Primer capítulo. Érase una vez en la Francia ocupada por los nazis, un granjero manda a sus hijas entrar en casa cuando unos cuantos soldados alemanes se acercan a la casa. Entre ellos se encuentra el Coronel Hans Landa, que después de saludar amablemente y refrescarse con un vaso de leche, mantiene una conversación con el cabeza de familia. Una larga conversación, casi un monólogo, que deseas que no acabe nunca. Una escena que crece con la tensión acumulada que sólo provoca el saber que algo malo va a ocurrir pero no termina de pasar. Una oda a la carente agonía de los ignorantes sin destino.
Y allí, en esa humilde casa levantada en medio de un prado francés, porque no olvidemos que estamos en Francia, nadie habla de hamburguesas ni de patatas fritas bañadas en mayonesa. No hace falta. Esto es una película de Guerra, aunque no lo parezca, dirigida por Tarantino, que sí que está ahí. Eso que vemos ahí son sus planos, sus frases, su humor, su violencia, su capacidad para hacer de lo cotidiano algo especial, para copiar sin descaro y sobre todo para mezclar géneros sin sonrojo alguno -ahí está la música de western de Morricone que abre la película para demostrarlo-. Nada nuevo bajo el cielo de la forma cinematográfica, es cierto, pero ojalá todas las autocopias fueran así de perfectas. Y sólo es el primer acto.
Sí, efectivamente, ‘Malditos Bastardos’ es algo distinto gracias a su director. Mientras que el cine bélico de los últimos años nos ha metido en el ojo del huracán de cualquier batalla mediante cámaras al hombro y planos sucios en los que es difícil distinguir nada, Tarantino apuesta por una realización sosegada y elegante nada habitual por estos lares. Diríase de esas que en teoría hacen que parezca que en la pantalla no pasa nada. Cine de guerra en el que las balas son palabras, que para matar hacen más daño.
¿Y los errores? ¿Soy tan talifán que no veo fallos en algo de Tarantino? Por supuesto que los hay -posiblemente abrir demasiados frentes para tan poco metraje, y eso que es larga la jodía película-, pero secuencias como la de la reunión en la taberna o la del estreno en el teatro hacen que se te olviden. O casi.
Porque pobres de aquellos que odian la sangre y la violencia pero que acudirán a las salas esperando que ver al chulazo de Brad Pitt les compense el mal trago. Error. Por mucho que salga él más grande en los carteles, el señor de Jolie no es ni mucho menos el protagonista que esperamos. Ni siquiera lo es su labio metido para adentro. Cosas que pasan en películas corales llenas de secundarios robaplanos como Mélanie Laurent, que interpreta a Shossana, o el gran Christoph Waltz, que como coronel Hans Landa no tiene precio. Chapó por no caer en la caricatura, Christoph, chapó.
Dejad que me despida pidiendo perdón por la longitud de la crítica. Pero una película que dura casi tres horas no se merece menos. Podría hacer como Tarantino y terminarla, insisto, como él el filme, con alguien asegurando que «ésta es mi obra maestra». Pero ambos mentiríamos. De hecho, ambos mentimos. 8