En 1927 una frase retumbó en las salas de cine de Hollywood: «Wait a minute, wait a minute, you ain’t heard nothin’ yet». La pronunció Al Jolson en ‘El cantor de Jazz’, la primera película sonora de la historia. La llegada del sonido supuso un salto tecnológico de tal magnitud que revolucionó la industria del cine por completo y se llevó por delante carreras enteras de estrellas que basaban su talento en la gestualidad corporal y facial. Películas como ‘Cantando bajo la lluvia’ (1952) se han reído de los problemas que la llegada del sonido planteó a actores (tenían que saber actuar con la voz) y directores (había que esconder los micrófonos). Otras como ‘El crepúsculo de los dioses’ (1950) se acercaban a la otra cara, al drama de decenas de estrellas que, por tener una voz “inadecuada” a la imagen que de ellos se tenía, por falta de talento interpretativo vocal o por simple orgullo, acabaron sus días olvidados y ocultos tras los muros de sus lujosas mansiones de Beverly Hills.
‘The artist’, que ya se ha colocado como una de las favoritas para los Oscar, documenta la aparición del sonido en las películas imitando las formas del cine silente: fotografía en blanco y negro, formato cuadrado, música sinfónica (con la sorprendente inclusión de Bernard Herrmann), intertítulos y ausencia de sonido (salvo en un sueño de lo más ingenioso). Pura estrategia posmodernista. En ese sentido, no está tan lejos del experimento que llevaron a cabo Tarantino y Rodríguez con sus grindhouse. Si ‘Death Proof’ (2007) y ‘Planet Terror’ (2007) eran como perritos calientes para cinéfagos de autocine, ‘The Artist’ es como caviar para cinéfilos nostálgicos.
Hasta el título es irónico. La llegada de las talkies, como se las llamaba, fue visto por muchos intelectuales de la época como un retroceso, como grosero teatro filmado para las masas que amenazaba con acabar con el arte cinematográfico, con los verdaderos artistas.
Como era de esperar, los referentes se acumulan. De directores como King Vidor, Murnau o Frank Borzage, a actores como John Gilbert o Douglas Fairbanks. El espectador se convierte así en un cazador de guiños. Y la película, en un juego. Detrás de la excusa cultureta, y por encima de la historia melodramática que se quiere contar, ‘The Artist’ se revela como lo que realmente es: un trivial para cinéfilos, un divertimento lleno de encanto y atractivo, con dos o tres secuencias realmente brillantes, capaz de gustar a todo tipo de públicos, incluido el que nunca ha visto (ni verá) películas mudas como ‘Amanecer’ (1928), ‘Y el mundo marcha’ (1928) o ‘Garras humanas’ (1927). 7.