Discos de la década: Iron And Wine

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Discos de la década: Iron And Wine

Deben de existir en total unas seis o siete canciones capaces de hacerme llorar como a un niño pequeño con solo escucharlas y al menos tres o cuatro están incluidas en ‘Our Endless Numbered Days’, el segundo álbum de Iron And Wine.


Una maqueta de canciones de Sam Beam, un profesor de cinematografía en la Universidad De Arte y Diseño de Miami procedente de Carolina del Sur, llamó en 2001 la atención de Jonathan Poneman, que por entonces trataba de revitalizar Sub Pop con nuevas bandas que ampliaran los límites del grunge que tanto éxito había reportado al sello de Seattle. ‘The Creek Drank The Cradle’ (2002) supuso el debut discográfico de Sam, bajo el alias Iron And Wine (que, según la Wikipedia, sacó del título de una revista dietética llamada ‘Beef Iron And Wine’).

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En su primer álbum, Beam se acercaba al legado de cantautores folk como Nick Drake o Elliott Smith con canciones muy desnudas, casi siempre con su especial y cálida voz y una guitarra acústica como únicas armas. Tras las entusiastas críticas, Sam Beam afrontó su segundo álbum de una manera más ambiciosa, grabando con Brian Deck (Red Red Meat, Modest Mouse) en Chicago, y con una pequeña banda que introducía un mayor número de matices en su obra. ‘Our Endless Numbered Days’ (frase de la canción ‘Passing Afternoon’) fue el título de su segundo disco, que se editó en marzo de 2004.

El disco ahonda en ese ambiente de especial intimidad tan característico, pero en ‘Our Endless…’ se torna en algo mágico, casi sobrenatural, gracias a un sonido polvoriento, crujiente, vivo. Ese sonido natural, la instrumentación tradicional (banjos, guitarras acústicas, percusiones domésticas), y las metáforas empleadas por Beam crean una atmósfera campestre y rural, básica en el sentido del álbum. Por otro lado, otro elemento clave en la belleza de estas canciones reside en las voces dobladas de Beam y su hermana Sarah, de una perfección armónica pasmosa.

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Probablemente la explicación de ese espíritu rural se debe a las largas temporadas que, siendo un niño, Beam y su familia pasaban en una granja que tenía su padre en Carolina del Sur. Y de ahí, también, que estas canciones hablen de amor, familia, muerte y religión de una manera universal, pero observadas desde el punto de vista inocente de un niño, aunque narradas con la madurez de un adulto. Esas reflexiones sobre lo efímero de la vida y la sombra constante de la muerte están muy presentes al inicio del álbum, en canciones como ‘On Your Wings’ y ‘Teeth In The Grass’. ‘Naked As We Came’, supone el primer punto culminante del disco y fue la única de sus canciones que tuvo un vídeo oficial , dirigido por el propio Beam. En ella, unos amantes yacen en la cama fantaseando sin cobardía con el día en que uno de los dos morirá en brazos del otro, desnudos, tal como nacemos…

‘Cinder And Smoke’ es otra pieza clave en la que un hogar es destruido (la granja en llamas) por una pasión prohibida en el seno de la familia (¿una relación incestuosa, quizá?). Tan potente como el doble lamento a capella de Sam y Sarah con el que acaba la canción son sus versos finales, mientras se oyen las llamas crepitar como fondo: «Ceniza y humo, me pides que rece para que llueva / Con cenizas en la boca, me pides que queme otra vez». En esta primera mitad del álbum encontramos, además, preciosas canciones como la delicada ‘Sunset Soon Forgotten’ o ‘Love And Some Verses’, pero es innegable que es en la segunda parte del disco donde ‘Our Endless…’ alcanza sus mayores cotas de emotividad.

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Arranca con ‘Radio War’, una pequeña maravilla que suena como si alguien abriera una antigua caja de música y encontrara una de esas canciones que se escribían en tiempos de guerra (¿la de Independencia? ¿la de Secesión? ¿la Primera Guerra Mundial? Es igual…), en la que la dama aguarda en vano, desconsolada, la llegada de su amor en el tren que devuelve a casa a los heridos.

Otra bomba lacrimógena es ‘Each Coming Night’, una canción sobre un amante que pide a su amado/a esas cosas que le gustaría que ocurrieran tras su muerte. Su última estrofa, en la que Beam ralentiza el tempo antes del subidón final, es de una especial belleza: «Me dirás cuando me haya ido «Tu cara se ha desvanecido, pero aún perdura porque la luz ha hecho un trato con cada noche que llega»?». Si alguien puede escuchar esta canción sin un nudo en la garganta o sin sentir un escalofrío, es que es un mueble.

‘Free Until They Cut Me Down’, uno de los temas más uptempo, parece ser la historia de un esclavo negro condenado a la horca que pide a sus padres que no lamenten su muerte porque cuando ocurra, será al fin libre. ‘Fever Dream’ es, aun siendo una de las canciones más sencillas del álbum, otra cima de emotividad con un texto que admite muchas interpretaciones: la mía es que el protagonista escucha a su amada profesar apasionadas palabras cuando duerme, pero él tiene la certeza de que él no es el que aparece en ese sueño, algo que ella nunca confesará. ‘Sodom, South Georgia’ es quizá la canción que mejor resume el espíritu del disco. En ella, un chico despierta a la madurez con la muerte de su padre, haciendo tambalear no solo su vida, sino también las profundas creencias religiosas de su familia sureña, con ese «all dead white boys say, ‘god is good'». Líricamente, es una de las cimas de Sam Beam, una canción repleta de potentísimas imágenes poéticas.

Donde Sam Beam termina de coronarse es en la final ‘Passing Afternoon’, un prodigioso crescendo en el que el protagonista añora aquellos «infinitos días contados» junto a la mujer que nunca pudo olvidar, pero que acabó casada y teniendo hijos con otro. A él solo le queda soñar con que, quizá, ella alguna vez pensará de nuevo en él, al menos durante un momento.

Este es, probablemente, un disco imposible de superar por el propio Beam (al menos no lo logró con el posterior, ‘The Shepherd’s Dog’). Su coherencia conceptual, la belleza de sus arreglos, lo evocador de su sonido, la universalidad y Poesía (esa mayúscula no es una errata) de sus textos y la magia de sus canciones, suponen sin duda una de las cumbres musicales de la música folk (y del pop, sin duda) de este siglo. Estoy seguro que este seguirá siendo un disco muy especial para nuestros hijos.

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