Ha costado decidirnos entre la perfección pop de ‘Alright, Still’ y las grandiosas letras de ‘It’s Not Me, It’s You’, pero al final nos hemos decantado por encumbrar el primer disco de Lily Allen como uno de los mejores de la década. Quizá por su variedad de estilos y de influencias, que pasan por el hip-hop, el jazz, el easy-listening, el reggae y el old ska.
Allen, hija del actor y músico Keith Allen y de la productora cinematográfica Alison Owen, a sus 21 años se convirtió en lo que en su día se llamó un «fenómeno MySpace», o lo que es lo mismo, músicos y cantantes que se hacían, para sorpresa (?) de la industria, famosos a través de la red social, incluso sin tener un contrato discográfico firme. Fue el caso de Lily, que a raíz de colgar sus canciones consiguió que EMI se fijara en ella y pusiera a dos grandes productores para su disco: Greg Krustin (Little Boots, Kylie, Flaming Lips, Peaches…) y Mark Ronson (co-productor de otra de las maravillas de nuestra época, el ‘Back To Black’).
‘Alright, Still’ comienza con la que quizá es una de las mejores canciones de Lily Allen: ‘Smile’. Con un ritmo pegadizo que entra a la primera, las letras desgranan una historia de amor que se acaba («La primera vez que me dejaste quería más / pero te estabas foll*ndo a esa chica cualquiera, ¿por qué lo hacías? / … / Estaba tan perdida / pero con un poco de ayuda de mis amigos / encontré la luz al final del túnel. / Ahora me llamas por teléfono / y gimes y te quejas / pero sólo lo haces porque te sientes solo». La canción es tan rematadamente perfecta que hasta ha sido «gleezada».
La cosa podría haberse quedado ahí si no fuese porque el resto del disco no baja el nivel en absoluto. La segunda canción, ‘Knock ‘em Out’ podría formar parte de cualquier disco de The Streets, y el otro gran single, ‘LDN’, es una avanzadilla de lo que tendríamos después con la música africana estos días. De un carácter marcadamente calypso, relata a la perfección ese día en el que uno se reconcilia con la ciudad en la que vive, gracias a imágenes cotidianas del día a día.
Y después, vendetta. ‘Not Big’ habla con rabia sobre una venganza a ese típico novio que farda mucho pero que f*lla fatal (y además la tiene tirando a pequeña), ‘Friday Night’ es un relato de chunguismo en un club cualquiera y ‘Alfie’ se convierte en un retrato magistral de la típica relación hermano-hermana en la que el mayor se siente obligado a echar la bronca al pequeño por todo lo que hace. Sin embargo, la joya más escondida es ‘Littlest Things’, la octava pista del disco, y quizás la única que no sigue un estilo tan determinado como las restantes. Con una producción y unos arreglos bastante más básicos que todo lo anterior y posterior, Lily canta una preciosa canción de amor sobre las cosas pequeñas de las relaciones, como compartir un fin de semana en ropa interior sin pasar por la ducha o apoyar a tu pareja cuando va a conocer a tus amigos y está muy nerviosa. «Nadie podrá reemplazarte / Sueños, sueños / de cuando todo acababa de empezar / sueños de ti y de mí / Parece / que no puedo borrarme esos recuerdos / me pregunto si tú sientes lo mismo / Las pequeñas cosas me han traído aquí / sé que suena patético pero es verdad / sé que no está bien, pero me parece injusto / que estas pequeñas cosas me recuerden a ti».
Esperemos que las últimas informaciones sobre su retirada del mundo de la música no sean del todo firmes.