El pasado 11 de septiembre fue una fecha aciaga para la historia del pop y el rock’n’roll: dos personajes míticos, ambos octogenarios, morían el mismo día: Bob Crewe, descubridor, coescritor y productor de los Four Seasons entre otras muchas cosas, y Cosimo Matassa, productor pionero del “sonido de Nueva Orleans”, que estableció las bases del primer rock’n’roll.
Crewe llevaba una semana de relativa actualidad en España debido al estreno de la película ‘Jersey Boys’, que reseñamos el pasado miércoles, en la que se cuenta la ascensión a la fama del grupo The Four Seasons, incluyendo el rol que él jugó en dicho éxito. Su olfato para detectar una buena canción y su habilidad en el estudio disparó al cuarteto de New Jersey al número uno en 1961 con ‘Sherry’, iniciando una sucesión de éxitos que duraría buena parte del resto de la década. Se suele citar al grupo como uno de los pocos ejemplos de bandas a las que la llegada de los Beatles no les impidió seguir teniendo números uno, la mayoría coescritos entre Crewe y el Four Season Bob Gaudio. Pero su currículum llega mucho más lejos, tanto antes como después: en sus inicios durante los años 50, tras intentar una carrera en solitario basada en su talento y su apuesto aspecto, acabó centrándose en escribir para otros músicos, y logró su primer gran éxito en 1957 con ‘Silhouettes’, un clásico legendario del sonido doo wop a cargo de The Rays. Compuso también maravillas como el ‘Tallahassee Lassie’ del rockabilly Freddy Cannon, que influyó a cantidad de bandas posteriores, incluidos los Rolling Stones.
Establecido ya su talento como productor y compositor tras los triunfos en cadena de los Four Seasons, a lo largo de los 60 produjo muchos éxitos para otros artistas, como por ejemplo ‘California Nights’ de Lesley Gore, compuso clásicos que incluyen ‘The Sun Ain’t Gonna Shine Anymore’ de los Walker Brothers y lanzó a nuevos grupos de gran éxito como Mitch Ryder & The Detroit Wheels. Además compuso la banda sonora de la legendaria ‘Barbarella’ y tuvo olfato para convertir un jingle radiofónico que oyó por casualidad (la inolvidable ‘Music To Watch Girls Go By’) en un top 20. Pero estas “minucias” se olvidan a menudo, ya que en 1967 compuso junto a Bob Gaudio lo que sería su tema más inmortal: ‘Can’t Take My Eyes Off You’, que grabó Frankie Valli bajo su producción, y que llegaría a impactar a toda una generación – las versiones se cuentan por cientos, algo comprensible al ver lo bien que se fue adaptando la canción con los años a las distintas formas musicales, especialmente la música disco. Precisamente ya en los 70, Crewe aún se sacó de la chistera otro gran clásico, que también era precursor de alguna manera del sonido disco: ‘Lady Marmalade’ de Labelle, otro megahit versionado por cientos de artistas.
Los tiempos cambiaban, y la homosexualidad de Crewe, sobreentendida durante los 60 de forma tácita por sus conocidos y colaboradores, encontraría en los 70 más espacio para ser expresada libremente. Tras el escandaloso (en su día) “Voulez-vous coucher avec moi?” Crewe montó divertimentos como la marcianada Disco-Tex and the Sex-O-Lettes (citados por los Pet Shop Boys en ‘Electricity’, de su disco ‘Bilingual’), y poco a poco creció su estatus de icono gay. A partir de los ochenta se retiró definitivamente de la música, y hasta el año 2000 no volvería a colaborar con Valli y Gaudio: con ellos creó el exitoso musical ‘Jersey Boys’, adaptado este año al cine por Clint Eastwood. Hace cinco años, a través de la Bob Crewe Foundation estableció ayudas para la promoción de las Artes, pero también para el apoyo a los derechos del colectivo LGBT y los enfermos de SIDA.
El otro fallecido es Cosimo Matassa, y aunque sus respectivas carreras sólo se llevaron diez años de diferencia no podían ser más distintos. Si Crewe representaba la sofisticación de un estudiante de arte urbanita reconvertido en músico, que vivía en un apartamento de tres pisos en la Quinta Avenida rodeado de elementos decorativos estilo pagoda y colchas de piel de canguro, Cossimo está en el otro extremo: hijo de un emigrante siciliano que se estableció en Nueva Orleans, hizo historia grabando en la minúscula trastienda del establecimiento de su padre a artistas negros de provincias y sin un duro, funcionando a base de instinto. Su legendaria modestia (“yo sólo quería plasmar lo más fielmente posible cómo sonaba el grupo, interfiriendo lo menos posible”) empaña a veces un hecho indiscutible: fue un pionero absoluto del rhythm and blues y uno de los arquitectos del rock and roll.
En ese modesto estudio se grabaron, a partir de 1950, decenas de canciones que definirían lo que ha pasado a la historia como «Sonido de Nueva Orleans», que a su vez fue la semilla que propulsó el R’n’B en el resto de los EEUU, antesala del R’n’R. Entre ellos, ‘Shake rattle and roll’ de Big Joe Turner, ‘Tutti Frutti’ de Little Richard, todos los hits primeros de Fats Domino, de Allen Toussaint, de Aaron Neville, o el célebre ‘Mardi Gras in New Orleans’ de Professor Longhair. Grabaciones crudas y maravillosas que siguen siendo la prueba de su oído único para colocar los instrumentos en torno a un solo micrófono y conseguir niveles perfectos: voz clara y nítida, baterías contundentes, pianos y vientos en segundo plano, y guitarras con mordiente. Una ordenación de elementos que establecería las bases del Rock and Roll como lo entendemos en la actualidad.
A veces parece imposible que una música grabada con medios tan rudimentarios encierre tanta vida y magia, pero ese precisamente era el talento de Matassa: dar importancia a la interpretación, intentar capturarla lo más fielmente posible (“congelar un instante”, lo llamaba), e ir aprendiendo los aspectos más técnicos del oficio sobre la marcha. Avanzada la década, artistas de primera línea como Ray Charles viajaron hasta Nueva Orleans para grabar allí, interesados por su sonido único. El estudio, llamado J & M, cambiaría varias veces de ubicación con los años -siempre en Nueva Orleans- y operó hasta mediados de los sesenta.
Recomendamos la lectura de esta entrevista de 2004 al legendario productor, en la que hace un precioso relato del barrio interracial en el que creció (“vecinos pasándose comida por encima de la valla”), la chispeante escena de sellos independientes en los años 50 (“todos amaban la música, hasta los que te timaban”), el racismo de los medios de comunicación, o sus técnicas de grabación.



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