Da igual que Turnstile sea el grupo de hardcore más accesible de todos. El respeto por su directo -los pogos eternos, el stage diving, su crudo repertorio temprano- estaba ahí. Al final, nada es tan bruto. El divertidísimo final de la gira europea de Turnstile en Vistalegre fue la mejor iniciación posible al género, y la confirmación de que estos ambientes son mucho más tiernos de lo que parecen. Ya lo dijo ayer Brendan Yates: «Puede que desde fuera parezca un desastre, pero es importante».
Para el vocalista y batería de Baltimore, los conciertos de hardcore son una manifestación de una «unión intangible» y «lanzar nuestros cuerpos contra los de los demás» una declaración de amor colectivo. Y así fue el bolo durante la mayor parte del tiempo. El directo de Turnstile está totalmente enfocado a las canciones más duras y una gran parte del setlist está construida en torno a los dos primeros discos del grupo, ‘Step to Rhythm’ (2013) y ‘Nonstop Feeling’ (2016). Poco sintetizador usaban por aquella época.

Si como tantos otros has conocido a Turnstile a raíz de ‘GLOW ON’ y ‘NEVER ENOUGH’, no pasa nada. La experiencia es comparable con la de una sesión de tecno. Va más sobre estar ahí que sobre saberse todos los temas. Llega un momento en el que da igual lo que suene, porque el objetivo es liberarse. Lo que decían Delaporte sirve para esto: el hardcore también cura.
Desde luego, lo que no tiene demasiado sentido en este tipo de conciertos es vivirlo desde la grada, aunque la vista del caos sea espectacular. A pesar del sudor, los pisotones y los minis voladores, es un concierto diseñado para vivirse en el barro. Especialmente si tenemos en cuenta que el sonido estuvo lejos de ser lo mejor del bolo. Eso en la pista nos dio igual.
La energía explotó desde el principio con ‘T.L.C. (TURNSTILE LOVE CONNECTION)’ y no hubo manera de parar desde ahí, excepto con los descansos de ‘I CARE’, ‘SEEIN’ STARS’, que incluyó una apropiada bola de espejos, y el final discotequero de ‘LOOK OUT FOR ME’. Cabe añadir que estos momentos eran igual de disfrutados por las secciones más salvajes del público. Agradecidos, incluso. Aunque el sonido fuese más monótono durante el resto del concierto, todas las canciones eran tan breves que siempre había ganas de más.
La banda, por otro lado, está en plena forma y se nota. Yates es una locomotora que no para de saltar, correr, dar patadas voladoras y hasta bailar como una especie de Bisbal trasnochado, girando sin parar. No es ninguna broma el nivel físico que debe tener esta persona para aguantar esto todas las noches durante una hora y media. A nivel vocal, parecía que se hubiese comido un CD de lo idéntico que sonaba a las grabaciones. No sé si es raro decir esto de un concierto de hardcore, pero qué bien cantó. El bajista, ‘Freaky’ Franz Lyons, añadió el toque de humor y carisma, además de autodenominarse comandante de los pogos.

Estos fueron especialmente masivos en ‘SOLE’, acompañada magistralmente por los coros del público; y ‘HOLIDAY’. El hecho de que hubiese espacio libre en la pista hizo que cualquiera pudiese disfrutar del moshpit como desease. El compañerismo también fue evidente. Si alguien pierde una cartera, todo el mundo saca la linterna. Si se intercambian dos palabras con alguien, ya es motivo suficiente como para ofrecerle un trago de cerveza. Ahí abajo, todo el mundo es igual.
El ‘encore’, con ‘MYSTERY’, ‘BLACKOUT’ y ‘BIRDS’ fue inmejorable. La banda se despidió de los asistentes cuando solo quedaban dos canciones, conscientes de que el caos iba a alcanzar su mayor nivel. No llegó a haber nada de stage diving, debido a la gran distancia entre la pista y el escenario. Sin embargo, ya es costumbre en los conciertos de Turnstile que el público invada la tarima al final del show. Y es algo realmente precioso.
En medio de la locura que es ‘BIRDS’, alguien da el primer paso de saltar la barrera y ya no hay marcha atrás. Tanto los asistentes que ya lo han logrado como el propio grupo ayudan a subir a todo el que lo desee. Y nadie se pasa de la raya. Es simplemente una gran muestra de compañerismo y amistad, mientras el mosh se traslada a las tablas. Me vienen a la cabeza las palabras de Nacho, un hombre que estaba fuera del concierto esperando a que le llegase una invitación del cielo que, de hecho, le llegó: «Pogo forever».
