Con el listón supuestamente muy alto tras su paso por Barcelona -y digo lo de supuesto porque a diferencia de Johann Wald (MTV) todavía no tenemos el don de la ubicuidad para estar en todas partes a la vez, y por eso debemos y creemos lo que dijeron los mentideros-, Madonna por fin tocó anoche en el Vicente Calderón de Madrid. Una cita muy esperada por todos aquellos que hace 19 años no pudieron verla en su última visita a la capital, bien porque entonces no eran fans, no eran mayores de edad o, directamente, no habían nacido. Pero más allá del morbo que da saber que Madonna está visitando tu lugar de residencia, viendo desde la ventanilla de su coche camino al estadio las mismas terrazas de bar cutre pegadas a la carretera y las mismas obras que llenan de polvo los salones de media ciudad, para nosotros el de ayer fue un poco el bolo de la reválida. ¿Tendría razón el que defendió el concierto berlinés del anterior ‘Sticky & Sweet’ o el que salió echando pestes tras sufrir la cita valenciana?
Pues ni pa’ ti ni pa’ mí, ya que si bien el espectáculo sigue siendo un poco chachón con tanto oro y tanto sport (sabiendo que lo más chacho de Madonna siempre será mucho mejor que la mayoría de los directos que vemos por ahí), reconozco que la revisitación de esta gira es de notable alto. Vamos, para entendernos y por hablar en el lenguaje favorito de la Ciccone: el cirujano ha hecho un gran trabajo, pero se le ha ido un poco la mano hinchando los pómulos. El conjunto de las operaciones estéticas funciona, pero hay algo en esa cara que falla y el mundo rumano es culpable de ello. Muy muy culpable. Pero no adelantemos acontecimientos.
Para empezar, comentar algo bueno: la zona A de la pista. Por 10 euros más te ahorras días de cola para verle las venas en los brazos a tamaño real y puedes bailar sin agobios mientras los pobres de zona B te miran con odio. En serio, ¿estaba así de vacío el Golden Ring adrede o es que los reventas se pasaron comprando las entradas más preciadas del estadio y al final se las han comido con patatas? Porque no es normal que aquello pareciera una rave cualquiera con espacio para jugar con diábolos y antorchas con fuego si querías. Vale que no había puesto el cartel de “no hay más localidades”, pero si había algunas agotadas eran estas de preferente. En serio, a Madonna se va siempre dispuesto a sufrir apretones y esta vez, por fin, hemos respirado tranquilos. Qué coño: hemos respirado así, a secas. Así que zona A forever, tía. Pero claro, todo Ying tiene su Yang, y si alabamos las infraestructuras, tenemos que poner verdes a los que venden minis de cerveza a 10€ (¿se llevará comisión la tía? ¿un 80% de cada uno de los 10€?) y a un sonido no tan claro como esperábamos por culpa de unos graves demasiado sucios. Ya podían haber utilizado a Paul Oakenfold para probar como es debido, que por lo menos hubiera servido de algo su aburridísima sesión digna de un Space en época de rebajas.
Ah, sí, claro, que estábamos hablando de un concierto. Pues resulta que como siempre Madonna no es muy amiga de improvisar, así que el setlist era más o menos el mismo que en la anterior etapa con, como apunté antes, algunos buenos cambios. Empezó con ‘Candy Shop’, se montó en un coche de (pollera) de lujo al ritmo de ‘The Beat Goes On’, Britney le hizo los coros en ‘Human Nature’ en vídeo -que total, para cantar en playback como en su gira ‘Circus’, lo mismo daba verla en vivo que en una pantalla- y reinventando de nuevo el ‘Vogue’ descubrimos que había bailarines muy chulazos y mucho fan antiguo poco amigo de corear las canciones de su último álbum.
Menos mal que el ambiente se empezó a caldear con la segunda sección del directo, en la que cayeron así de seguido ‘Into The Groove’ con bien de saltar comba, la recién incorporada ‘Holiday’, el deseo cumplido de los fans en forma de ‘Dress You Up’ y el (in)esperado homenaje a Michael Jackson que no por sentido dejaba atrás un tufillo a ‘Los Inmortales’ y a la filosofía del “Sólo puede quedar uno”. Que sí, que olé los huevos de la tía por la inclusión de semejante momentazo, pero en su cara había una sonrisilla de “yo he ganado, y la que sigue viva soy yo”.
Bueno, tal vez me lo imaginé yo, pero que Madonna es un poco así zorrilla y mala de telenovela nadie me lo va a negar, por lo que esta totalmente subjetiva reflexión en el fondo no es ninguna fantasía. Al menos no como que Madonna viaje en metro cantando ‘Music’, como así nos hizo creer, o que le va morrearse con tías día sí y día también como hizo en ‘She’s Not Me’, repitiendo el número de sus dobles de las épocas pasadas que tanto gusta a los medios de comunicación. La verdad es que tiene gracia ver a Madonna protagonizando su propio ‘Celebrities’ con trajes de espantaja de los melones y sobaca mora, aunque no tanto su momento Amaia Montero en el que recriminó al público de primera fila no saberse el estribillo no de ‘Heartbeat’, que afortunadamente la ha quitado del setlist, sino de ‘Into The Groove’. “Hay que saberse más las letras, España”. Y luego se harán llamar fans y todo.
Lástima que después de semejante subidón la mujer siga empeñada en aburrirnos. Primero con un vídeo de ‘Rain’ protagonizado por algo así como compresas de ciencia ficción, ‘Devil Wouldn’t Recognize’, cantada sobre un piano y tapada con una capa que así, en solitario, funciona de no ser por que le siguen el engendro de ‘Spanish Lessons’, ‘Miles Away’ y la versión gitano-rumana de ‘La Isla Bonita’ que, siendo justos, para los que ya la sufrimos en su momento, se nos hizo hasta divertida; pero que a los nuevos les dio ganas de ir a por más minis de cerveza. Aunque tanto aburrimiento les hizo acordarse del precio y finalmente pasaron. Una pena, porque con ese acompañamiento de banda tipo ‘Gato Blanco Gato Negro’, que para los que no lo sepan es una peli y no un disco de Amaral, bien les habría venido para tragar sin dolor los gritos de ‘Doli Doli’, por muy de Gogol Bordello que sean. Afortunadamente Madge salvó la sección cantando casi a capella el ‘You Must Love Me’ de Evita, sentada y quieta entre gritos de “reina, reina y bonita y bonita” del público. Seguro que Belén Esteban y la Infanta Elena, que estaban por ahí viendo el concierto, pensaron que se lo gritaban a ellas.
Y llegó la traca final. Su clásico vídeo de desgracias mundiales en los que enfrenta dictadores a los que llamar estúpidos con gente buena como Oprah, Michael Moore, Obama, Teresa de Calcuta o Bono y en el que esperas que en cualquier momento salga un «Envía HAMBRE al 7747», dio paso al ‘4 Minutes’, que acabó de confirmarnos que el ‘Hard Candy’ mucho no ha calado en un público español ansioso por saltar con la zapatilla que por fin soltó la viejuna con esas impresionantes remezclas de ‘Like A Prayer’ y la otra nueva adquisición para el concierto, ‘Frozen’. Sin apenas tiempo de recuperar el aliento tocó el turno de la versión noise de ‘Ray Of Light’ y ya con el corazón en la boca, esperando la versión rock de ‘Hung Up’, va la muy perra y nos deja sin una sola canción del ‘Confessions On A Dance Floor’, para pasar directamente al apoteósico ‘Give It 2 Me’, que puso -con un “Game Over”- punto y final a la noche. “Ah, ¿pero que no hay más?”, se preguntaban algunos. ¡Ay ilusos! Cuando Madonna dice que se acaba, se acabó. Chimpún, que diría otra famosa viejuna.
Ya podéis rezar para que no pasen otros 20 años antes de volverla a ver por aquí, aunque algo me dice que ahora que ha descubierto el negocio de los directos lo raro será que no regrese el año que viene. Y el siguiente. Y el de después. Qué guay, ¿eh? Pues ya podéis llamarnos snobs, que por mucha Cibeles que la Madonna vea camino a su hotel, el puntito de irte de viaje a otro país para ver a la Reina engancha. Yo, menos a Roma, repito donde sea.
FOTOS: Concierto de Barcelona, por Isma-moosaic en Flickr.