Escribir algo original sobre ‘Mad Men’ a estas alturas es imposible. Y sin embargo, esa tarea se queda en juego de niños cuando se compara con el esfuerzo de intentar explicar con palabras lo que sus silencios han dicho. ¿No os sentís muy pequeños cada vez que os ponéis frente a una obra maestra? Yo, después de esta quinta temporada, minúsculo.
Diecisiete meses tuvimos que esperar para que Don Draper volviera a casa. Un silencio anormal que, y hasta en esto es perfecta la maldita serie, no solo no perjudicó a la historia, sino que sirvió para fortalecer su relato al convertirse en ejemplo real de cómo una elipsis bien puesta siempre vale más que mil palabras. Siempre.
Quizás sea por esa aparente falta de acción por lo que algunos amigos se refieren a ‘Mad Men’ como “esa colección de fotografías bonitas en las que nunca pasa nada”. No me atrevo a rebatirles. Es verdad que, al menos de manera superficial, no pasa.
No desde luego para aquellos que han llegado hasta ella seducidos por esos miles de artículos que han gastado páginas y páginas en alabar su estética mientras ignoran que, detrás de un traje o una peluquería, que más allá de ser la primera ficción a la que dejan utilizar una canción de los Beatles, de las curvas de Christina Hendricks o de la testosterona de Jon Hamm, se esconde una galería de heridas abiertas que el maquillaje puede ocultar pero no curar.
Y es que en eso ha consistido la temporada que el domingo terminó después de trece capítulos, en rascar sin querer hacer daño para que la costra no coagule y la sangre vuelva a brotar en todos y cada uno de los personajes que pueblan este universo.
Miserables abocados a fingir una felicidad que nunca se presenta como tal, quizás sólo cuando Peggy sonríe aliviada frente a un ascensor al final de uno de los mejores episodios de toda la historia de la televisión, el mismo en el que Joanne también brilló con luz propia.
Sí, sin duda esta ha sido la temporada en la que los personajes femeninos robaron la historia, ya fueran nuevos como Megan Draper; viejas conocidas con apariciones breves pero demoledoras como Sally o Betty; o estrellas invitadas durante un par de capítulos como Julia Ormond en el papel de suegra. Ellas, como en la vida real, entraron con fuerza en los sesenta.
¿Y ellos? Ellos hacen lo que pueden para negar su naturaleza. Ya me lo decía otro amigo comentando uno de los primeros capítulos de esta nueva tanda. “Ahora entiendo por qué la cabecera de la serie es una caída al vacío”. Creo que yo también, aunque algo en esa mirada final de Don Draper mientras Nancy Sinatra canta ‘You Only Live Twice’ me dice que el salto que precede a esa caída todavía está por llegar.