Cada director y cada barrio cumple con su tópico al 100%. A Gus Van Sant, como es gay, le ha tocado Le Marais, y nos cuenta una historia sobre homosexuales; la historia de Pigalle es la del sexo; la del matrimonio Mayeda-Chadha la edulcorada sobre inmigración: la Coixet, como en ‘Mi vida sin mí’, vuelve sobre el amor y la muerte (y con Leonor Watling y Javier Cámara). Aunque la pena es que la película no termine de rematar los tópicos sobre París y no terminemos de ver en ella ni la ciudad del amor ni la de las grandes emociones que por ejemplo sí vimos en ‘Amelie’. Porque la cutrez de los planos generales de la ciudad y el cielo entre historia e historia dejan al descubierto el mayor defecto de ‘Paris, je t’aime’: la falta de conexión entre las diferentes tramas, que nos lleva a hablar de la película más como de una sucesión de cortos de diferente calidad que como de un puzzle en el que encajen diferentes piezas.
En ‘Tuileries’, el estilo de los hermanos Coen supera la historia, que podría haber sucedido en cualquier lado. ‘Porte de Choisy’ de Gabrielle Keng, Kathy Li y Christopher Doyle, sobre la belleza y la moda, aburre tanto como la historia de los vampiros de Vincenzo Natali. Por el contrario, Juliette Binoche sobrecoge, como siempre, en el papel de una madre que ha perdido a su hijo, dirigida por Nobuhiro Suwa. Gus Van Sant, con quien definitivamente debo compartir gustos sexuales a juzgar por los actores que escoge (Gaspard Ulliel, Elias McConnell), también firma otra de esas historias sobre las que el espectador necesita saber más. Como de ‘Faubourg Saint-Denis’, con Natalie Portman, aunque esté aquí con trampa (Tom Tykwer ya presentó esta historia en la Berlinale de 2004 bajo el nombre de ‘True’). Y lo mejor llega al final: una sensacional Margo Martindale en un cierre satírico de Alexander Payne (‘Entre copas’), también con su toque dramático. Ese sí es el París que conocemos y queremos. 6.