¿Qué es la comunicación? Así empezaban todas y cada una de las asignaturas de Periodismo en la Complutense. Y de tanto repetirte la pregunta acabas olvidando su significado. Se deforma, como cuando dices monja muchas veces seguidas y acaba convertida en jamón. Como cuando te miras en el espejo durante minutos sin pestañear y tu cara deja de ser reconocible. Creces y ya no eres el mismo.
Pero entonces viene Iñárritu (‘Amores perros’, ’21 gramos’) con una película y te hace sentir como un niño. Te devuelve a la inocencia a través del dolor y de la crueldad vista en pantalla. Consigue que te olvides de las diferencias grabadas en nuestra mente para descubrir el mundo a través de lo superficial, que en ocasiones, es lo que importa.
Nos creemos diferentes, únicos y originales. Pensamos que poco tiene que ver nuestra vida con la de una japonesa sordomuda, con la de una asistenta mexicana en Estados Unidos o con dos niños de una granja marroquí. Pero no es verdad. Nuestros objetivos son los mismos, todos lloramos y todos reímos. La esencia es igual allí que aquí, los instintos primitivos son clavados en uno y otro lado del Atlántico. ¿Entonces son el idioma, la cultura o la educación una barrera snob que levanta una separación infranqueable entre nosotros? ¿Son acaso el origen de todos los problemas del mundo? ¿Qué pasaría si Dios no hubiera destruido la Torre de Babel y no nos hubiera hecho hablar distinto? ¿Y si la Tierra fuese todavía una Pangea? Ya es tarde para saberlo, aunque menos mal que todavía existen preguntas sin respuesta. Lo comprobarás después de ver ‘Babel’.
Y si, como a mí, la cabeza no te deja de dar vueltas un mes después de verla, siempre puedes regresar al cine para que Brad Pitt te haga llorar, para que un coño japonés deje de serte ajeno, para que dejes de mirar mal a la gente en el metro, para descubrir que la teoría del caos no es lo que Jeff Goldblum cuenta en ‘Parque Jurásico’… Sí, sin duda, ‘Babel’ necesita dos visionados. Como poco.
Porque estarás dos horas y media a oscuras sin cuestionarte nada. Todo llega cuando sales de la sala. Justo en el momento en el que se enciende algo en tu cabeza y descubres que, efectivamente, la comunicación era esto. 9