Los preocupantes vídeos de Britney Spears con voz aniñada (EuropaFM). Britney Spears alarma a todos sus fans (La Vanguardia). Preocupación por Britney Spears tras su último altercado (ABC). El entorno de Britney Spears hace saltar todas las alarmas (La Razón). Temor por la vida de Britney Spears (ABC). Inquietante video de Britney Spears (Clarín). Britney Spears parece prisionera, fans piden ayuda (MARCA USA).
Los titulares alarmistas se suceden sin parar cada vez que Spears sube un vídeo a Instagram de ella bailando, enseñando un vestido o hablando con acento británico. Las redes se llenan de comentarios señalando su “deteriorado” estado mental y sugiriendo que, quizá, “debería volver a estar tutelada”. De repente, someter a una mujer de 43 años a una tutela parece una buena idea, aunque un juez la haya liberado de una después de 13 años.
Es más alarmante que parece que no hayamos aprendido absolutamente nada en estos años, en los que la importancia de hablar apropiadamente sobre salud mental se ha puesto sobre la mesa. Ni siquiera teniendo como antecedente el caso de Brian Wilson, de los Beach Boys, a quien le tocó vivir en una época muchísimo menos preparada para hablar de estos temas. Pero tampoco el movimiento #FreeBritney parece habernos llevado a hablar de salud mental de forma más humana o empática.
El movimiento #FreeBritney sirvió para liberar a Spears de su tutela, pero a ojos del público sigue siendo una persona “loca”, y una persona loca no debe exponer su locura en redes sociales. La idea es que no está “capacitada” para ser una persona pública o que, directamente, no debería tener acceso a un teléfono móvil. Puede estar loca, sí, pero no hace falta que lo vaya pregonando. No hace falta que explique por qué esta idea es tan absurda y ridícula.
El contenido de Spears en Instagram se compone principalmente de vídeos de ella bailando o paseando modelitos, de recomendaciones de libros o de frases inspiradoras/espirituales. De vez en cuando, sube un vídeo familiar o de ella en un barco, de vacaciones en México o donde sea. A veces publica largas diatribas en las que critica a su familia. Otras veces sus textos parece haberlos escrito otra persona, concretamente su community manager haciéndose pasar ella. Nada que no sea habitual en el mundo de las megaestrellas.
Pero cuando sus vídeos resultan «raros» o “extraños”, su uso de las redes incita a la preocupación. “Saltan las alarmas”, dicen los medios. Su vida “corre peligro”. Irónicamente, también su ausencia de las redes causa preocupación: cabe recordar la vez en que desactivó su cuenta de Instagram -algo que ha hecho repetidas veces- y sus fans tuvieron la ocurrencia de llamar a la policía, preocupados, para que acudiera a su casa a comprobar que se encontraba bien. Spears declaró que la acción de sus fans le había parecido una «invasión».
Cuando Spears cantaba, en 2001, que se sentía ‘Overprotected‘, seguro que no vio venir cuán relevante sonaría su letra en 2024 o 2025. La supuesta protección de fans y medios, que creen velar por su seguridad mental y física, pero cuyo comportamiento revela un profundo capacitismo, se manifiesta en su forma más extrema en la sugerencia -compartida por muchos- de que quizá Spears debería volver a estar sometida a una tutela, que quizá liberarla de ella no fue una buena idea. A pesar, incluso, de lo que ella misma manifestó ante un juez en un audio de 22 minutos que todo el mundo escuchó.
Los vídeos de Spears en Instagram pueden incomodar; su contenido no es corporativo, sus fotos no proceden de sesiones profesionales autofinanciadas o editoriales, sus vídeos no forman parte de ninguna estrategia comercial o promocional, y los filtros que usa son los que mismos que cualquier otra persona. Su comportamiento, en algunos vídeos, puede parecer inusual o incluso «errático». Nada de esto justifica que se la deba privar de su libertad otra vez. Quizá, el problema, es que nos hemos acostumbrado a consumir contenido extremadamente adulterado, que en absoluto muestra la realidad como es.
La realidad de una enfermedad mental es que se puede convivir con ella. Una persona que convive con una enfermedad mental es -en los casos menos extremos- perfectamente capaz de llevar una vida funcional y de tomar las riendas de su vida. Una persona con una enfermedad mental que es una estrella del pop, también. Y podrá necesitar ayuda o cometer errores como cualquier otra persona que no es estrella del pop ni se llama Britney Spears. También es válido que reaccionemos con sorpresa o incomodidad ante sus vídeos; eso no significa que Spears merezca ser reducida a una enfermedad mental que ni siquiera tenemos constancia de que tenga.
Los continuos titulares y comentarios alarmistas sobre los vídeos que publica Spears en Instagram no hacen sino estigmatizar y deshumanizar a las personas que conviven con enfermedades mentales y, peor aún, pueden persuadir a otras de buscar ayuda por miedo a ser ridiculizadas. Al margen de que seamos capaces de ver a Britney Spears como una persona, y no como un producto, Spears tiene derecho a publicar el contenido que quiera, por mucho que nos incomode, sin que nadie tenga que venir a decir que estaba mejor encerrada. Tiene derecho a ser ella misma y ser libre, a la vez.