacular capa de lino blanco con bordados negros. En la banda distingo a su inseparable John Parish. Ella se queda en un lateral. No saluda, habita su mundo. Su voz es estremecedora, poderosa y con un timbre diferente, casi espectral, para abrir con ‘Prayer at the Gate’. Las gotas ya son lluvia, pero de momento ninguno nos movemos de ahí.

Los últimos conciertos de PJ Harvey estaban siendo divididos entre una primera mitad dedicada íntegramente a su último disco ‘I Inside the Old Year Dying’ y otra mitad de canciones pretéritas. Pero aquí se elimina este reparto. Porque tras tres temas del disco, caen tres fastuosos temas de ‘Let England Shake’: ‘The Glorious Land’, como gloriosa suena la guitarra de Harvey, ‘Let England Shake’, donde saca el autoarpa y ‘The Words that Maketh Murder’, jaleada con palmas por el público. Se le ve reconcentrada. La capa no le va bien para cambiar de guitarra y hay algunos parones. Sigue lloviendo.

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De repente, Polly Jean abandona su aparente frialdad para decirnos que le sabe muy mal que nos estemos mojando. Y en esos momentos se vuelve cálida. Nos da igual mojarnos y se ve muy poca gente abandonando el concierto. Y recupera su último disco. ‘I Inside the Old Year Dying’ es especialmente emotiva. El sonido es pulcro, nítido. Y si hasta ese momento se había mostrado algo hierática, se posee y baila la coreografía de ‘Send His Love to Me’. Y la lluvia arrecia pero no importa, porque estás viendo a una de tus artistas favoritas cantar una de tus canciones favoritas.

PJ se despoja de la capa y queda solo con el vestido para arrearnos con la contundente ’50 ft Queenie’, entre sus bailes casi espasmódicos. Esta noche, PJ Harvey no es una PJ Harvey: es todas las PJ posibles, la joven descarnada del disco ‘Rid of Me’, la soñadora de ‘Is This Desire?’, álbum del que hay dos repescas maravillosas: ‘Angelene’, sentida y melancólica y ‘The Garden’. Dedica a Steve Albini ‘The Deseperate Kingdon of Love’, la toca con la guitarra acústica. Y cómo la canta…

Para la andanada final no hay prisioneros. Agarra la eléctrica y nos ataca con ‘Man Size’ y ‘Dress’, mientras el agua tampoco se apiada de nosotros. Las versiones mimetizan las originales. Y la diosa PJ, que parecía tan absorta en su arte, que nos estaba dominando desde su escenario, regresa a nuestro mundo con calidez para agradecernos de nuevo el haber aguantado bajo la lluvia: ‘Down by the Water’ queda perfecta en esta tesitura. Pero juro que llegué a un momento de éxtasis religioso con la final ‘To Bring You My Love’: la lluvia, los punteos, la voz de Polly llegando de algún lugar profundo del alma… No hay palabras. Es la mejor. Punto.

De vuelta a la Tierra, parece que ha dejado de llover. El agua ha durado exactamente lo que ha durado el concierto de PJ Harvey. ¿Será ella la hechicera de la lluvia? Pues no. Porque mientras nos dirigimos a la zona de comidas (sacrificamos a Mitski, estar mojado cansa mucho), arranca de nuevo. Y relampaguea. La cosa no pinta bien. Todo el mundo está guarecido. Algunos siguiendo la final de Champions. Pero hay que salir de la zona de confort. Al fin y al cabo, no llueve tanto y nos esperan Bikini Kill, otras leyendas.

Los relámpagos, más que asustar, parecen servir de acicate. Jaleamos cada uno de ellos. Kathleen Hannah nos explica que es la primera vez que Bikini Kill tocan en Barcelona. Está rutilante, su furia Riot es en technicolor, porque la rebelión no está reñida con la alegría. Es una pena no poder acercarme a las primeras filas y ver los pogos, poder confirmar que, efectivamente, están las “girls to the front!”. Kathleen no lo dice en ningún momento, así que presumo que sí. Pero el protagonismo no es solo para ella, varias veces aparece Tobi Vail, la batería a cantar. Todas parecen de excelente humor. El sonido es mucho mejor que el que disfrutaron con Le Tigre el año anterior.

Kathleen explica que “la siguiente canción va de cuando te enamoras de alguien” y rompe a canturrear, claro, ‘Ever Fallen In Love (With Someone You Shouldn’t’ve?)’ de Buzzcocks para fundirla con ‘Feels Blind’. La lluvia no para, tampoco las descargas punks, los gritos de Kathleen y los saltos. “¿Estáis todos puestos?”, bromea. “Yo no. ¡Yo estoy completamente sobria!”. Y por supuesto, el cierre con ‘Rebel Girl’. Ha dejado ya de llover y coreamos y bailando el himno definitivo de Bikini Kill. Divertidas e imprescindibles.

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