Matthew Stephen Ward ha ido, pasito a pasito, erigiéndose en uno de los más significativos talentos compositores de la música norteamericana de esta década. Desde que en 2001 se editara ‘Duets For Guitars #2’, álbum de debut editado en el sello de su principal valedor entonces, Howe Gelb, la progresión cualitativa de este guitarrista ha sido espectacular, pasando de ser un gris músico de sesión a convertirse en referencia ineludible en el pop norteamericano, el compositor y productor con el que todos quieren colaborar. Hace unos meses se publicó su último disco de estudio, ‘Hold Time’, un gran disco que culmina de forma brillante su carrera hasta el momento, que ha presentado este 22 de junio en la sala Heineken de Madrid como única fecha en España. Para celebrarlo, incluimos en nuestra lista de ‘Discos de la década’ el disco que publicó en 2003 y que supuso la eclosión y el reconocimiento masivo a su talento, ‘Transfiguration Of Vincent’.
‘Transfiguration Of Vincent’ es un álbum dedicado a la memoria de un amigo personal de Ward, Vincent O’Brien, pero también es un homenaje a la leyenda del folk John Fahey, cuyo álbum ‘The Transfiguration Of Blind Joe Death’ obsesionó durante un tiempo al joven de Portland. Según contaba el propio Ward, quedó profundamente impactado con el recital que amigos y familiares de Fahey ofrecieron interpretando sus canciones durante su funeral en 2001. Sintió, explicaba Ward, cómo Fahey se transfiguraba en sus propias canciones. Pensó, además, en el reto que supone escribir una canción que sirva de homenaje para alguien que se va, porque haciendo una canción totalmente triste o totalmente alegre no estaría contando toda la historia. Ese desafío, tristemente personificado en la muerte de su amigo Vincent, es la inspiración fundamental de su tercer álbum.
Matt Ward logra en estas quince canciones sublimar su fórmula para acercar el folk y el blues de entreguerras al indie pop, sacando petróleo de la baja fidelidad, jugueteando con el ruido ambiente, meciéndonos con su suave y discreta voz, eligiendo los pasajes instrumentales perfectos para cada transición del álbum… Si no es su mejor álbum hasta la fecha, sí es el primero en el que demuestra estar unos palmos por encima del montón.
Ward, tal y como se propuso, logró el milagro de transfigurar a su desaparecido amigo en estas canciones, hallando el perfecto equilibrio entre el drama y el feliz recuerdo. Según explicaba a Mondo Sonoro, había aprendido de la cultura mejicana de su madre que la muerte no es sino una fase de la vida, incluso un objeto de celebración, de ahí que encontremos numerosas canciones en las que encara el trance de la enfermedad y la muerte que acecha con canciones de aire alegre, desde un punto de vista irónico y casi humorístico, como es el caso de ‘Out Of My Head’ y su desarmante primera estrofa («Oh a playful little kitten met a playful little bird, and then off with it’s head, off with it’s head, oh my!») o la sublime ‘Vincent O’Brien’, en la que Ward trata de animar a su taciturno y decaído amigo a sobreponerse y disfrutar el tiempo que le quede.
Esta línea agridulce es la seña característica del disco. En ‘Get To The Table On Time’ imagina a Jesucristo instando a sus apóstoles a no llegar tarde a la última cena, como a cualquier hijo de vecino. Uno de los números más celebrados de su carrera es la bluesy ‘Sad, Sad Song’. En ella el protagonista consulta a varios expertos (entre los que se cuentan un doctor, una ballena asesina o un chotacabra) qué hacer cuando tu amor te abandona. Todos coinciden: escribe una canción triste. Triste como ‘Undertaker’: el amor es tan bello que, el día que falte, lo mejor es que el enterrador haga su trabajo.
No todo es muerte en este disco porque, como decíamos, este es en realidad un disco sobre la vida. Por ejemplo, ‘Involuntary’ es sobre es miedo irracional que nos aborda, a veces, cuando uno está solo, mientras que en ‘Helicopter’, Ward parece relatar un sueño en el que salva a su chica de un incendio ayudado por un helicóptero. ‘Fool Says’ habla sobre encontrar a esa persona que pensabas que no existía. Pero es innegable que el hilo conductor del álbum, su afán por retratar la pérdida de O’Brien, es el que marca el camino de esta obra maestra. En la preciosa ‘A Voice At The End Of The Line’ nos habla de que, cuando le llegue la hora, lo que más le gustaría tener es alguien a quien hacer una última llamada, que sepa que va a estar ahí cuando suene el teléfono. ‘Dead Man’, probablemente la canción más sencilla, es también la más emotiva: Ward se dirije directamente a Vincent para consolarle tras su muerte, tratando de hacerle ver que debe ser valiente, que la muerte no es el fin. Y, como colofón final, insta solemnemente a la danza para culminar la transfiguración musical de Vincent en una insospechada, casi irreconocible, versión del ‘Let’s Dance’ de David Bowie.
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