De todos los actores que Woody Allen ha escogido a lo largo de su carrera para interpretar a su alter ego en pantalla -Kenneth Branagh, por ejemplo-, sin duda es Larry David el más acertado de todos. Naturales de Nueva York, maniáticos, hipocondriacos, genios del humor y obsesionados con las mujeres guapas, ambos personajes, uno en el cine y otro en la televisión, han hecho por la Gran Manzana mucho más que cualquier oficina de turismo oficial. Por eso, después de pequeñas colaboraciones en ‘Días de radio’ e ‘Historias de Nueva York’, resulta increíble que no haya sido hasta ahora que le haya dado un papel protagonista para ‘Si la cosa funciona’. Una película que, como bien decía una señora de pelo ahuecado con mechas y bastante parlanchina a su mejor amiga cuando salían del cine, «es el mejor Allen visto por estos ojos en varios años». Al menos en lo que a comedia pura y dura se refiere, claro, que suponemos que en el ránking imaginario origen de semejante afirmación ‘Match Point’ no estaba incluido.
Lo cierto es que después del despropósito de publirreportaje turístico que fue ‘Vicky, Cristina, Barcelona’ el director tenía puesto el listón lo suficientemente bajo como para contentarnos con la ley del mínimo esfuerzo. Para empezar, este filme supone la vuelta de Allen a las calles que le dieron vida y fama, lo que hace olvidar al espectador de golpe el poco afortunado y ridículo (insisto, ‘Match Point’ no cuenta) gap europeo que se ha marcado en los últimos años. De ahí que con simplemente ver de nuevo a los personajes de Allen hablar con el puente de Brooklyn a sus espaldas ya se le perdone cualquier error de fondo en la historia que narra. Que los tiene, el más gordo, cerrar el filme con un final facilongo más propio de una telecomedia televisiva ochentera que de un largo de creador de culto.
En ‘Si la cosa funciona’, Larry David es Boris Yellnikoff, un misántropo de Manhattan, recién divorciado y bastante malhumorado, que conoce a una ingenua joven del sur (la interpretación de Evan Rachel Wood recuerda bastante a la de Mira Sorvino en ‘Poderosa Afrodita’) que se ha escapado de su casa para vivir su propia aventura. Comienza así entre ambos una típica relación pigmaleónica construida a partir de los mejores momentos humorísticos del filme. La convivencia se complica cuando, a mitad del metraje, aparecen los estrictos padres de la joven para llevarla de vuelta a casa, dando comienzo a situaciones menos frescas o, al menos, no a la altura de lo que se nos ha ofrecido antes. A destacar entre lo peor la trama del padre, que por muy grande que sea su diálogo en torno a la figura de un dios de oficio decorador, es infantil, antigua y sonrojante.
Pero como decía antes, que Woody vuelva a ser el de siempre hace que esos errores se perdonen. No olvidemos que esta película recupera a los personajes que rompen la cuarta pared para hablar directamente al espectador, los diálogos rápidos sin concesiones y los avances narrativos inesperados gracias a elipsis creíbles precisamente por increíbles marca de la casa. Si el filme gusta porque Allen vuelve a sus orígenes o vuelve a sus orígenes porque es lo que gusta resulta irrelevante. Qué importa, si la cosa funciona. 6.5