Josh Ritter en Moby Dick

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Josh Ritter en Moby Dick

Fotografía de Irene López

Y eso que, a escasos minutos del comienzo del show, muchos nos enteramos allí mismo de que viajaba sin su banda de acompañamiento. ¿Truco o trato? ¿Sería una pena no disfrutar de esos teclados y panderetas, esos redobles de batería, esos crescendos a los que nos tiene acostumbrados? ¿O por el contrario un set más intimista haría justicia a un repertorio que, a pesar de la evolución experimentada en sus discos, se compone esencialmente de una guitarra acústica, una voz sedosa/sedante y unas letras inteligentes con alta carga emocional?

No hubo tiempo para preguntas. Enfundado en un elegante traje negro, el cantante de Idaho agarró su guitarra y desempolvó temas de sus anteriores discos ‘The Animal Year’ y ‘Hello Starling’ (‘Monster ballads’, ‘Bright smile’, ‘Wolves’) con los que pronto hechizó a la audiencia. Y no sólo por la ejecución, dramática pero no impostada, sino sobre todo por su actitud entregada y su amplia sonrisa. O más bien era una risa floja que se te pegaba sin querer, reflejo de la timidez, el nerviosismo y, por qué no, la alegría de estar allí y de que la gente coreara sus canciones.

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Revolvió su cancionero de arriba abajo, de manera improvisada. Sin un setlist previamente definido, esbozaba canciones que dejaba tras los primeros acordes y atacaba otras que en ese momento venían a su cabeza, movido por la inspiración del momento. Entre ellas, ‘Open Doors’ y ‘To The Dogs Or Whoever’ justificaron el éxito alcanzado por su último disco ‘The Historical Conquests Of Josh Ritter’. En especial ‘The Temptation of Adam’, susurrada, sublime. También recuperó unas esperadas ‘Girl in the War’ y ‘Me & Jiggs’ (esta última de su álbum ‘Golden Age Of Radio’), ya convertidas en hitos de su trayectoria.

Mostró una gran experiencia sobre las tablas, golpeando el suelo con sus zapatos al más puro estilo rhythm&blues y jugando con la distancia al micrófono para modular la voz, incluso prescindiendo de él en ocasiones. Se nota que se ha empapado de los grandes, sobre todo de Dylan. Además, conectó a la perfección con el público, conversó entre canción y canción y soltó algunas dedicatorias graciosas, una irónica para Dick Cheney.

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En la recta final, nos dejó para el recuerdo ‘You Don’t Make It Easy Babe’, la maravillosa ‘Kathleen’ y ‘Come and Find Me’. Para despedirse, subió al escenario y, con una pinta en la mano que prometió pagar, cantó a capella una canción sobre los amigos, la cerveza y el buen rato pasado, al más puro estilo irlandés. Si es que es para quererle.

En algún momento del concierto, tuvo un recuerdo especial para su banda, a la que sin duda nos hizo olvidar. Por esta vez, pase, pero la próxima ocasión en la que quiera conquistarnos tendrá que traer a su ejército. 8

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