En la secuencia más icónica de ‘El silencio antes de Bach’ (2007), un conjunto de músicos interpreta la célebre ‘Suite para violonchelo n.º 1’ del compositor alemán, en un escenario tan poco propicio para la expresión lírica como un vagón de metro.
El choque de significados entre lo mundano y lo sublime, entre un espacio concebido para la más estricta funcionalidad y una música compuesta para “glorificar a Dios y refrescar el alma” (Bach dixit), generaba un efecto de extrañamiento y revelación casi mística.
En ‘Berghain’, el realizador Nicolas Méndez, miembro de la productora CANADA, adopta una estrategia similar desde un punto de vista simbólico y conceptual. Rosalía aparece en un entorno doméstico, realizando tareas cotidianas –planchando, haciendo la cama, tomando un cafetín, viajando en autobús- mientras, a su alrededor, la Orquesta Sinfónica de Londres está tocando y un coro cantando como si intentaran abrir el cielo y hacer descender al Espíritu Santo. De hecho, desde el propio título de la canción, que alude al famoso templo del tecno berlinés, ya se juega con ese shock semántico.
La iconografía cristiana está muy presente a lo largo de todo el videoclip. Tanto en los objetos -cruces, figuras de vírgenes, pinturas y joyas con el Sagrado Corazón, palomas— como en la propia puesta en escena de la cantante, representada en la consulta del médico como una Dolorosa.
En sintonía con el giro final de la canción, marcado por la entrada de Björk y luego la irrupción de Yves Tumor, el estilo visual se transforma. Primero adopta un tono fantástico, casi de cuento de hadas, con referencias explícitas a la Blancanieves de Disney; luego se vuelve pesadillesco, cuando los “animalitos” del bosque mutan en las “alimañas” del ‘Anticristo’ (2009) de Lars von Trier.
Si seguimos la lógica que parece articular ‘Lux’, cuyas partes, como este ‘Berghain’, parecen formar parte de un todo, quizá debamos esperar un “continuará” para completar el puzle de este universo visual.
